Views
4 years ago

27 - JC Fantin - Septiembre 2014

  • Text
  • Sujeto
  • Mundo
  • Ciencia
  • Decir
  • Lenguaje
  • Conocimiento
  • Fundamento
  • Debe
  • Wittgenstein
  • Kant
  • Psiquiatria
¿Qué es sujeto para la ciencia? Epistemología de la subjetividad en medicina y psiquiatría

el Yo pienso, el sujeto

el Yo pienso, el sujeto trascendental, el agente y condición de posibilidad de la síntesis, no participa de la ontología de las cosas, por lo que no le cabe la categorización substancial. El Yo/sujeto identificado con la sustancia es un yo empírico, construido al modo de los objetos, un sujeto real substancial. Mientras que el sujeto trascendental, el que sintetiza la realidad objetiva, y es asiento y fundamento del conocimiento objetivo, es la “unidad funcional lógica de la actividad pensante” (Cruz Vélez, D., Filosofía sin supuestos). Esta unidad lógica trascendental (no trascendente) surge de la autoconciencia de la actividad pensante, y permanece como fundamento de dicha síntesis, esto es, como base y sostén del conocimiento. Si bien Kant se ha diferenciado de un sujeto empírico, que sería tema de la psicología, hacia un sujeto trascendental con validez lógica para todo conocimiento, la necesidad de un fundamento unificador y sostén de todo conocimiento permanece. Después de Kant, la filosofía alemana entró en la senda del idealismo. Una poderosa y cada vez más compleja reflexión que tuvo su gran culminación en Hegel, de gran repercusión en la filosofía política. Pero desde el pensamiento científico, el idealismo es juzgado como un extravío metafísico, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, con el advenimiento del positivismo. El positivismo rechaza todo aquello que remite al idealismo en pos de un realismo empirista, incluso en algunos planteos kantianos, pero acepta de buen grado la distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno. Lo único cognoscible científicamente son los fenómenos, lo que se nos muestra, nada hay más para el conocimiento científico, de los cuales la ciencia experimental encuentra sus leyes. Se atiene a lo dado, hechos, que no dependen del sujeto observador. Es así que la cuestión de un fundamento para las ciencias queda abierta; sobre todo, cómo saber si se trata de un supuesto o de un conocimiento verdadero. Es por esto que a fines del siglo XIX, Edmund Husserl se vuelca a la filosofía argumentando que la filosofía debe ser una ciencia estricta, esto es, sin supuestos. Esta ciencia primera debe poder darse sus propios fundamentos apodícticos, necesarios y universales, que valgan para todo conocimiento. De lo contrario la ciencia será siempre un conocimiento contingente, no necesario. Husserl retoma para ello el inicio cartesiano. Para nuestro autor la posibilidad de lograr semejante empresa, una ciencia de las ciencias, está en la egología descubierta por Descartes, pero abandonada por este sin problematizar adecuadamente. De este modo la cuestión del yo/sujeto vuelve a tener un lugar privilegiado como fundamento del conocimiento científico. Pero Husserl, al igual que Kant, considera un error, para el filósofo, confundir el yo de la psicología con el yo trascendental, el Yo puro. Para Husserl debe despojarse de todo contenido empírico la relación entre el Ego puro y los objetos, a fin de describir la forma universal de constitución del mundo de objetos como formas puras de la subjetividad trascendental, sin perder la validez objetiva, la referencia al mundo de objetos. A partir de allí la concepción de un sujeto o yo como fundamento unificador del conocimiento científico, sufrirá un cambio radical, y la filosofía de Wittgenstein es la que mejor lo expresa. La conclusión de Wittgenstein en el Tractatus, acerca del sujeto, surge no ya de un sujeto-yo –como en la metafísica anterior, donde el modo de la sustancia continúa en mayor o menor medida identificándose con el sujeto, sino de una concepción del mundo, aquello de lo que se ocupa la ciencia. Pero nuestro saber es nuestro decir, no hay más que lo que puede ser dicho: “los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”, afirma Wittgenstein. Mas lo dicho científicamente, debe referirse correctamente a los objetos del mundo, a los cuales refiere. En el mundo hay hechos, independientes entre sí, a los cuales nos referimos con nuestro lenguaje. Este lenguaje tiene sentido en tanto tenga una referencia concreta en los hechos y por lo tanto pueda ser verificada su verdad o su falsedad observacionalmente (experimentalmente). ¿Puedo decir algo que no sea verificable? sí puedo hacerlo, pero entonces carece de sentido. Justamente, para nuestro autor en esta etapa de su pensamiento, la tarea de la filosofía no es hablar de lo que la ciencia no habla (lo que sería una metafísica), sino que es una praxis terapéutica, es decir, poner en evidencia en los discursos que tienen pretensión de científicos, qué de lo que se dice tiene sentido y qué de lo dicho no lo tiene. Entonces ¿dónde quedó el sujeto/yo de la epistemología anterior? Wittgenstein lanza algunas frases aforísticas en este sentido: “El sujeto no pertenece al mundo es un límite del mundo”, es decir, no es algo que pueda ser dicho con sentido, sin embargo persiste como función limítrofe. “El sujeto pensante, reflexionante no existe” (el sujeto autoconsciente de Descartes, de Kant y hasta de Husserl, el que lleva al solipsismo). Sin embargo enigmáticamente continúa, “El solipsismo tiene razón pero de este sujeto nada puede ser dicho”, con lo cual, no niega el yo con sus contenidos de pensamiento, pero de este yo nada puede ser dicho sino que puede ser mostrado, agregará nuestro autor. El sujeto queda así reducido a una función que se ubica como límite de un mundo definido, discurrido, por los dichos científicos. Sin embargo, hasta este primer Wittgenstein, existe aún la posibilidad de un decir perfecto que refleje la realidad y un sujeto para esta. Por otro lado, del sujeto/yo de mi mundo, que puede ser mostrado, nada puede ser dicho, pues en cuanto se pretende decir algo o se lo hace científicamente o se dicen cosas sin sentido. De cualquier modo, aún científicamente ya no se habla del sujeto de mi mundo, puesto que no puede hablarse de una experiencia privada. “No existe lenguaje privado”, dirá Wittgenstein, todo lenguaje me arroja al mundo. De modo que, el sujeto de la ciencia, ha sido reducido a un algo/función de lo que no puede hablarse y que no debe decir nada excepto lo que la ciencia dice, si se pretende un saber con avales, un decir con sentido; o si no, se habla para denunciar y destituir a los que así no lo hacen, o bien se calla. Una comparación de Wittgenstein que devino famosa es la comparación entre el sujeto y el ojo. Este puede ver todo el campo y desplazándose ampliar su campo de visión, 8 // EDITORIAL SCIENS

