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Psicofarmacología 61

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Revista Latinoamericana de Psicofarmacología y Neurociencia.

Dra. Mónica Alonso Por

Dra. Mónica Alonso Por su parte, Uta Frith publicó, nuevamente sobre la base del estudio por imágenes y de casos de lesiones cerebrales adquiridas más hallazgos neuroanatómicos, una comunicación que tiene muchos puntos de contacto con el trabajo de Jeannerod, así como otras precisiones e hipótesis sobre el sustrato neural de la mentalización que, recordémoslo una vez más, involucra tanto fenómenos de autoconciencia como de discriminación propio–ajeno o entre objetos entre sí. Los estudios por imágenes sobre los que se basa permiten realizar comparaciones de patrones de activación cerebral entre grupos de pacientes autistas de alto rendimiento o con síndrome de Asperger y sujetos normales, durante la realización de “tareas de mentalización” (escuchar historias paradigmáticas, ver historietas o secuencias de fotos, etcétera). En sujetos normales se identifica la activación de las siguientes áreas: corteza prefrontal medial (parte más anterior de la corteza paracingulada), la intersección temporopariental en el tope del giro superior temporal (más del lado derecho) y el polo temporal adyacente a la amígdala (más a la izquierda) (17, pág. 974). “¿Por qué estas particulares regiones y qué es lo que ellas tienen en común? Claramente el sistema identificado es a medida para el procesamiento de las intenciones de los agentes biológicos” [...] “el mismo espacio de la región medial frontal también es activado por tareas que implican el conocimiento en sí mismo” [...] “el sulcus temporal superior, principalmente el derecho, también es activado por tareas que requieren detección de agentes biológicos”. Las activaciones son mostradas con distintos estímulos como caras (Kesler – West y col., 2001), habla (Belén y col., 2000), claves multimodales (Kawashima y col., 1999) y claves contextuales de intención (Toni y col., 2001). Otros estudios sugieren que los polos temporales, marcadamente en la izquierda, también son activados cuando hechos de otros agentes y de sí mismos son recordados, por ejemplo caras y escenas familiares (Nakamura y col., 2000) y estímulos de emocionalidad familiar en distintas modalidades (Dolan y col., 2000)” (17, pág. 975). Las tareas de reconocimiento de estados emocionales por expresión facial mostraron activación de la amígdala. También la evaluación de lo anatomopatológico involucra a esta estructura en los procesos descriptos. La clínica de las lesiones cerebrales adquiridas indicó que la integridad del lóbulo frontal es crítica, aunque no suficiente, para la mentalización. Uta Frith acepta que estos indicios, si bien orientan sobre las estructuras cerebrales implicadas en la mentalización no la explican, pero advierte que “la corteza paracingulada es una promisoria candidata para el crítico paso hacia la evolución de la mentalización. Primero, es activada durante la atribución de estados mentales a otros y durante el monitoreo de los propios estados internos. Segundo, lesiones en esta área han sido asociadas con fallas en la mentalización. Tercero, funciones y estructuras anormales han sido demostradas en individuos autistas en esta región” (17, pag. 977). Frith, al igual que Jeannerod, se refiere a los experimentos con monos, señalando que la aparición de neuronas en espejo presentes en los macacos y en el hombre, y las neuronas candelabro sólo presentes en la corteza anterior cingulada de los monos bonobos y chimpancés, además del hombre, constituyen un “salto evolutivo” en la adquisición de la mentalización. Las primeras como un mecanismo evolutivo temprano, que permiten computar no sólo el cómo hacen otros las cosas sino con qué intención. (17, Pág. 977) Y, con respecto a las otras, expresa: “Mientras la función de las células candelabro es todavía desconocida, es notable que su aparición coincida con la observación de una incipiente mentalización en chimpancés y bonobos, pero ausencia de mentalización en monos” (17, pág. 977). Procesamiento de las emociones y mentalización El procesamiento de las emociones es uno de los puntales de la producción de mente. En concordancia con ello, se podría esquemáticamente decir que toda información que deba ser procesada por el cerebro tiene un aspecto aprehensible cognitivamente y una implicancia afectiva. El estímulo más simple, por ejemplo un sonido, además de ser reconocido como tal, y ser identificada su fuente, puede asustarnos porque lo relacionamos con peligro, o alegrarnos porque nos anuncia la llegada de quien esperamos, etcétera. Es evidente que poco aportaría la aprehensión cognitiva de un estímulo al procesamiento global, sin esta función contextualizadora del procesamiento de las emociones. A continuación se esquematiza este procesamiento, tomando como base al artículo del Dr. Sebastián Alvano (2001) (18). En el esquema figuran las estructuras involucradas y sus recíprocas conexiones. En virtud de la síntesis no se describirá la dinámica, pero sí se destacará el papel de la amígdala, del hipocampo y de las conexiones entre estructuras: “Según mencionamos el complejo nuclear amigdalino, ubicado en la porción mediodorsal del lóbulo temporal, es la parte del sistema límbico más específicamente involucrada con la coordinación entre las distintas áreas encargadas de la expresión y la experiencia emocional. Considerables experiencias indican que es la amígdala, y no el hipocampo como pensaba Papez, la responsable de coordinar la activación entre las regiones encargadas de la expresión somática de la emoción (hipotálamo y núcleos del tronco encefálico) y las áreas neocorticales que están involucradas en el proceso con- . FIGURA 3 Vías sensoriales (táctil - auditiva - visual - somática) Tálamo Cortezas primarias (visual - auditiva - somatosensitiva) Cortezas de asociación unimodal (visual - auditiva - somatosensitiva) Cortezas de asociación multimodal Amígdala (área parieto-témporo-occipital - corteza de asociación límbica - corteza de asociación anterior - corteza prefrontal) Áreas relacionadas con la acción y la expresión de las emociones (principalmente amígdala) Área/s de asociación polimodal Corteza parahipocampal Hipocampo 16 // EDITORIAL SCIENS

