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32 - A Carli - Noviembre de 2015

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Epistemología en Ciencias de la Salud Estado y sujeto

hemos presentado más

hemos presentado más arriba, se atreve a “ser”, a proclamar su subjetividad. Una subjetividad en el marco de una estructura estatal consituida desde el siglo V a. C., el Estado. Un Estado que, representado por subrogantes como el poder político, era fuertemente respaldado y legitimado por el poder religioso con lo que se nos evidencia la verdad de la frase de Foucault. Se habían abierto las puertas de la Modernidad. Y se inició una tensión, todavía no resuelta a la fecha, entre Estado y Sujeto. El sujeto cartesiano se ubicaba en la centralidad de la historia. La idea de Sujeto se inició con Descartes y las condiciones contextuales en que se han desenvuelto los colectivos humanos han acompañado los cambios verificados en la misma. De ellos nos interesa ocuparnos. Ese sujeto de la Modernidad apareció y bueno es recordar que, entre 1642 y 1649; ocurrió la guerra civil en Inglaterra que trajo como consecuencia el parlamentarismo con las consiguientes limitaciones del poder del monarca. Pero la consecuencia más importante del pensamiento cartesiano se dará en la centuria siguiente: en 1789, la Revolución Francesa con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Una revolución que llevará, Napoleón mediante, sus ideales al resto de Europa en la intención de lograr que ese continente “fuera un solo pueblo” en palabras del emperador francés. Así como podemos pensar en Descartes como el padre de la Revolución Francesa otro filósofo, Hegel, podría ser considerado uno de sus hijos. El 14 de octubre tuvo lugar la batalla de Jena con el triunfo de las fuerzas francesas sobre las prusianas y el 27 Napoleón entró en Berlín. En los mismos tiempos en que nuestro pensador entregaba a la imprenta su Filosofía del Espíritu. Una obra en la que va a afirmar “lo que es racional es real y lo que es real es racional” estableciendo la misma entidad para lo real y la razón. Todo tiene su razón de ser. Antes mencionamos la idea cartesiana de la existencia de un subiectum (lo que está debajo de ahí), ese sujeto que es “una cosa pensante” (res cogitans) que es capaz de pensar lo que está “fuera de él” (el obiectum, el objeto, la res extensa) y Hegel viene a modificar ese pensamiento. Para él “sujeto y objeto son una misma sustancia” rompiendo la dualidad propuesta por Descartes. Esta hermética frase la podemos entender utilizando la manera en que él mismo explicaba las categorías utilizadas por Emanuel Kant en su Lecciones sobre filosofía de la historia (1830): Kant (...) se representa la cosa sobre poco más o menos así: existen fuera de nosotros cosas en sí, pero sin tiempo y sin espacio, viene luego la conciencia, que tiene ya en sí misma el tiempo y el espacio, como la posibilidad de la experiencia, del mismo modo que, por ejemplo, para comer empezamos por tener boca y dientes, etc., como condiciones previas para realizar la operación. La analogía que presenta Hegel está comparando la existencia a priori de las categorías kantianas que permitirían que el conocimiento sea posible: así como la existencia a priori de dientes y boca permiten ingerir alimentos, la existencia previa de tiempo y espacio permiten acceder al conocimiento. Para entender que sujeto y objeto son una misma sustancia bastaría con pensar en que “somos lo que comemos” y que comemos aquello que nuestro organismo acepta. El objeto se transforma en una condición de posibilidad del sujeto, y este de aquel. Sujeto y objeto interaccionando en una relación dialéctica. Hegel entendía al sujeto no ya en el centro de la historia sino como su dueño. Las condiciones históricas así parecían mostrarlo: la burguesía había tomado el poder en Francia, sus lemas avanzaban sobre el resto de Europa, el idealismo alemán le daba a Europa la Revolución Francesa y la Reforma Luterana. Para nuestro filósofo había llegado “el fin de la historia”. Era el momento