Psiquiatría 7:27, Septiembre 2014 pero nunca puede verse a sí mismo. Así este sujeto/ojo está condenado a nunca verse a sí mismo, a no poder explicitar nada de sí, pero, tal vez, en compensación por la restricción sufrida en la época de la tecnociencia, puede escudriñar todo lo que se le enfrenta con un ojo inquisidor cuyo único límite es sí mismo. Ahora bien, ¿cómo entiende Wittgenstein este mundo sin un sujeto autoconsciente y reflexivo? Nuevamente tenemos la respuesta en forma de sentencias: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” y luego “la lógica llena el mundo, los límites del mundo son también sus límites”. El sujeto es sujeto parlante, lo que es, es lo que puede ser dicho, no lo que puede ser pensado. Pero el lenguaje es el lenguaje depurado de las ciencias, o bien, el lenguaje, y por tanto el mundo, debe ser depurado, por un decir científico. El Wittgenstein que retorna muchos años después, en las Investigaciones filosóficas, hablará de “juegos de lenguaje”, es decir, ya no hay un lenguaje depurado y perfecto con su correlativo mundo, sino que sobre el lenguaje natural, sobre todo decir sobre el mundo, se definen reglas, como en un juego de ajedrez, que organiza el lenguaje natural para que sea científico. Pero entonces ¿quién y cómo se definen las reglas? Y ¿cómo queda el sujeto ubicado frente a esta organización contingente y parcial del ser? Pues bien, las respuestas pueden buscarse en algunos de los efectivos fenómenos que en torno a la organización científico-objetiva del mundo se han sucedido, a lo largo de la última centuria, poco más o menos. Si solo queda el análisis de lo dicho, verificable, si se reduce a una purificación del lenguaje para definir que es científico y que no lo es, Yo ya no hablo, al menos con sentido, sino que soy hablado por el discurso científico, que dispone un juego de lenguaje, un sistema de reglas para legitimar lo que es, pero sin un sujeto que responda por ellas. Pero yo no puedo dejar de hablar, ni aceptar que lo que hable desde mí mismo sea un sinsentido, so pena de ser yo mismo un sinsentido. Lo vemos constantemente en la rebeldía de los sujetos, absurda rebeldía desde las lecturas normalizadoras, frente a las indicaciones médicas estrictamente científicas, carentes de un diálogo entre sujetos. Cuando el yo del paciente es extremadamente obediente, entonces se rebela su cuerpo, habla su cuerpo. El sujeto como aval pensante reflexionante de lo que es con sentido se ha disuelto, el fundamento como recurso a un lugar inconmovible del saber, es solo contingente y escapa al querer interrogarlo, entonces solo queda la angustia. No es casual que cuando Dios había muerto y el sujeto de la ciencia se desvanecía, surgió la angustia desde el margen (en Kierkegaard, en Freud) requiriendo una restitución del sentido, tanto desde la filosofía como de la medicina, la que adopta sin ambages el discurso de la ciencia. Pero este sujeto pierde su fuerza universal, trascendental y colectiva, y adquiere fuerza un sujeto singular tanto en la filosofía del ser como en el psicoanálisis. En el seno de la medicina, entendida como ciencia experimental del cuerpo (que no es el único modo de entenderla) surge primero como psicología médica y luego, en las últimas décadas, como comités de ética, donde se pretende que los sujetos hablen con diferentes discursos, y se asegura el afuera de la ciencia (pues es obligatorio que lo conformen sujetos