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Psicofarmacología 100

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Revista Latinoamericana de Psicofarmacología y Neurociencia.

Psicofarmacología 16:100, Octubre 2016 Los síntomas psicóticos de tipo esquizofrénicos que se observaron no son solo síntomas positivos (alucinaciones, delirio) si no también síntomas negativos (falta de iniciativa, retracción social, aplanamiento afectivo), así como alteraciones cognitivas (memoria, atención) y de las funciones ejecutivas. Estos síntomas pueden permanecer desde pocos minutos hasta horas y semanas en individuos sin antecedentes previos (D´Souza et al., 2009). Un estudio finlandés realizado por Miettunen, Törmänen, Murray, Jones, Mäki et al. (2008) mostró que aquellos individuos que habían usado cannabis entre los 15 y los 16 años tenían más probabilidad de presentar tres o más síntomas prodrómicos de psicosis, lo que estaba en relación directa con la dosis consumida. La exposición repetida al cannabis en adolescentes no psicóticos estaba asociada con disfunción ejecutiva y de la atención, similares a las observadas en los adultos jóvenes con diagnóstico reciente de esquizofrenia temprana. Aquellos individuos portadores de una esquizofrenia que eran consumidores de cannabis mostraron una reducción de la eficiencia de la función ejecutiva en relación con los adolescentes que solo tenían diagnóstico de esquizofrenia temprana. Esto estaría relacionado con una menor área de la superficie del córtex cingulado anterior derecho del núcleo caudado, y estas alteraciones podrían tener un rol en las dificultades para la autorregulación y la predisposición al mal uso de sustancias. Un estudio español de Mata, Perez-Iglesias, Roiz- Santiañez, Tordesillas-Gutierrez, Pazos et al. (2010) utilizando resonancia magnética estructural, en 30 usuarios de cannabis de alrededor de 25 años con un promedio de 8,4 años de consumo, sin historia de uso de polidrogas ni desórdenes mentales mostró una disminución del espesor cortical y una alteración en su plegado (girificación). El uso del cannabis puede estar involucrado con una prematura alteración del plegado cortical que se observa en edades mayores y que estaría relacionado con una alteración del neurodesarrollo normal. En esquizofrénicos, por ejemplo, se ha encontrado alteraciones en el plegado de la corteza prefrontal dorsolateral del cerebro. Los primeros estudios que refieren a las posibles alteraciones en la cognición, se realizaron en 1988 por Varma et al., mostraron que tras una abstinencia de 12 horas previas al estudio, estos individuos tenían dificultades en la estimación del tiempo y del tamaño en las pruebas de Pencil Tapping (Wasman Campos 2015). Estudios más recientes muestran alteraciones en todas las etapas de la memoria, la atención y la integración de información compleja, así como en la percepción del espacio, el sentido de sí mismo y alteraciones del comportamiento que pueden ir más allá del período de intoxicación aguda, pudiendo ser reversible entre los 28 días y los dos meses. Estos eran más persistentes cuando el consumo se había iniciado a edades más tempranas (menores de 17 años) (Fontes M A, 2011). Adolescente que consumen de bajas a moderadas cantidades de cannabis presentan también alteraciones de la atención y problemas académicos que parecen ser mínimos y que desaparecen tras la abstinencia prolongada (Pardini D. te al., 2015). Estudios realizados con resonancia magnética vieron reducción en el volumen de la materia gris y alteraciones en la estructura de la materia blanca a nivel del hipocampo, lo que estaría vinculado con alteraciones de la memoria. En modelos animales se relacionó la producción de neurotoxicidad con el uso de cannabis, sobre todo a nivel hipocampal, pero se sabe menos de sus alteraciones en humanos. Los estudios sobre las consecuencias a largo plazo del uso de cannabis en adolescentes: en el desarrollo de la cognición, de la estructura y la función cerebral (Jager y Ramsey, 2008) han concluido que la severidad de los efectos del cannabis sobre el desarrollo cognitivo está en relación con la edad de inicio y que cuanto más temprano es, hay más posibilidad de que los usuarios se vuelvan dependientes. Su nocividad dependerá de muchas variables entre las que se incluyen el interjuego que existe entre las características particulares de cada individuo previo al uso de la sustancia como son: cantidad y conectividad sináptica, estado emocional, traumas vitales, estimulación recibida durante su vida, vulnerabilidad genética al desarrollo de una dependencia, estado nutricional, edad de inicio en el consumo, siendo peor antes de los 17 años. A favor de esta última observación, hay estudios realizados con resonancia magnética estructural (Marroun H.et al. 2016) que muestran la asociación de la exposición prenatal a cannabis con incrementos en el espesor cortical, sobre todo en la corteza prefrontal, en niños. Una posible explicación de este incremento sería un desbalance producido en la maduración del desarrollo neurológico. Es posible que la exposición prenatal al cannabis tenga consecuencias nocivas selectivas en el desarrollo de las funciones ejecutivas. Los mismos autores, en un trabajo anterior, ya habían mostrado que también se relaciona con más agresividad y problemas de atención sobre todo en las hijas mujeres de madres que habían tenido consumo de cannabis durante la gestación. Una revisión más reciente vuelve a plantear la relación directa entre el comportamiento agresivo de los niños y adolescentes vinculados a la exposición prenatal al cannabis (Barthelemy O., 2016). Otros estudios la vincularon con puntuaciones más bajas en las evaluaciones de lenguaje, memoria y razonamiento abstracto/visual. Se deben considerar también en la evaluación de las alteraciones producidas por el cannabis, el tiempo que hace que se consume, si existe policonsumo con otras sustancias psicoactivas, la cantidad y las características del tipo de planta, ya que aquellas que tienen un porcentaje alto de cannabidiol (CBD) contrarrestan, en parte, los efectos deletéreos del Δ 9 THC. Un número muy importante de adolescentes en EE. UU. requirió tratamiento luego de haber fumado una variedad cuya concentración de THC es 25 veces mayor a las variedades habituales (skunk) (Rubino T., 2008). La evidencia preliminar indica que el THC agrava los efectos perjudiciales, mientras que los CBD funcionan como protectores de ellos (Lorenzetti V et al. (2016). En los últimos años se vio un marcado cambio en la composición del cannabis que se fuma habitualmete, observán- EDITORIAL SCIENS // 27