del sujeto absoluto, un sujeto al que no solo le interesaba conocer el mundo, se lo apropiaba. De esa apropiación habla la Fenomenología, del momento en que con la apropiación del Estado- representante de la voluntad general- la conciencia que ha madurado a lo largo de la historia es capaz de pensarse a sí misma, es capaz de tener lo universal dentro de sí. Y la manera en que la razón se despliega es ilustrada en su Ciencia de la lógica en la que muestra que las cosas son lo que son y en segundo lugar lo que las diferencia de las demás cosas. Cuando estamos frente a dos personas es evidente que son desiguales. Cuando Hegel piensa esta desigualdad, lo hace en el marco de la representación. Pero para nuestro filósofo “representar” es diferente a “pensar”. Y se pone a pensar que para que ambos sean desiguales, tendrán que ser iguales a sí mismos. Y entiende que “ser igual a sí mismo” lleva implícito, al mismo tiempo, “ser desiguales”. Con lo que establece la idea de contradicción. Llega a decir: “Ambos momentos, la igualdad y la desigualdad, son diferentes en una y la misma cosa”. Como se entenderá esta aceptación de la contradicción pone en cuestión el principio cartesiano de “no contradicción”. Este modo de pensar es posible extenderlo a situaciones cotidianas: existen instituciones, organizaciones, seres, en los que la contradicción no impide su funcionamiento. Y con esto entendemos haber hecho una corta pero entendible presentación del pensamiento hegeliano, el que va a influir en otras formas históricas del sujeto. En 1818 nace Karl Marx, cuando ya Hegel había publicado su Lógica (1816). Este filósofo, economista y político vivió en una Europa atravesada por conflictos sociales que lo llevaron a pensar el orden social. Mediante herramientas hegelianas planteó las carencias ontológicas del hombre real que no puede manejar las riendas de su vida. El Estado consagra derechos universales como la libertad, propiedad, igualdad y seguridad que no se condicen con los condiciones particulares de los hombres que no todos son libres, ni propietarios ni iguales ni gozan de seguridad. Esto es que presenta una contradicción cuyo origen Marx ubica en el sistema de producción capitalista. Es el sujeto alienado y plantea que esa contradicción será resuelta, en una nueva síntesis, con el socialismo. Como vimos antes Descartes le entregó la subjetividad al capitalismo naciente. Otro pensador le vino a agregar una segunda característica esencial: la voluntad de poder. Este pensador fue Friedrich Nietzche. Nacido en 1844 desarrolló lo que él llamaba “una filosofía a martillazos”. En polaridades apolíneas y dionisíacas estableció la relación entre la claridad y la belleza con lo oscuro y demoníaco de la condición humana que ha atravesado la historia. En el triunfo de la primera encuentra los orígenes de la decadencia occidental; en el éxito de la razón mostrado por el desarrollo científico del siglo XIX encuentra lo que lo lleva a afirmar que “Dios ha muerto”. La muerte de Dios nos entrega a la Nada. El nihilismo. Pero si Dios ha muerto nuestra sed de infinito y trascendencia se tornará imposible y será necesario que los hombres mismos se transformen en dioses. Y esos dioses tienen en su interior una lucha entre lo claro, lo racional con lo dionisíaco, lo inconsciente (en una clara anticipación de Freud) que se expresa en el lenguaje y así, contradiciendo a Descartes, es el pensamiento el que constituye al pensador, idea muy presente en las teorías lingüísticas contemporáneas. Sigmund Freud nació en 1856 en Moravia, actual República Checa. Este médico, en sus inicios neurólogo, encontró contradicciones entre lo que su formación le permitía entender y lo que encontraba en algunas situaciones clínicas. Como una manera de resolver esta ausencia de respuestas de su arsenal teórico a sus problemas profesionales recurrió a un tipo de inferencia (para algunos autores la única que realmente crea conocimiento) que se conoce como abducción que consiste en “secuestrar” (eso quiere decir en inglés abduction) ideas que le venían de la antropología, la historia, las leyendas, los mitos. Freud construyó 20 | Editorial Sciens