que provienen de saberes diversos al de la medicina) y determinen decisiones en las grietas dilemáticas que el mismo avance tecnocientífico genera. Una psiquiatría que se pretendiera "científica" en el sentido restringido en que se manifestó en los últimos tiempos (nos referimos a la psiquiatría americana y sus seguidores, con su pretensión epistemológicamente anacrónica de ateoricismo), es claramente excluyente de la subjetividad como variable, y nos remite al planteo del primer Wittgenstein, más cercano al positivismo lógico del decenio 1920 – 1930. Esta exclusión de la subjetividad conlleva, o puede hacerlo, a una serie de consecuencias adversas para nuestros pacientes, si no se recurre a un planteo clínico enriquecedor. Por razones de extensión, pero también de importancia, señalaremos solo un par de ellas. Los cuadros psiquiátricos, y con ello sus síntomas, no se hallan únicamente determinados biológicamente, sino que siempre es posible ligarlos a la historia singular del sujeto que los padece. Aún los síntomas de las psicosis son interpretables a la luz de la posición subjetiva, como por ejemplo el contenido peculiar de una idea delirante. Es así que se ha corroborado, aún en estudios controlados, que el tratamiento combinado -psicofármacos y psicoterapiaes más eficaz que la sola utilización de la psicofarmacología. Destaquemos también que algunos síntomas son de tratamiento psicoterapéutico principalmente, siendo el tratamiento farmacológico un coadyuvante. En algunos cuadros, los cuadros neuróticos la sola utilización de fármacos incluso resulta ocultadora de una problemática patógena que depende de la posición subjetiva más que de una falla neurológica. Despreciar estas consideraciones empobrece la terapéutica, pudiendo ser además iatrogénica. La otra consecuencia que es necesario señalar, tiene que ver con que en la mayoría, sino en todos, los tratamientos en psiquiatría, la medida del restablecimiento de nuestros pacientes debe fijarse en relación al logro de sus mejores posibilidades singulares, es decir, la mejor expresión de su subjetividad. Esto es crucial en nuestros pacientes más graves, ya que si la efectividad de un tratamiento, como la pertinencia de su aplicación, se mide por una estándar exigencia uniformada de eficacia y utilidad, ni los pacientes ni sus tratamientos justificarían el esfuerzo terapéutico, con la consiguiente exclusión y segregación social. La consideración de la subjetividad en cada caso, permite lidiar con el espinoso problema de la normalidad-anormalidad en salud mental. Bibliografía sugerida 1. Ayer, A. J. (1965), El positivismo lógico, México, Fondo de cultura económica. 2. Cruz Vélez, D. (1970), Filosofía sin supuestos, Buenos Aires, Sudamericana. 3. Fantin, J.C. y Fridman, P. (2009), Bioética, salud mental y psicoanálisis, Buenos Aires, Polemos. 4. Fantin, J. C. y Fridman, P. (20039, El diagnóstico en psiquiatría, Buenos Aires, Revista Alcmeón, Vol. Nº 40. 5. Fantin, J. C. (2007), Prejuicio y evidencia, oposiciones y convergencias en la psiquiatría actual, Buenos Aires, Vertex, Vol. XVIII, Nº 71, Ene-Feb. 6. Ipar, J.J., (1997) Ciencia y sujeto en la modernidad, Buenos Aires, Salerno. 7. Lamanna, P. (1973), Historia de la filosofía, Buenos Aires, Hachette, Vol. 3. EDITORIAL SCIENS // 9

Biblioteca

Av. García del Río 2585 Piso 12 A - C.A.B.A
+54 11 2092 1646 | info@sciens.com.ar

Editorial Sciens, Todos los Derechos Reservados 2015