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89 - EK Blanc - Noviembre 2014

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Trastorno antisocial de la personalidad, neurobiología y terapéutica

Dra. Emilce K

Dra. Emilce K Blanc 2011). Actualmente, se considera que las conductas no dependen de regiones específicas sino de complejos circuitos que abarcan varias áreas (Halsband, 2008). Anomalías funcionales: La agresividad – El control cognitivo: La agresión, se encuentra dentro de las conductas complejas. Violencia y agresividad, son comunes en todas las especies biológicas, pero el hombre posee conciencia reflexiva que le permite un registro sobre qué piensan y qué sienten los otros mediante la introspección. Esto modula la agresión impulsiva o no reflexiva y genera la posibilidad de la agresión premeditada. La Corteza Prefrontal (CPF) aporta la posibilidad de la evaluación cognitiva y el sistema límbico, (corteza cingulada anterior y sus conexiones con el núcleo accumbens) brinda el correlato emocional. El NAcc aporta la valencia hedónica a través de la descarga de dopamina (DA) por las terminales provenientes del área tegmental ventral (ATV). Estudios que comparan individuos con y sin comportamiento agresivo han demostrado robustas diferencias en respuestas fisiológicas, en la estructura cerebral y funcionalidad (revisado Patrick, 2008). Tradicionalmente se ha clasificado a la agresividad, en dos subtipos: 1) Agresividad impulsiva (o reactiva de Adams o con hiperactividad de Haller): Reacción rápida de “violencia explosiva”, generalmente defensiva, motivada por la ira o el miedo, la finalidad es la descarga (es un fin en sí misma) no se prevén las consecuencias. Se acompaña de activación somática o hiperarousal autonómico (aumento de tensión arterial, de frecuencia cardiaca y de conductancia eléctrica en la piel) y 2) Agresividad premeditada, proactiva, instrumental o controlada (u ofensiva de Adams o con hipoactividad de Haller): No es una reacción espontánea, es un medio para la obtención de un fin, la activación somática es mínima o nula (bajo arousal autonómico) y es predominantemente cognitiva (Vloet y col., 2010; Halsband y col., 2008). Ambas se diferencian en la fenomenología psicológica y en la neurobiología. En un estudio realizado por Raine y col. (2006), la agresión proactiva fue asociada: en un inicio muy temprano (7 años) con peleas, tácticas de mano dura, delincuencia, baja motivación escolar, pobres relaciones entre pares, situación monoparental, adversidad psicosocial, padres adictos, e hiperactividad; y a los 16 años con personalidad psicopática, afecto embotado, delincuencia que incluye grave violencia. La agresión reactiva, se caracterizó a los 16 años por impulsividad, hostilidad, ansiedad social, falta de amigos íntimos, experiencias perceptuales inusuales e ideas de referencia. La agresividad impulsiva, tiene un compromiso biológico más claro, y mayores posibilidades de un abordaje farmacológico (Halsband y col., 2008). Involucra circuitos subcorticales que incluyen regiones del tronco cerebral y amígdala (favorecen el surgimiento de impulsos agresivos), circuitos corticolímbicos incluyendo CPF OM y NACC rostral (favorecen la toma de decisiones y el procesamiento de información socialemocional) y regiones frontoparietales (involucradas en la regulación emocional y de los impulsos) (Coccaro y col., 2011). La agresividad premeditada posee poca expresión neurobiológica y suele quedar por fuera del alcance de los tratamientos farmacológicos (Halsband y col., 2008; Olivarez Diez y col., 2008) señalan que estaría regulada por el núcleo amigdalino y centros troncoencefálicos de control del sistema nervioso autónomo (SNA). Sobre la base de evidencia en estudios de lesión en animales y humanos se avanza en la detección de anomalías de conectividad y funcionalidad en los circuitos que median la agresividad en desórdenes caracterizados por elevada agresión como el trastorno borderline de personalidad y el TAS. Estas evidencias se están integrando con estudios en genética, desarrollo y neuroquímica de la agresión. Futuras investigaciones son necesarias para descubrir si estas anomalías de circuitos relacionados con la agresión y su regulación podrían ser tomadas como fenotipos intermedios para identificar aquellos con elevado riesgo de emplear un comportamiento agresivo y como biomarcadores para testear la efectividad de tratamientos existentes y desarrollo de nuevos dirigidos a la reducción de dicho comportamiento (Coccaro y col., 2011). Estudios funcionales en TAS encontraron respuestas amigdalinas atenuadas durante el aprendizaje condicionado, sugiriendo que los déficit en el aprendizaje emocional, especialmente aquellos que implican el castigo como consecuencia podrían ser fundamentales para este trastorno. Esta atenuación en la respuesta amigdalina y aprendizaje emocional, podría ser útil para distinguir formas de agresión: la de tipo instrumental asociada al TAS y psicopatía y la agresión reactiva, más característica del TBL y del Trastorno Explosivo Intermitente (Coccaro y col., 2011). Aunque un individuo con TAS suele padecer también de impulsividad, pudiendo presentar ambas formas de agresividad. Las respuestas de activación de la amígdala podrían ser más características de la agresión impulsiva y las respuestas amigdalinas atenuadas, más prevalentes en presencia de individuos con rasgos psicopáticos de personalidad más tendientes a la agresividad premeditada (Coccaro y col., 2011). Los individuos con TAS muestran deterioro en el proceso de refuerzo y son impulsivos pero la investigación en los correlatos neuronales del proceso neuropsicológico del TAS permanece limitada. Un estudio en individuos con TAS versus grupo control mostró en sus resultados diferencias en las pruebas de inhibición comportamental (uno de los componentes de la 14 // EDITORIAL SCIENS

