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96 - MC Brió - Febrero 2016

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Patología psiquiátrica prevalente en parálisis cerebral infantil

Dra. María Cristina

Dra. María Cristina Brió Parálisis cerebral La parálisis cerebral (PC), es una patología que afecta al 1,5 - 3 por mil individuos, y se define como “un trastorno del movimiento y de la postura debido a un defecto o lesión de un cerebro inmaduro”, de evolución crónica y no progresiva (Fejerman, 2007). La etiología es diversa, la afectación motriz variable e incluye un grupo de síndromes secundarios a lesiones o malformaciones en el curso del desarrollo cerebral. Los factores de riesgo más importantes incluyen bajo peso al nacer, infecciones intrauterinas, embarazos múltiples y, aunque un importante porcentaje no tiene causa conocida, la etiología más común es la leucomalacia periventricular asociada a prematurez (Foster T, 2010). Alrededor de un 70% a 80% de las PC tienen espasticidad y un 10% tienen características atetoides o diskinéticas. Existe una forma de presentación menos frecuente, la atáxica, que deteriora el balance y la coordinación motora (Krigger K, 2006). La PC fue siempre considerada un desorden motor y los abordajes terapéuticos se enfocaron en la discapacidad física, y a pesar de que se asocia con secuelas sensoriales, emocionales, cognitivas y conductuales se desarrollaron pocos estudios sistemáticos que releven las comorbilidades psiquiátricas en este grupo etario. Las discapacidades frecuentemente observadas en la PC, además de la motora, son retardo mental, deterioros sensoriales de la visión o de la audición, trastornos del aprendizaje, incremento de la prevalencia de convulsiones y trastornos perceptivos. Dentro de los trastornos perceptivos se observa una mala discriminación táctil, estereognósica y propioceptiva (Sanger T, 2007). Aunque los mecanismos fisiopatológicos no son aún totalmente comprendidos, se piensa que las causas podrían ser las lesiones primarias en áreas corticales y subcorticales somatosensoriales o bien los efectos secundarios provocados por la limitación motora. Uno de los mayores desafíos en el tratamiento de los pacientes que padecen PC está representado por dolor, síntoma desestimado y con frecuencia no tratado. Se observa dolor crónico en los sitios donde se realizó una cirugía, espasmos, deformidades, dislocaciones, capsulitis, dolor de cadera, reflujo gastroesofágico, secundario a la toxina botulínica y terapias de rehabilitación. Investigaciones recientes sostienen la hipótesis que existe una memoria para el dolor y que esta mantiene la intensidad del dolor aunque no se relacione con el estímulo actual. Por su cronicidad puede producir síntomas de distrés, de tristeza, de irritabilidad o de hostilidad. Está relacionado con la movilidad y otras actividades y puede interferir con el sueño. Es necesario utilizar instrumentos adecuados a la edad y a las posibilidades de comunicación de estos pacientes, ya que en muchos casos el deterioro del lenguaje les impide expresar y transmitir sus sensaciones dolorosas. Riquelme y Montoya realizaron un estudio para diferenciar los déficits somatosensoriales en niños comparándolos con adultos con PC y adultos y niños sanos. Comprobaron que los niños con PC presentaban una sensibilidad reducida a la presión táctil y aumento de la sensibilidad dolorosa cuando se los comparaba con controles sanos. Esta diferencia no se pudo corroborar entre adultos sanos y aquellos que padecían PC (Riquelme I, 2010). La actividad anormal relacionada con el dolor o la lesión en períodos tempranos de la vida puede provocar cambios a largo plazo en el procesamiento de la información tanto somatosensorial como dolorosa (Schmelze- Lubiecki B, 2007). Parkinson y colaboradores llevaron adelante un estudio multicéntrico en ocho áreas europeas, sobre 75 niños de 8 - 12 años con PC, con el objetivo de determinar la prevalencia de dolor autorreportado y reportado por los padres. Se estimó que un 60% de los niños que capaces de comunicar su dolor lo habían experimentado una vez la semana anterior contra el 35% que informa el grupo control. Los niños más grandes tienden a reportar más dolor que los más chicos. En los informes de los padres la percepción del dolor fue del 73%; además asociaron una mayor severidad del dolor con el grado de deterioro motor del niño, con la presencia de epilepsia y con la falta de empleo familiar, pero no con la edad. (Parkinson K, 2010). Estos datos exigen una detección precoz del síntoma, con intervenciones biopsicosociales además de las terapias somatosensoriales, que permitan mejorar la calidad de vida de los niños y sus familias. Con respecto a los trastornos emocionales y de conducta, estos han sido áreas descuidadas, a pesar de que la prevalencia se ubica entre el 25% y el 60% demostrando ser más alta que en la población general. Una de las hipótesis que sustenta este aumento vincula al daño cerebral con lesiones de las vías o redes que regulan el aprendizaje y las emociones, disminuyendo la capacidad de adaptación a las situaciones estresantes. Son detectables trastornos de adaptación y vinculares parento - filial, cuadros depresivos, irritabilidad, impulsividad, poca habilidad para resolver problemas, déficit de atención, ansiedad de separación, oposicionismo, bipolaridad y psicosis. Aunque los síntomas pueden estar presentes en edades tempranas, el diagnóstico se hace con mayor frecuencia en niños en edad escolar. Sigurdardottir y colaboradores realizaron una investigación con la finalidad de describir los problemas conductuales y emocionales en niños que padecían PC. Un total de 36 preescolares de Islandia, de 4 a 6 años de edad, 19 varones (53%) y 17 niñas (47%) fueron evaluados con los cuestionarios CBCL 1,5-5 y C-TRF; comparando con las mismas técnicas a 525 niños sanos entre 1,5 a 6 años. De los 36 niños con PC, el 72% tenía afectación motora bilateral y el 89% presentaba una forma espástica. El 83% tenía un deterioro motor leve evaluado a través del Gross Motor Function Classification System (GMFCS, nivel I o II) y requerían soporte mínimo para caminar; en cambio, el 17% tenía una discapacidad motora grave (GMFCS III o IV). El 8 // EDITORIAL SCIENS

Psicofarmacología 16:96, Febrero 2016 IMAGEN 1 Para poder realizar correctamente el test el niño debe ponerse en el lugar (identificarse) de Sally. Sally no sabe que la pelota fue cambiada de lugar, por lo tanto, la respuesta correcta a la pregunta: ¿Dónde va a buscar Sally la pelota? es: Sally la va a buscar en la canasta. A partir de los 4 años los niños generalmente responden adecuadamente esta prueba. Respuestas erróneas se observan en niños con trastornos generalizados del desarrollo (TGD). EDITORIAL SCIENS // 9

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