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Farmacología Cardiovascular 32

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Publicación independiente de Farmacología y Fisiopatología cardiovascular aplicada.

farmacología

farmacología cardiovascular 32 | Noviembre de 2015 Epistemología en Ciencias de la Salud Estado y sujeto Dr. Alberto Carli Profesor Consulto de Medicina (UBA)- Director del Centro de Epistemología en Ciencias de la Salud (Facultad de Medicina, UBA). La “linealidad” que con frecuencia se manifiesta en el pensamiento de algunos profesionales de la salud nos ha llevado a escribir lo que sigue, en un esfuerzo por instalar algunas ideas tales como dialéctica y complejidad, sobre las que es nuestra intención realizar algunos desarrollos futuros. La idea de “sujeto” tiene una antigüedad de poco más de tres siglos. Su carga semántica tiene que ver con su propia historia. Se está sujeto de la cultura, del colectivo de pertenencia, de la propia existencia. Pero lo que más peso tiene se relaciona con la tensión que su sola presencia implica con su contrario, el Estado. El Estado, esa estructura que lo agobia, que lo condiciona, con la que establece relaciones que determinan su dinámica, en un movimiento pendular que se mueve entre la anarquía y el totalitarismo. Así, resulta interesante recordar los diferentes momentos históricos en que ambos contrarios, ahora coexistentes, aparecieron. El Estado, como forma jurídica superior de organización de los colectivos humanos, hizo su aparición en el siglo V a. C. Tuvo que ver con cambios ocurridos un siglo antes en la forma en que se pensaba el mundo. En primer lugar, en el siglo VI a. C. los sabios jónicos, en Mileto (Asia Menor), dejaron de considerar los fenómenos naturales como causados por los dioses y les dieron un carácter profano. En segundo lugar, adoptaron una concepción geométrica del espacio, de la geografía y la astronomía de tal manera que el mundo físico lo consideraban estructurado en relaciones recíprocas, simétricas, reversibles. Y, asimismo, cultivaban la idea de un orden cósmico que no se asentaba bajo el poder de un dios soberano sino en relaciones igualitarias entre los componentes constitutivos de la naturaleza. La conjunción de estos tres elementos dio lugar a la racionalidad griega que la diferenció del resto de las civilizaciones 1 . Estos cambios se dieron con el reemplazo de la civilización palacial micénica por el universo social y espiritual de la Polis. Advino la ciudad y no solo marcó un cambio económico y político sino también un cambio en la forma de pensamiento. Desaparecido el poder del príncipe, mediatizado por sus escribas –sus servidores, no del Estado- como figura central del poder se instaló el agora, la plaza pública en la que se daba el debate, la palabra como arma política. Esto determinó que se presentaran cambios en las relaciones interpersonales, fundadas en la simetría, en posiciones intercambiables, reversibles, sin considerar las verdades como inamovibles. Ocurrió el paso de una civilización oral a una escrita en la que las leyes fueron redactadas y publicadas. El mito, pensado como fábula, devino logos, como pensamiento válido y fundado. En fin, un cambio en la praxis social. Caído el Imperio romano de Occidente, con el incendio de Roma en el 410, por un período que se extendió hasta el siglo XV, esto es mil años, la acción del Estado tuvo algunas características que necesitamos puntualizar. El orden social estaba dado por un férreo control tanto espiritual como económico y político por la iglesia católica y el poder feudal. El catolicismo había construido todo su cuerpo doctrinario a lo largo de los tres primeros siglos de nuestra era. Los filósofos patrísticos habían debatido en esas centurias sobre el pecado, la virtud, la unidad de la Santísima Trinidad en un solo dios, la resurrección de las almas, etc. Fue San Agustín quien en sus escritos realizó la síntesis doctrinaria necesaria y acabó y publicó en el 426 su obra Ciudad de Dios. Pecador en sus primeros años, abrazó el maniqueísmo cristiano hasta que conoció los escritos de Plotino y con ellos estructuró la doctrina de Cristo como una modificación del pensamiento platónico. En el lugar en donde Platón ubicaba las Ideas y Plotino el Nous, Agustín ubicó a Dios. Necesitando entender la razón por la cual Dios, ese ser perfecto y lleno de bondad, no habría de diferenciar al fin de los tiempos, entre aquellos que salvarían su alma y quiénes no, y concluyó que el ser humano es portador de un pecado original, que ubica en el momento de la concepción humana, la sexualidad. De esta manera, estructuró una historia teleológica con un principio y un recorrido hacia un final ineluctable. Esta idea de una historia con una teleología fue recogida siglos más adelante por otros pensadores. Con esta apretada síntesis creemos haber hecho una rápida semblanza de la posición espiritual a la que se encontraban obligados los hombres y mujeres del medioevo. El poder político estaba representado por los señores feudales que llevaban las riendas de la conducción, en subrogancia de un Estado al mando de un monarca de quien eran vasallos. Esta condición de vasallaje se establecía mediante la entrega en propiedad de territorios a cambio de la colaboración tanto civil y económica como militar en defensa del reino o del imperio. La legitimación de este poder político-económico estaba a cargo de la santa madre iglesia por medio de su jefe, el papa. Como vemos, la Edad Media fue un período en el que en el plano espiritual los individuos estaban preocupados por la salvación de sus almas, los pecados, la virtud, la eternidad y otros temas relacionados. Todos circulando en el imaginario de los colectivos humanos en el marco de una estructura política como las monarquías absolutas y su vasallaje y una economía como la feudal en la que los “señores” eran quienes disponían de la vida y los bienes de sus “siervos”. Tal situación hizo decir a Michel Foucault que “antes del siglo XVIII el hombre no existía” 2 . Los siglos XV y XVI fueron años en los que ocurrieron una serie de hechos que movieron el espíritu de la época. A mediados del XV Gütenberg inventó la imprenta; en 1492 se descubrió América; entre 1521 y 1534 Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán y aparecen las iglesias protestantes; en 1543 Vesalio publicó su De Humanis corporis fabrica y Nicolás Copérnico De Revolutionibus coelestium; Kepler publicó en 1609 Nueva Astronomía en la que continuó la revolución cosmológica inaugurada por el astrónomo polaco; en 1609 Harvey descubrió la circulación de la sangre. Así como Aristóteles existió cuando, nacido en Macedonia, ya Platón había fundado su Academia en Atenas, también René Descartes vino al mundo a fines de la décimo sexta centuria, en un mundo ya preparado para sus ideas. Su cogito ergo sum - pienso luego soy- de su Discurso del Método de 1637, habla de la existencia de alguien que, en el mundo que sucintamente 1. Vernant JP. Los orígenes del pensamiento griego, Paidós, Barcelona (1992). 2. Foucault M. Las palabras y las cosas. Siglo XXI, México (1968). Editorial Sciens | 19