farmacología cardiovascular 32 | Noviembre de 2015 su sujeto del inconsciente en el que, como vimos antes, es superponible con la idea de lo dionisíaco nietzschiano. El sujeto que Descartes había presentado a la cultura era un sujeto que, con sus pulsiones, vivía en colisión con el mundo que lo rodeaba. El largo siglo XIX terminó en 1918 (Hobsbawm). Fue un siglo atravesado por guerras, crisis sociales y un desarrollo científicotecnológico como nunca antes se había verificado en la historia de la humanidad. Tuvo como consecuencia la disolución de cuatro grandes imperios: el austro-húngaro, el otomano, el ruso y el alemán. Alemania pagó un alto costo por su derrota y la República de Weimar, su sucesora histórica, fue el escenario en el que se mostró el resultado de la misma. En ese contexto, en 1927, vieron la luz dos amargos libros: El porvenir de una ilusión (Freud) y Ser y Tiempo (Heidegger). Repasemos. Descartes vino a decir que el sujeto y su conciencia pensaban el mundo. Hegel que no había tal dualidad sino que ambos eran una misma sustancia. Marx que no era la conciencia la que constituía el mundo sino que este (sus condiciones materiales de producción) constituía la conciencia. Nietzsche y Freud que existían fuerzas, más allá de la conciencia, por las que el hombre se relacionaba con el mundo. Heidegger en su Ser y Tiempo planteaba que el ente, el hombre, es arrojado al mundo pero que ni lo constituye ni es constituido. Él “es” el mundo, el hombre “es” la historia. Es el ente arrojado al mundo para la muerte. Se “es” para la muerte. Es el sujeto existencial, el que sabe que va a morir. En el marco de la República de Weimar, en la Alemania derrotada, un pensador no está preocupado por el mundo sino sobre su propio destino, que es también el de los otros hombres. En 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial y este filósofo, que adhirió al nazismo del que nunca abjuró, experimentará una nueva derrota de su país del que había exaltado su destino y “la misión espiritual del pueblo alemán” y en la posguerra, en 1946, publicará Carta sobre el humanismo en respuesta a ¿Es el existencialismo un humanismo?, escrito por Jean Paul Sartre, que fue su discípulo. En esta Carta vuelve sobre sus preocupaciones acerca del Ser y dice que “el lenguaje es la casa del Ser” y que “los seres infrahumanos están entramados a su entorno pero nunca en la iluminación del ser porque les falta el lenguaje”. Con la primera de las afirmaciones realiza su famoso giro lingüístico, el ser del lenguaje, y con la segunda nos recuerda que nunca dede ser un racista y la manera en que consideraba a quienes no hablaban la lengua alemana. De esta manera, Heidegger “mata” al sujeto de la centralidad histórica cartesiana y abre las puertas al sujeto posmoderno. De manera contemporánea otros autores contribuyeron a cuestionar la razón cartesiana. T. Adorno y M. Horkheimer publicaron en 1947 Crítica del iluminismo en el cual planteaban que los crímenes de la Segunda Guerra Mundial no fueron el resultado del fracaso de la razón sino el resultado de su triunfo. Este sujeto del lenguaje mostró su presencia en el psicoanálisis lacaniano, en la semiótica, en el estructuralismo, lo que habla de su fertilidad teórica pero su consecuencia histórica fue el sujeto posmoderno. Un sujeto que nunca tuvo un corpus teórico que lo fundamentara pero que hizo sentir sus efectos en diversos aspectos de la vida social y académica. ¿Qué fue el posmodernismo? Fue una corriente cultural caracterizada por el descreimiento en los grandes relatos de occidente, aquellos que han dado forma a nuestra historia (el cristianismo, el iluminismo, el capitalismo, el hegelianismo, el marxismo). Toda esa construcción cultural inaugurada con San Agustín y su teleología de la historia mostró su fracaso con la caída del “socialismo real”, el soviético. La historia no tenía una dirección ineluctable. Frente a esta comprobación fáctica se erigió una construcción