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AAP Forense 39 - Octubre 2018

Revista de Psiquiatría forense, sexología y praxis.

Celedonio E Flores

Celedonio E Flores Enrique Santos Discépolo la mujer “dejando la puerta abierta” para hacerse la ilusión de su retorno. Luego ante la inactividad del ser (el abandonado), la cosa (el no-ser) cobra vitalidad y exhibe una bronca que adquiere animación, voluntad y acción. Así el cotorro participa de una integración absoluta con el ocupante, se encuentra “desarreglado, triste y abandonado” así como los objetos faltantes en el hogar “no se encuentran los frasquitos, con moñitos todos del mismo color” y lo que queda, la catrera se “pone cabrera” (se angustia) y “el espejo está empañado y hasta parece que ha llorado”, la guitarra está muda y la lámpara se ha negado a dar luz. Es decir, el personaje está quieto y soporta, y los objetos se hacen cargo de la situación angustiosa y se pronuncian. Si seguimos con Pascual Contursi (1924) en La cumparsita un total abandonado (no sólo por la mujer) recuerda y manifiesta lo que siente, “piensa en voz alta” y evoca que luego de prolongada soledad sigue conservando idénticos sentimientos hacia ella, “conserva aquel cariño que tuve para ti”, “siente angustias en su pecho”, la considera “pedazo de su vida” y por cuanto lugar transita, “la busca por todas partes sin poderla hallar”, para desgracia los amigos dejaron de visitarlo (quienes lo consolaban), el sol no asoma por la ventana y, para colmo, “el perrito compañero que por su ausencia no comía, también lo dejó”. Quizás la asociación con el poeta Enrique P. Maroni ha hecho que en este tango no aparezca el alcohol ni la contraprestación lucrosa de cosas materiales a cambio de amor, pero sí la presencia de sentimientos egoístas corporizados en los “amigos y el perrito”. 2. El abandonado que está solo y recuerda Así Celedonio Esteban Flores en Mano a mano recrea al hombre abandonado que se encuentra solo y recuerda “que en su pobre vida paria” la mina había sido “una buena mujer” que como buen macho le enseñó amar a tal punto que el amor que obtuvo con él “la mujer nunca más tendrá”. Con el tiempo ya ha dejado la “casa de pensión”... “ahora es una bacana”, vive con magnates en relaciones inauténtica posee dinero y lo dilapida “los morlacos del otario, los tira a la marchanta”. Posteriormente le augura con resentimiento y celos “triunfos pasajeros” y cuando la vejez la alcance, él, manteniéndose fiel a sus principios, “será su amigo y se jugará por ella” y estará presente ante cualquier requerimiento de ella “cuando llegue la ocasión”. 3. Un amigo le recrimina al abandonado Celedonio Esteban Flores (1924) escribe Nunca es tarde donde el abandonado es recriminado por un amigo “perdoná que te lo bata” que, por el amor y el cariño profesado “a la mina que te la dio por la azotea” “te viniste abajo como bafi de italiano”, cometió el acto disvalioso de dejar a su madre (ya anciana) y a una hermana, con quien compartía “los encantos del bulin”. Recepcionando los dichos del amigo, sólo atina a llorar y es nuevamente recriminado “no llores que eso no es de hombres” (por una mujer), pero sí está autorizado frente a la madre (retorno a la niñez): “anda a verla a tu viejita, dale un beso y un abrazo y llorando preguntale si te quiere perdonar”. El mensaje del amigo puede sintetizarse en la forma de manejar las secreciones humanas según el siguiente criterio: las lágrimas pueden ser derramadas por la sangre (la madre: mujer buena) pero no por el semen (la mujer: hembra mala). Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A14

Satíricamente en algunos tangos se suele tomar la partida de la mujer como un alivio, una alegría, una liberación en una especie de ‘negativo” de Mi noche triste. Esta vertiente humorística la encontramos en Victoria donde Enrique Santos Discépolo expresa: “Victoria, ¡saraca victoria!, ¡pinté de la noria!¡ se fue mi mujer!. Si me parece mentira después de seis años volver a vivir...volver a ver mis amigos... vivir con mama otra vez!..”. 4. El abandonado establece un diálogo mágico con un sendero En el tema Caminito Gabino Coria Peñaloza (1924) hace dialogar al doliente abandonado mágicamente con un sendero por donde solía transitar con la mujer: “he venido a contarte mi mal”. El desahogo se produce catárticamente con un personaje de características geográficas, como si existiera entre ellos una fantástica unidad espiritual. El entristecido le solicita a este “amigo” que si llega a verla “no le digas si vuelve a pasar que mi llanto tu suelo regó” Aquí también se puede llorar ya que el sendero es simbolizado a la madre, “ la madre-tierra”. 5. El abandonado que concurre al almacén como equivalente de un templo Juan Andrés Caruso (1924) en Sentimiento Gaucho narra la concurrencia del abandonado a “un viejo almacén del Paseo Colón donde van los que tiene perdida la fe”. El bar adquiere categoría mística, asemejándose a un templo. Uno de estos concurrentes al templo lo localiza y lo describe: “todo sucio, harapiento, borracho, sentado en oscuro rincón”. Compadecido percibe que el alma de aquel pobre poseía un secreto dolor y profetiza “es condición del varón el sufrir” (pero no debe llorar). El sufrimiento que padece quiere se haga extensivo a la ingrata “no quisiera verla nunca, que en la vida sea feliz”. Por supuesto sostiene que si algún día ella deseara volver a su lado la perdonaría ya que el abandono se produjo porque “se ha ido con el hombre que la supo seducir”. 6. El abandonado que generaliza la conducta de las mujeres Un hombre abandonado y decepcionado, describe Roberto Lino Cayol (1925) en Viejo Rincón generalizando “el mal de las mujeres, sus risas sus caricias, la farsa de su amor”. Al retornar al barrio, lo encuentra cambiado y desmejorado, su casa está en ruinas y para colmo su madre murió: “Hoy vuelvo al barrio que dejé y al campanearlo me da pena; no tengo ya mi madrecita buena, mi rancho es una ruina, ya todo se acabó” y se pregunta “dónde estará mi garçonier de lata testigo de mi amor y su traición”. 7. El abandonado al que le aparece el deseo de muerte En 1925 Enrique Pedro Maroni escribe Cicatrices donde el abandonado, manifiesta que lo único que desea es la muerte. Nos cuenta que en su rostro Gabino Coria Peñaloza Juan Andrés Caruso Roberto Lino Cayol Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A15

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