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30 - A Carli, B Kennel - Mayo de 2015

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Epistemología en Ciencias de la Salud. Una reflexión sobre la ética de la investigación científica

farmacología

farmacología cardiovascular 30 | Mayo de 2015 revolución industrial. Estas necesidades obligaron a que el pensamiento humano no solo transitara por los carriles de la coherencia y la falta de contradicción en las ideas utilizadas, a la manera de la filosofía, sino que exigieron las mismas fueran contrastadas. Charles Peirce al publicar en 1877 su artículo: “La fijación de las creencias” (The fixation of Belief) plantea la importancia que las opiniones han tenido en el desarrollo del conocimiento. Las opiniones son funciones de auto-regulación de la vida de los sujetos, en tanto sujetos actuantes. Eso significa que si no “disponemos” de creencias en cada circunstancia de nuestra existencia, no podemos realizar los actos inherentes a la vida autónoma, como por ejemplo tomar decisiones y proceder en consecuencia. Para este autor los seres humanos tenemos multitudes de opiniones que pese a no ser científicas resultan en muchos aspectos satisfactorias, y la prueba es que las defendemos incluso a veces en contra de lo que la ciencia nos pueda aconsejar. Estos “modos de fijar creencias” han sido siempre un intento del ser humano para dar respuestas a los problemas que la realidad planteó, y están estrechamente ligados al modo de pensamiento con el que en su desarrollo pudo contar. Y de estos estuvieron teñidos los procesos culturales. En realidad, el tema del artículo de Charles Peirce no es insólito, ya que esta idea en particular fue también desarrollada por Hegel en su obra Fenomenología del espíritu, pero por su extensión y profundidad es Pierce quien examina a todos los métodos como si tuvieran ganado legítimamente un lugar en la vida por referencia a la función que cumplieron, o eventualmente siguen cumpliendo. Peirce plantea un esquema de cuatro métodos: el método de la tenacidad; el de la autoridad; el de la metafísica; y el de la ciencia, y considera que estos cuatro son los métodos para lograr creencias eficaces o sustentables. Cuando Peirce menciona el método de la tenacidad hace referencia al procedimiento que consiste en resolver una cierta duda tomando aquella creencia que nos surja internamente (“cualquiera de las que podamos elucubrar”). En este método lo que está en juego es lo que usualmente llamamos “intuición” o también “corazonada”, y lo cierto es que ambas cosas están presentes: el ver directamente y un quantum de emoción o de vivencia primaria. Es este el método de los procedimientos que sigue un sujeto cuando forma como "buena creencia" aquella que le surge espontáneamente y que para mantenerla la reitera constantemente a sí mismo. Por ejemplo: la percepción. El conocimiento no está mediado por la autoridad de otro, por la reflexión ni por la experimentación. Es un conocimiento que podemos atribuir a los "instintos", a la "sabiduría biológica”. Los rasgos dominantes del método de la intuición son la inmediatez; el involucramiento personal-corporal; el individualismo e incomunicabilidad; la emotividad; la resistencia (individual) al cambio; el holismo o totalismo; la presencia actual del pasado (o olvido de la historicidad o recaída en la inmediatez) Es por ello que este primer modo de establecer parámetros ordenadores involucra en el arte prehistórico un pensamiento mágico-egocéntrico- animista en las producciones cuyo contenido estuvo ligado a las necesidades básicas que angustiaban al hombre. Por otra parte, en el recorrido del pasaje de la naturaleza a la cultura, la primera condición estructurante del hombre, sin duda ha sido el lenguaje. En el comienzo era la acción. La palabra no fue el comienzo, la acción estuvo primero. Fue el lenguaje que, como capacidad de nuestra especie, nos permitió acceder a una estructuración simbólica de la realidad para ordenarla teniendo como exigencia la puesta en marcha de algo del orden de la Ley. Podemos considerar al lenguaje como a la Primera Ley estructurante del aparato psíquico en lo individual que permitió en el colectivo de la humanidad el salto epistemológico de la esfera de lo biológico a la esfera de la significación. Con ella nos hicimos humanos, dando sentido a nuestra condición biológica y a nuestro ser en el mundo, a través de la capacidad de interpretación semiótica que permitió la particular comunicación con los de nuestra especie. Efectivamente, en la teoría de los signos “un signo es un estímulo sustituto que provoca para sí la misma respuesta que hubiera provocado otra cosa, de haber estado presente” y esta conducta semiósica permite entender al lenguaje como fenómeno de signo de naturaleza social. Así un lenguaje será “un conjunto de signos pluri-situacionales con significados interpersonales comunes a los miembros de una familia de intérpretes, signos susceptibles de ser producidos por dichos intérpretes y de ser combinados de ciertos modos y no de otros para formar signos compuestos” (Morris). De este modo, los distintos momentos del pensamiento nos llevan a una teoría genética del lenguaje cuyo recorrido va del lenguaje interiorizado, pasando por el significado y culminando en la palabra. Entendiendo que una palabra sin pensamiento es una cosa muerta y un pensamiento desprovisto de palabra permanece en la sombra. Pensamiento y lenguaje son, por lo tanto, la clave de la naturaleza humana. Ya que, como concluyera Vygotsky, podemos pensar que “una palabra es un microcosmos de conciencia humana”. Por eso fue el lenguaje de fundamental importancia para el desarrollo del pensamiento. Sin embargo, en dicho desarrollo, tanto en lo que se refiere al del devenir histórico como al del desarrollo en el individuo, fue necesaria una Segunda Ley que permitió formalizar el acceso a la cultura, para ser sujetos de la misma y posibilitar la vida en comunidad. Esta otra ley, organizadora del funcionamiento del aparato psíquico, fue la Ley de Prohibición del Incesto. Esta ley articuladora de “la ley moral en mi” (Kant) fue fun- Editorial Sciens | 19