Dra. Laura Sarubbo FIGURA 6 Principales cannabinoides naturales o sintéticos FIGURA 7 Modificado de P. Lorenzo & cols. Mapas coloreados. (A) Alteraciones neuroanatómicas en usuarios de cannabis (azul-verde), relativas a sujetos de control (dos a seis estudios). (B) Mapa cerebral con la distribución regional de la densidad de receptores cannabinoides [verde oscuro-claro; rango, 40-1680 sitios de unión de densidad de receptores, medido vía técnicas autoradiográficas]. (C) Mapa binario (rojo) ilustrando la superposición de (A) y (B), incluyendo las regiones con muchos receptores cannabinoides que muestran alteraciones neuroanatómicas. (D) Mapa binario (violeta) mostrando las regiones de no superposición de (A) y (B), incluyendo las áreas que mostraron alteraciones neuroanatómicas y tienen pocos receptores cannabinoides. Modificado de Lorenzetti V et al. (2016). dose principalmente un aumento de la concentración del Δ 9 tetrahidrocannabinol (THC) y una disminución de la cannabidiol (CBD). Este último fue, durante muchos años, considerado como paso intermedio en la síntesis del THC y hoy se sabe que son dos sustancias producidas de manera independiente en la planta. El CBD con una gran afinidad por el receptor de CB2 actúa como antagonista alostérico del CB1 y, en consecuencia, altera los efectos psicoactivos del THC, parece ser el responsable del alivio de las convulsiones, inflamaciones, ansiedad y náuseas. El CBN es un psicoactivo leve cuya afinidad es superior en el caso del receptor CB2 y baja en el CB1 (Valverde O. et al, 2009) (Figura 6). La acción de los cannabinoides altera no solo la funcionalidad si no también la neuroanatomía de las regiones con alto contenido de CBr como son: el hipocampo, la corteza prefrontal, la amígdala, el cerebelo (Lorenzetti V et al. (2016) (Figura 7). Con respecto al uso ocasional de cannabis, un estudio de cohorte realizado durante 10 años en Australia investigó 1 943 estudiantes secundarios cuyas edades oscilaban entre 14,9 y 24 años (Degen-hardt, Coffey, Carlin, Swift, Moore et al., 2010) Sus resultados mostraron que los adolescentes que continuaron con el uso ocasional de cannabis tenían un mayor riesgo de uso de tabaco, alcohol y otras drogas, así como menos probabilidades de concretar estudios superiores, y que aquellos que lo usaban semanalmente tenían mayor riesgo de uso de sustancias psicoactivas en la adultez. Kendler, Schmitt, Aggen y Prescott (2008) investigaron las influencias genéticas y ambientales del alcohol, nicotina, cafeína y cannabis en la etapa que va de la adolescencia temprana a la adultez. Su conclusión fue que los factores genéticos tienen poca o ninguna influencia en el consumo de sustancias psicoactivas en la adolescencia temprana, y que su efecto va aumentando con la edad. Por lo que, la iniciación está relacionada con factores ambientales, mientras que la progresión al abuso y dependencia está asociada a factores de vulnerabilidad neurobiológica. En la adolescencia, la maduración del sistema nervioso alcanza a los sectores más especializados del desarrollo cognitivo dando lugar a habilidades como son: la elaboración de proyectos con la peculiaridad de que se tendrán en cuenta los pro, los contra y la posibilidad de incluir opciones de conducta ante diferentes situaciones. En algunos adolescentes puede verse un desarrollo más temprano de estos sectores, por lo que tendrán menores conductas de riesgo. El sistema límbico madura más tempranamente, lo que está en relación con conductas impulsivas. El consumo de sustancias tóxicas, para el sistema nervioso en los adolescentes, determinará alteraciones en este difícil equilibrio que podrán producir deficiencias, inclusive permanentes. En esta etapa se producen, además, cambios marcados en los ritmos circadianos que no son acordes a los impuestos por la educación secundaria a los que se le suman el uso de alcohol, tabaco y estimulantes que harán más difícil la adecuación de sus conductas a las exigencias contextuales. A su vez, el cerebro adolescente experimenta cambios marcados en la estructura y función de los circuitos involucrados en la búsqueda y en la obtención de recompensas. Esta per- 28 // EDITORIAL SCIENS

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