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AAP Forense 39 - Octubre 2018

Revista de Psiquiatría forense, sexología y praxis.

Se tomaba vino y caña,

Se tomaba vino y caña, se cantaba y se bailaba, salían a relucir agravios recíprocos, se jugaba a la taba y a las bochas, se discutía y se peleaba... El compadre era el rey de ese submundo; mezcla de gaucho malo y de delincuente mafioso que viene a ser el arquetipo envidiable de la nueva sociedad porteña: es rencoroso y corajudo, jactancioso y macho. De los lenocinios y piringundines el tango salió a la conquista del centro, en organitos con loro, que inocentemente pregonaban atrocidades: “quisiera ser canfinflero para tener una mina”. El crecimiento violento y tumultuoso de Buenos Aires, producto por un lado de la llegada de miles inmigrantes esperanzados con su casi invariable frustración y la nostalgia de la patria lejana, y por el otro, el resentimiento de los nativos contra esta invasión, hacen que melancólicamente el tango sintetice la historia del porteño: “borró el asfalto de una manotada, la vieja barriada que me vio nacer...”. El porteño siente que el tiempo pasa y que la frustración de todos sus sueños y la muerte son su inevitable fin y se pregunta: “te acordás hermano qué tiempos aquellos” y epiloga “esta noche para siempre terminaron mis hazañas, un chamuyo misterioso me acorrala el corazón...” y termina con siniestra arrogancia de porteño solitario “yo quiero morir conmigo sin confesión y sin Dios crucificado en mi pena como abrazao a un rencor”. El tango, por lo tanto, desde el fondo de la historia es un canto al rol de género machista pero, para que las características de este machismo perduren hay que alimentarlo, requiere de poder, de la fuerza del dinero y de prestigio, etc. La posesión machista de la mujer (de la mujer como un objeto) requiere de la posesión de los elementos mencionados. Cuando por razones personales o sociales se pierden estas fuentes de poder, también se pierde a la mujer-objeto. El macho se siente inseguro, tiene pavor al ridículo y sus compadradas nacen de la minusvalía frente a la presunta opinión desfavorable o dudosa de los otros. Sus reacciones tienen mucho de la histeria violenta de ciertos sujetos tímidos y, cuando infiere insultos de palabra o hecho a la mujer, seguramente experimenta un oscuro sentimiento de culpa por su propio descontento proyectado. Por lo tanto, el tango como una música marginal solo se ocupa de lo que le ocurre a los marginales. Es decir, solo narra la marginalidad, nada dice sobre lo que le ocurre a la gente “decente”, aunque sea de clase baja. Para la clase alta aún el tango no existía, ni para éste, la clase alta. De manera tal que las vicisitudes de la familia organizada no tenían cabida en la letra de los tangos. 1. La imagen machista La imagen machista se instala en la letra de los tangos de la llamada “guardia vieja”, es decir, la época de gestación y desarrollo de los elementos que definieron el tango. Desde el punto de vista social, el tango de la guardia vieja es, durante mucho tiempo, patrimonio exclusivo de los grupos marginales de la ciudad. El tango Don Juan, el taita del arrabal (Ricardo Podestá, 1900) fue dedicado en el café de Hansen al taita don Juan Cabello. Tiene como inspiración la zona del Retiro próxima al puerto donde se emplazaba la batería Libertad. Como en la zona se establecieron varios cuarteles aparecieron “cuartos de las chinas cuarteleras”, almacenes y piringundines de toda laya, extendidos por lo que fue el Paseo de la Alameda y luego Paseo de Julio, asiento de taitas, malevos y compadritos milongueros: “Yo soy el taita del barrio nombrado en la batería y en la Boca cualquier día se me dice ´señor´. Y si voy por los Patricios se acobarda el más valiente y estando entre mucha gente me la largo... de ´dotor´...”. La letra de El Porteñito (Angel Villoldo, 1903) dice: “Soy hijo de Buenos Aires, por apodo El Porteñito, el criollo más compadrito que en esta tierra nació. No hay ninguno que me iguale para enamorar mujeres, puro hablar de pareceres, puro filo y nada más. Y al hacerle la encarada la fileo Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A6

de cuerpo entero, asegurando el puchero con el vento que dará”. El ser “taita” (valiente y audaz) “malevo” (matón y pendenciero), “compadre” (altanero, jactancioso y ostentoso) y “rufián” (explotador de mujeres) son la suma del machismo de la época. El tango El taita (Silverio Manco, 1907) dice: “Soy el taita de Barracas, de aceitada melenita y francesa planchadita cuando me quiero lucir... Y si se trata de alguna mina, la meneguina me hago ligar. Y si se resiste en aflojar, con cachetiarla me la va dar... Soy amante de trifulcas que se arman en los fondines pero son los meneguines que me ponen altanero”. El machismo es, pues, un fenómeno muy peculiar del porteño, en virtud del cual se siente obligado a ser macho a la enésima potencia ya que el hombre inseguro vigila constantemente su comportamiento ante los demás y se siente juzgado y quizás ridiculizado por sus pares así: el “malevaje extrañao me mira sin comprender”. Ahora bien, para que exista machismo como contrapartida debe existir la “mina leal que lo alimente”. En La morocha (Angel Villoldo, 1905) se lee “Yo soy la morocha, la más agraciada. la más renombrada de esta población. Soy la gentil compañera del noble gaucho porteño, la que conserva el cariño para su dueño”. Muchas veces la “fiereza” del varón fue resaltada en las letras de los tangos como una ventaja en las relaciones amorosas. Esta situación fue en oportunidades satirizada o ridiculizada. En el tango Mi papito (Roberto Fontaina y Víctor Soliño, 1928) se le sugiere al varón “Mira José, no seas otario. No andés con vueltas y fajala, que a la mujer que sale mala pa’ hacerla andar derecha la biaba es lo mejor”. La mujer asiente y confirma la hipótesis del mal trato como reaseguro para el amor: “Yo quisiera que me casques pa´quererte, mi papito; yo quisiera que me dejes de ambulancia, mi papito, por favor”. Luego confirma la aseveración y generaliza “Yo me meto cuando encuentro un hombre fuerte; si me casca me enloquece, pero en cambio no le doy beligerancia a esos tipos que hablan de amor”. 2. El prostíbulo A principios de siglo el prostíbulo representaba el lugar donde se encontraba el sexo al estado de siniestra pureza. Si bien a partir de 1916 la mujer tímidamente comienza a escalar posiciones dentro de esta estructura social dirigida por hombres, y empieza a tener voz aunque todavía le falten muchos años para poder votar; es en el prostíbulo donde reinaba todavía. El inmigrante solitario acudía allí, más por añoranza del amor de su mujer lejana que en búsqueda de un instrumento de lujuria: “en mi vida tuve muchas, muchas minas pero nunca una mujer”. La tristeza del tango se une a la desesperanza, al rencor, a la amenaza y al sarcasmo. Hay en el tango un resentimiento erótico y un sentimiento de inferioridad, ya que el sexo es una de las formas primarias del poder. Las prostitutas tienen cierto prestigio y privilegio en el ámbito de los hombres, producto de la habilidad en el lecho y, por lo tanto, acceden a ciertos beneficios económicos que producen diferenciación con respecto a las otras mujeres, pero para ello deben prostituirse. La muchacha del barrio (básicamente “buena”) suele dar “el mal paso” en la búsqueda del “privilegio” descrito por José María Aguilar (1929) en Milonguera que dice: “Milonguera de melena recortada que ahora te exhibes en el Pigalle. Acor- Angel Villoldo Silverio Manco Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A7

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