hemos presentado más arriba, se atreve a “ser”, a proclamar su subjetividad. Una subjetividad en el marco de una estructura estatal consituida desde el siglo V a. C., el Estado. Un Estado que, representado por subrogantes como el poder político, era fuertemente respaldado y legitimado por el poder religioso con lo que se nos evidencia la verdad de la frase de Foucault. Se habían abierto las puertas de la Modernidad. Y se inició una tensión, todavía no resuelta a la fecha, entre Estado y Sujeto. El sujeto cartesiano se ubicaba en la centralidad de la historia. La idea de Sujeto se inició con Descartes y las condiciones contextuales en que se han desenvuelto los colectivos humanos han acompañado los cambios verificados en la misma. De ellos nos interesa ocuparnos. Ese sujeto de la Modernidad apareció y bueno es recordar que, entre 1642 y 1649; ocurrió la guerra civil en Inglaterra que trajo como consecuencia el parlamentarismo con las consiguientes limitaciones del poder del monarca. Pero la consecuencia más importante del pensamiento cartesiano se dará en la centuria siguiente: en 1789, la Revolución Francesa con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Una revolución que llevará, Napoleón mediante, sus ideales al resto de Europa en la intención de lograr que ese continente “fuera un solo pueblo” en palabras del emperador francés. Así como podemos pensar en Descartes como el padre de la Revolución Francesa otro filósofo, Hegel, podría ser considerado uno de sus hijos. El 14 de octubre tuvo lugar la batalla de Jena con el triunfo de las fuerzas francesas sobre las prusianas y el 27 Napoleón entró en Berlín. En los mismos tiempos en que nuestro pensador entregaba a la imprenta su Filosofía del Espíritu. Una obra en la que va a afirmar “lo que es racional es real y lo que es real es racional” estableciendo la misma entidad para lo real y la razón. Todo tiene su razón de ser. Antes mencionamos la idea cartesiana de la existencia de un subiectum (lo que está debajo de ahí), ese sujeto que es “una cosa pensante” (res cogitans) que es capaz de pensar lo que está “fuera de él” (el obiectum, el objeto, la res extensa) y Hegel viene a modificar ese pensamiento. Para él “sujeto y objeto son una misma sustancia” rompiendo la dualidad propuesta por Descartes. Esta hermética frase la podemos entender utilizando la manera en que él mismo explicaba las categorías utilizadas por Emanuel Kant en su Lecciones sobre filosofía de la historia (1830): Kant (...) se representa la cosa sobre poco más o menos así: existen fuera de nosotros cosas en sí, pero sin tiempo y sin espacio, viene luego la conciencia, que tiene ya en sí misma el tiempo y el espacio, como la posibilidad de la experiencia, del mismo modo que, por ejemplo, para comer empezamos por tener boca y dientes, etc., como condiciones previas para realizar la operación. La analogía que presenta Hegel está comparando la existencia a priori de las categorías kantianas que permitirían que el conocimiento sea posible: así como la existencia a priori de dientes y boca permiten ingerir alimentos, la existencia previa de tiempo y espacio permiten acceder al conocimiento. Para entender que sujeto y objeto son una misma sustancia bastaría con pensar en que “somos lo que comemos” y que comemos aquello que nuestro organismo acepta. El objeto se transforma en una condición de posibilidad del sujeto, y este de aquel. Sujeto y objeto interaccionando en una relación dialéctica. Hegel entendía al sujeto no ya en el centro de la historia sino como su dueño. Las condiciones históricas así parecían mostrarlo: la burguesía había tomado el poder en Francia, sus lemas avanzaban sobre el resto de Europa, el idealismo alemán le daba a Europa la Revolución Francesa y la Reforma Luterana. Para nuestro filósofo había llegado “el fin de la historia”. Era el momento del sujeto absoluto, un sujeto al que no solo le interesaba conocer el mundo, se lo apropiaba. De esa apropiación habla la Fenomenología, del momento en que con la apropiación del