dante y posibilitadora del establecimiento de normas y leyes de otro nivel y de aquellas estructuras organizativas responsables de su cumplimiento en los diferentes momentos históricos. (Familia-Clan – Tribu- Comunidad - Estado). Eduardo Güner en el capítulo V del libro “La Filosofía política moderna” plantea a Edipo como al padre de la razón. Lo plantea como una de las que llama “obras de la literatura fundantes”, que son posición de un nudo de cambio de época que contiene todas las posibilidades que van a ser desplegadas en el período posterior. Allí menciona que Jean –Joseph Goux arriesga la hipótesis de que “más allá o más acá de Freud la tragedia de Edipo señala en inicio de la subjetividad filosófico-política moderna (en un sentido muy amplio de la palabras)”. Edipo, al responder al famoso enigma de la esfinge con su escueto “El Hombre”, realiza tres operaciones simultáneas: por un lado crea la Filosofía, es decir un discurso que ya no está basado en la tradición, sino en el razonamiento autónomo. Por otro lado, crea al Sujeto moderno que recién será una figura dominante en Descartes. Un sujeto que centra la experiencia y la fuente del saber en su propio Yo, y no en alguna trascendencia religiosa o cultural que lo determina. Por último, por las dos operaciones anteriores, “crea” las condiciones ideológicas para la emergencia del homo democraticus o mejor dicho del homo liberalis, un hombre que se basa en la pura razón individual y que, alejándose de la tradición, pacta con sus iguales una forma de organización política y social. Estas tres operaciones construyen el puente para pasar de una época a otra: la era de un orden basado en el ritual religioso y la repetición del culto sacrificial como forma de sublimación/simbolización de la lógica de la venganza, a la era de la Polis, de la ley universal del imperio de la razón y la lógica de la justicia. El lugar de Edipo como mítico héroe fundador de una nueva cultura es aquí capital. Un desarrollo de la ley de tal magnitud va de la mano con un despliegue de creencias que son en cierta medida su condición estructurante. Dice Peirce: “Pero este método de fijar la creencia que puede llamarse el método de la tenacidad, en la práctica resulta incapaz de mantener sus bases. El impulso social va contra él. Quien lo adopta se encuentra con que otros piensan de modo diferente a él, y en algún momento de mayor lucidez será proclive a pensar que las opiniones de estos son tan buenas como las suyas propias, quebrantándose así su confianza en su creencia.” El método de la autoridad, al cual Peirce alude en este párrafo, aparece precisamente allí en donde la individualidad que comporta la tenacidad entra en conflicto con las exigencias de acuerdos mínimos que impone la vida comunitaria, y marca la dimensión social de la existencia humana. Es aquel método que consiste en resolver una cierta duda mediante la adopción de aquella creencia que nos es trasmitida por otros sujetos que están investidos de autoridad. Esta forma de fijar creencias hunde sus raíces en etapas muy anteriores al surgimiento de los estados ya que impera en todos los conjuntos gregarios humanos preestatales: en las bandas, en los clanes, en las tribus. Es el método de la tradición. La autoridad es la Comunidad misma, con sus costumbres ancestrales que escapan a todo examen crítico. El conocimiento de lo que es permitido y lo que es tabú no está escrito en ningún código: es un saber que existe en la comunidad, respecto de la cual, cada miembro es un funcionario habilitado para custodiar el cumplimiento de la norma social. La lengua y la moral son las realizaciones más notables de este método para producir las creencias por tradición. Que la humanidad haya llegado a esta etapa evolutiva de desarrollo organizacional de los grupos se liga a la aparición de un pensamiento, abstracto lógico-formal, capaz de descentrarse de la intuición y de lo auto-referencial, para dar lugar a etapas de organización social de un mayor nivel de complejidad (Ciudad-Estado; como vemos en la Grecia antigua) en donde la cosmovisión ya no se tiñó del pensamiento mágico, animista o autoritario que las sociedades primitivas usaron como método para fijar sus creencias, sino de un pensamiento reflexivo, coherente y no contradictorio. En esta etapa del desarrollo el estado asume el rol de la autoridad suprema, luego de la profunda crisis que precipitó el fin de las comunidades primitivas. Pero la función de la autoridad estatal es esencialmente diferente a la autoridad comunitaria: esta no invoca ninguna razón para ejercer su soberanía. Su ley no es ni puede ser objeto de debate, de reflexión, de examen. No puede ser abolida ni tampoco sancionada por ningún miembro o grupo especial de la comunidad. El ethos primitivo es un orden instaurado a lo largo de los siglos por la costumbre anónima y eficazmente resguardada por las representaciones que sacralizan las más inveteradas tradiciones y pesan sobre las mentes de los miembros comunales con fuerza incontenible. Las leyes del estado, en cambio, son precisamente lo contrario a eso: son leyes emanadas de la reflexión, del debate, del examen público. La vida estatal está en la fuente viva del método metafísico (J. Samaja) aunque sea cierto que todo estado remite en su base última a un acto de autoridad, del mismo modo que el método metafísico (racional) remite, en su paso al fundamento, a causas últimas y primeros principios. Pero, precisamente, esto es así porque el estado expresa desde su fundación el deseo de representar a la comunidad, cuando ya la comunidad no está en condición de autogobernarse por sí sola. En las sociedades con estado, la gente ya no gobierna ni delibera directamente sobre su destino, sino que está forzada a hacerlo por medio de representantes. Es precisamente, a partir del surgimiento de esas instituciones dedicadas a la deliberación y a la producción de actos de gobierno, en donde madura y surge esa capacidad que enorgullece al ciudadano griego: la razón. 20 | Editorial Sciens

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