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27 - M La Valle - Septiembre 2014

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La angustia en Descartes

Se convierte la duda en

Se convierte la duda en método; se trata de forzar la duda hasta sus mismos límites para ver si queda algo que se resista a ella. Esto mismo se entrama con el precepto primero de su método que insta a no aceptar como verdadero nada que no se le presente al espíritu de manera evidente; lo evidente incluye dos características: aquello a ser aceptado deberá presentarse de modo claro y distinto. La duda queda convertida en método para alcanzar la verdad; la duda tendrá las siguientes características: 1. Metódica: se la emplea como instrumento 2. Universal: habrá de aplicarse a todo sin excepción 3. Hiperbólica: será llevada hasta el último extremo, forzada al máximo posible. En primer término, Descartes pondrá en duda el testimonio de los sentidos. Puesto que los sentidos lo han engañado algunas veces, entonces seguramente es legítimo dudar de ellos como si ellos fueran a engañar siempre. Aquí se ponen en duda las ciencias medievales de la naturaleza, basadas en la cualidad y no en la cantidad (podemos poner como ejemplo la medicina). No se trata de renunciar a los sentidos, sino de poner en duda que la ciencia basada en ese testimonio sea una ciencia. Descartes da un paso más, se pregunta si es posible dudar si él mismo, Descartes, se encuentra allí con su bata, sentado junto al fuego. Ya no se trata de la duda que recae sobre cualidades, sino sobre la existencia misma de las cosas. Propone el argumento del sueño cuestionando el estatuto de realidad allí vivida: “¡Cuántas veces me ha sucedido soñar de noche que estaba en este mismo sitio, vestido, sentado junto al fuego, estando en realidad desnudo y metido en la cama!” 1 A partir de este argumento, Descartes duda entre el estado de vigilia y el de sueño, poniendo en cuestión la existencia de los objetos mismos, incluso del propio cuerpo, independientemente de sus cualidades. Quedan interpeladas así las ciencias basadas en la existencia, como la física; siguen aún en pie ciencias como la matemática y la geometría que se ocupan de cosas muy simples y generales. En estas ciencias están en juego relaciones lógicas que podrían sostenerse aún llegado a este punto de duda. Sin embargo, Descartes avanza un paso más con su instrumento. La duda recaerá finalmente sobre estas ciencias exceptuadas. Se vale de una hipótesis auxiliar, un artificio como parte de su argumentación escéptica llevada al límite: introduce la presencia de un genio maligno; se trata de un ser superior capaz de engañarlo acerca de todo, incluso acerca de las relaciones lógicas de la matemática y de la geometría. Descartes se vale de esta imagen porque espera obtener algo, un conocimiento cualquiera, que sea tan sólido como para salir airoso de esa confrontación. Lleva la confrontación del escepticismo a su extremo, a propósito, para que el producto que sobreviva a eso sea extremadamente confiable. La angustia Luego de haber llevado su empresa al extremo de poner en duda todo su universo, comienza la segunda meditación de la siguiente manera: “La meditación que hice ayer me ha llenado el espíritu de tantas dudas, que ya no me es posible olvidarlas. Y, sin embargo, no veo de qué manera voy a poder resolverlas; y, como si de pronto hubiese caído en unas aguas profundísimas, quédome tan sorprendido, que ni puedo afirmar los pies en el fondo ni nadar para mantenerme sobre la superficie.” 2 La imagen es verdaderamente dramática, y da a pensar un posible trasfondo de la invención cartesiana. La desgarradura del ser humano respecto de la naturalidad, respecto del instinto perdido que daría el ser. ¿Cuál es la respuesta de Descartes al confrontarse con semejante situación de “angustia”? El recurso del que se vale a continuación es producir una torsión: en el momento en que la duda llega al extremo de hacer vacilar todo punto de referencia, se convierte en su opuesto: en un conocimiento absolutamente cierto. Descartes gana así una existencia indudable, siendo su atributo el pensar como lo único propio, aquello que caracterizará ese ser: se trata de una cosa pensante, un intelecto, una razón. Se establece así el cogito: “Pienso, existo”; se trata en este caso de una intuición inmediata y no de una deducción. Encuentra su punto de Arquímedes, el primer principio de filosofía a partir del cual construir todo el edificio de la ciencia. Sin embargo, agrega respecto de su cogito que será verdadero en tanto lo esté pronunciando o concibiendo en su espíritu; con ello nos da pie a preguntar: ¿qué acontece si el pensamiento se detiene? Descartes para reasegurar la existencia de su cogito, propone una nueva operación en la tercera meditación. Aquella hipótesis auxiliar que incluía al genio maligno va a ser reemplazada por un Dios que detenta todas las perfecciones posibles. Es decir, para poder suprimir la duda que ponía en cuestión todo el universo examinará si hay Dios, y si éste puede ser engañador. A partir de darle entidad a la idea de Dios, justificará el grado de realidad del “Yo pienso”. Su argumento se basa en el análisis del pensar; ubica en el hecho de pensar la presencia de ideas, las clasifica y encuentra como idea privilegiada, innata, la idea de Dios. Paralelamente contamos con la noción de causalidad que implica un principio que dice: Un efecto no puede venir de la nada; un efecto tiene que proceder de una causa. Por otro lado la causa, debe tener mayor grado de realidad que el efecto; lo más perfecto no puede ser consecuencia de lo menos perfecto. Por tanto, el argumento en juego dice que la idea de Dios tiene un grado de realidad tan alto que no puede provenir de mí mismo. Así solamente Dios, efectivamente existente por fuera de mí mismo, un ser realísimo, podría servir de modelo o de causa a la cantidad de realidad contenida en mi idea de ser perfectísimo. Por lo tanto, es necesario que Dios exista. Con este último paso Descartes sale del solipsismo, garantiza el “pienso, soy” y también la existencia de Dios, principio absoluto del cual el yo puede ser deducido. El punto de interés de este pequeño desarrollo apunta a una mirada posible acerca de las maniobras de Descartes: en principio utiliza la duda como método para poner en cuestión todo conocimiento anterior con la finalidad de obtener un punto de base para la ciencia, un axioma sea evidente. Esta intervención escéptica lo lleva a un extremo en el que realmente queda cuestionado todo su Universo, no hay ya amarre, referencias en qué sostenerse. Inferimos en ello cierto encuentro con parte de la verdad estructural del ser humano, verdad de la que nada se quiere saber y que contacta con la angustia. Podríamos nombrar esta situación como el desvalimiento del ser humano frente a los poderes del destino. En ese momento de máxima duda y vía una torsión emerge su cogito: “pienso, soy”, punto de Arquímedes que se constituirá en su primer principio de filosofía. Mas como éste no puede sostenerse por sí mismo, redobla la medida protectora invocando la figura de Dios como garantía de todo su sistema. 1. Descartes, Meditaciones Metafísicas, Espasa Calpe, duodécima edición, pág. 94 2. Descartes, Meditaciones Metafísicas, Espasa Calpe, duodécima edición, pág. 98. 14 // EDITORIAL SCIENS

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