Estado- representante de la voluntad general- la conciencia que ha madurado a lo largo de la historia es capaz de pensarse a sí misma, es capaz de tener lo universal dentro de sí. Y la manera en que la razón se despliega es ilustrada en su Ciencia de la lógica en la que muestra que las cosas son lo que son y en segundo lugar lo que las diferencia de las demás cosas. Cuando estamos frente a dos personas es evidente que son desiguales. Cuando Hegel piensa esta desigualdad, lo hace en el marco de la representación. Pero para nuestro filósofo “representar” es diferente a “pensar”. Y se pone a pensar que para que ambos sean desiguales, tendrán que ser iguales a sí mismos. Y entiende que “ser igual a sí mismo” lleva implícito, al mismo tiempo, “ser desiguales”. Con lo que establece la idea de contradicción. Llega a decir: “Ambos momentos, la igualdad y la desigualdad, son diferentes en una y la misma cosa”. Como se entenderá esta aceptación de la contradicción pone en cuestión el principio cartesiano de “no contradicción”. Este modo de pensar es posible extenderlo a situaciones cotidianas: existen instituciones, organizaciones, seres, en los que la contradicción no impide su funcionamiento. Y con esto entendemos haber hecho una corta pero entendible presentación del pensamiento hegeliano, el que va a influir en otras formas históricas del sujeto. En 1818 nace Karl Marx, cuando ya Hegel había publicado su Lógica (1816). Este filósofo, economista y político vivió en una Europa atravesada por conflictos sociales que lo llevaron a pensar el orden social. Mediante herramientas hegelianas planteó las carencias ontológicas del hombre real que no puede manejar las riendas de su vida. El Estado consagra derechos universales como la libertad, propiedad, igualdad y seguridad que no se condicen con los condiciones particulares de los hombres que no todos son libres, ni propietarios ni iguales ni gozan de seguridad. Esto es que presenta una contradicción cuyo origen Marx ubica en el sistema de producción capitalista. Es el sujeto alienado y plantea que esa contradicción será resuelta, en una nueva síntesis, con el socialismo. Como vimos antes Descartes le entregó la subjetividad al capitalismo naciente. Otro pensador le vino a agregar una segunda característica esencial: la voluntad de poder. Este pensador fue Friedrich Nietzche. Nacido en 1844 desarrolló lo que él llamaba “una filosofía a martillazos”. En polaridades apolíneas y dionisíacas estableció la relación entre la claridad y la belleza con lo oscuro y demoníaco de la condición humana que ha atravesado la historia. En el triunfo de la primera encuentra los orígenes de la decadencia occidental; en el éxito de la razón mostrado por el desarrollo científico del siglo XIX encuentra lo que lo lleva a afirmar que “Dios ha muerto”. La muerte de Dios nos entrega a la Nada. El nihilismo. Pero si Dios ha muerto nuestra sed de infinito y trascendencia se tornará imposible y será necesario que los hombres mismos se transformen en dioses. Y esos dioses tienen en su interior una lucha entre lo claro, lo racional con lo dionisíaco, lo inconsciente (en una clara anticipación de Freud) que se expresa en el lenguaje y así, contradiciendo a Descartes, es el pensamiento el que constituye al pensador, idea muy presente en las teorías lingüísticas contemporáneas. Sigmund Freud nació en 1856 en Moravia, actual República Checa. Este médico, en sus inicios neurólogo, encontró contradicciones entre lo que su formación le permitía entender y lo que encontraba en algunas situaciones clínicas. Como una manera de resolver esta ausencia de respuestas de su arsenal teórico a sus problemas profesionales recurrió a un tipo de inferencia (para algunos autores la única que realmente crea conocimiento) que se conoce como abducción que consiste en “secuestrar” (eso quiere decir en inglés abduction) ideas que le venían de la antropología, la historia, las leyendas, los mitos. Freud construyó 20 | Editorial Sciens

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