cultural en la que se descartaron las totalizaciones y destotalizaciones históricas y fueron reemplazadas por la microhistoria. Pensar el destino general de la humanidad fue sustituido por la preocupación por algunas minorías, poniendo en cuestión aquello de que “el que puede lo más, puede lo menos”, esto es que la preocupación por el destino general incluye a las minorías cosa que a la inversa no sucede (minorías étnicas, de inclinación sexual, de género, ecologistas). Se dede lado el interés por el Estado en beneficio de organizaciones privadas (los enunciados del Consenso de Washington de 1989 escrito por John Williamsom y presentado en el Institute for International Economics sería un buen ejemplo). La estructura de las sociedades dede lado las categorías clásicas (los dominados ya no se enfrentaban a sus dominadores, simplemente se adaptaban, esperando poder acceder al grupo de los privilegiados). Basados en fundamentadas críticas a la ciencia se favorecieron prácticas precientíficas en el campo de la salud humana (ej.: medicinas alternativas). Más aún, el desarrollo de lo micro por sobre las totalizaciones llegó al campo de la medicina: ¿quién no ha conocido a un paciente destotalizado, tratado por una multitud de especialistas, cada uno de los cuales lo ha medicado con una visión absolutamente localizada, sin que se lo considere como una persona única, como una entidad? En 1997 dos físicos, Alan Sokal y Jean Bricmont publicaron Imposturas intelectuales en el que ridiculizaban a algunos intelectuales posmodernos y su esfuerzo por dar, con la utilización de un lenguaje hermético y herramientas de las ciencias duras, un aire de rigor científico a afirmaciones que los autores mostraban como disparatadas. Esta fue una de las reacciones que el uso de la centralidad del lenguaje provocó. Un pensador, Edgar Morin, como culminación de ideas ya presentes en otros autores, al publicar su libro El método en 1966 decía que precisamos “no solo una epistemología de los sistemas observados, sino también una epistemología de los sistemas observadores” llevando nuestro pensamiento a lo que hemos presentado líneas atrás cuando hablábamos de Hegel. Se instalaba la idea del sujeto de la complejidad. El camino de la historia, de su sujeto, no ha tenido la linealidad teleológica que San Agustín, Hegel o Marx le atribuyeron. El sujeto se ha ido entramando de manera dialéctica con las condiciones históricas que provoca y que, a su vez, lo constituyen. La influencia del potente desarrollo experimentado por las ciencias duras en el siglo XVII instaló en la ciencia una fructífera visión mecanicista propia de los sistemas lineales de las mismas. La linealidad se corresponde con abordajes unidisciplinarios, con un marco teórico propio, o multidisciplinarios, con diferentes marcos teóricos y solamente intercambiando información, pero sin desarrollar procedimientos, conceptos, técnicas ni nuevas categorías. En los últimos tiempos esta visión ha sido cuestionada en otros campos del conocimiento y se ha visto la necesidad de pensar los problemas científicos a la luz de los sistemas estructurales, tal como se desarrollan en la interdisciplina en la que, además, se intercambian procedimientos y conceptos. La máxima aspiración a que lo complejo de la realidad nos impulsa es a pensar en un fértil desarrollo de la transdisciplina en la que sería posible intercambiar técnicas y crear nuevas categorías. Para finalizar, nos apropiaríamos de palabras de Edgar Morin que servirán para cerrar la idea que hemos intentado instalar en la mente de nuestros lectores: “El sujeto aquí reintegrado no es el Ego metafísico (...). Es el sujeto viviente, aleatorio, insuficiente, vacilante, modesto, que introduce su propia finitud. No es portador de la conciencia soberana que trasciende los tiempos y los espacios, introduce, por el contrario, la historicidad de la conciencia. 3 ” 3. Edgar Morin, El método III. El conocimiento del conocimiento, Cátedra, Madrid (1994). Editorial Sciens | 21

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