Psicofarmacología 14:89, Noviembre 2014 impulsividad) (Go/No Go task): las personas con TAS presentaron afectación de la CPFDL, y parietal durante las pruebas y activación bilateral de la corteza pre/subgenual del cíngulo (CCA). Estos resultados podrían reflejar, según los autores, un deterioro en el reclutamiento de los mecanismos ejecutivos frontales (déficit ejecutivo); un posible componente visuo-espacial atencional de la impulsividad y especulan que la activación del cíngulo se podría corresponder con una mayor experimentación de frustración en esta población. Sugiriendo así, que la desregulación emocional podría contribuir a la impulsividad. A su vez hallaron con un agonista serotonérgico mayor incremento de la activación en áreas del circuito de recompensa (COF, caudado y pálido ventral), respecto de los individuos sanos. Esto último, podría sugerir una supersensibilidad por deterioro de la función serotoninérgica presináptica que involucraría la función del receptor 5HT2C; esto abriría la posibilidad de que objetivos serotonérgicos puedan ser terapéuticos (Völlm y col., 2009). El rasgo principal de los trastornos del espectro de externalización, es la desinhibición comportamental. La investigación sugiere que la corteza prefrontal (CPF) juega un rol en su etiología (Patrick y col., 2006; Iacono y col., 2008). La CPF estaría involucrada en el control cognitivo: proceso de monitoreo de las propias acciones, evaluación de alternativas, e inhibición de impulsos o respuestas inapropiadas dirigida a metas y previamente recompensadas, (Miller y col., 2001). “Los sectores anatómicamente diferenciados de la CPF parecen tener funciones disociables en un contexto experimental (ej.: el cortex frontal inferior en hemisferio derecho estaría involucrado en detener una respuesta prepotente; Aron, 2007). Sin embargo, la CPF parece funcionar como una red de regiones interconectadas (Aron, 2008), y en la vida cotidiana es el funcionamiento y la coherencia general del sistema el que puede asignar más directamente el concepto de espectro de externalización de las diferencias individuales. En esta conexión, otras subestructuras de la CPF ampliada son también relevantes en relación a las tendencias de externalización, por ejemplo, el daño de la CPF orbitomedial está asociado con comportamiento agresivo e impulsivo (Damasio y col., 1994). Esta corteza es particularmente relevante en el control cognitivo sobre la activación emocional (Davidson y col., 2000), consistente con las conexiones extendidas entre CPF orbitomedial y estructuras límbicas. La CPF también se conecta a otras estructuras en redes más amplias mas notablemente a la corteza cingulada anterior (CCA), con funciones coordinadas entre ambas” (Krueger y col., 2009). En el TAS, al fallar el “control cognitivo” por deficiente activación de áreas de la CPF, el individuo se “insensibiliza” es decir, disminuye o pierde la capacidad de evaluación de las consecuencias de las conductas violentas para sí mismo y para los otros (Zieher, 2008). Algunos autores describen en individuos tendientes a la agresividad, un incremento de actividad de ondas lentas en el EEG, reducidos niveles de serotonina cerebral (Coccaro y col., 1996a; Dolan y col., 2001) y disfunción en regiones frontocorticales y límbicas que median el procesamiento emocional (Intrator y col., 1997; Raine y col., 2000, Blair y col., 2006). Electrofisiología Coles y Rugg (1995) definen a los potenciales evocados (PES) como fluctuaciones en el voltaje del electroencefalograma (EEG) provocadas por sucesos sensoriales, motores o cognitivos. Se considera que los PES son indicadores de procesos o subprocesos cognitivos (atención, procesamiento del lenguaje y las emociones) o perceptivos y pueden ser buenos candidatos para ayudarnos a comprender mejor el sistema cognitivo humano. Podrían encontrarse patrones de respuesta emocional diferentes reflejados en el comportamiento de los PES en pacientes que sufren algún tipo de patología psicológica (Nuñez Peña y col., 2004). En personas con riesgo de desórdenes de externalización, se han identificado anomalías electrofisiológicas en potenciales evocados P 300, que pueden reflejar el proceso desinhibitorio. Tanto en numerosos desordenes de externalización como en personas con elevados niveles de uso de sustancias se ha encontrado reducida la amplitud de la onda P 300 (P3AR), la que representa un indicador endofenotípico de riesgo global de externalización (Iacono y col., 2008; Krueger y col., 2009). ERN (Error Related Negativity) es un componente de potenciales evocados que aparece inmediatamente después de que una persona reacciona rápidamente ante la comisión de un error. La negatividad relacionada con error o ERN es predecible ante una amplia tendencia de externalización (Krueger y col., 2009; Fishman y col., 2013). Fishman encuentra en un estudio realizado (2013) que los ERNs producidos luego del castigo social ante el error fueron menores en extrovertidos que en introvertidos. Neurotransmisores, hormonas y agresividad En términos generales, en el hombre, los circuitos catecolaminérgicos y los andrógenos tienden a estimular la agresividad y los serotoninérgicos a inhibirla. Las neuronas glutamatérgicas corticales aferentes al cerebro límbico, vías receptores AMPA y NMDA serían capaces de controlar la impulsividad irreflexiva (Zieher, 2008). La dopamina (DA) es otro neuromodulador importante en las conductas agresivas. Un alelo en el gen que codifica para la MAO A de baja capacidad metabólica, se relaciona con conductas agresivas en el joven que se desarrolla en un ambiente con carencias afectivas, físicas o violento (Zieher, 2008). EDITORIAL SCIENS // 15

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