Psicofarmacología 10:61, Abril 2010 ciente, encargado de la experiencia emocional (formación del hipocampo. el cíngulo y la corteza frontal)” (18, pág. 6). Papel del hipocampo: en la última década esta estructura cerebral, clásicamente vinculada con la función de la memoria, fue involucrada en diversas situaciones clínicas como el estrés, la depresión, la senilidad, la demencia y los trastornos de aprendizaje, entre otros. En cuanto a de qué forma intervendría en la formación de la memoria, está establecido que participa en la formación y consolidación de la memoria declarativa. Alvano define a esta última de la siguiente forma: “Nuestros recuerdos se deben a una red intrincada de imágenes y asociaciones, creadas por nosotros, que constituyen un registro de nuestras experiencias personales y que se actualizan continuamente a través de una organización activa de nueva información dentro del contexto anterior. Este tipo de memoria se denomina “memoria declarativa” y es, por consiguiente, un proceso multifacético que relaciona una “representación episódica”, entendida como un patrón de encendido neuronal que pone en código la sucesión de eventos que componen una experiencia única y personal, con nuestro archivo “de conocimiento semántico”, una organización de verdadera información independiente de los conocimientos específicos en que esa información fue adquirida” (18, pág. 8). El circuito dentro del cual tiene lugar este proceso se ilustra en la figura 3. La información parte de las áreas de asociación polimodal que han reunido lo procesado por las áreas primaria y de asociación unimodal y de allí es proyectada a los distintos sectores de la región hipocampal (incluidas las cortezas perirrinal y entorrinal). De lo cual resulta que la región parahipocampal es un sitio de entrada cortical, distribución de eferencias corticales al hipocampo, a la vez que una vía de salida. Una vez que llega al hipocampo, la información “permanece” en esa estructura por un plazo determinado (días o semanas), donde es altamente procesada, sufriendo además el agregado de información adicional (red de asociaciones) y, luego, de forma lenta y gradual, es reenviada al parahipocampo y, de allí, a las cortezas asociativas polimodales donde quedará integrada a la red de conocimientos previos y definitivamente almacenada. A la luz de esta descripción es sencillo inferir que las funciones hipocampales de almacenamiento transitorio, que ordenan, enriquecen y contextúan la información, a la vez que ésta es gradualmente integrada a una base general de datos, constituyen el proceso por el cual emerge el sentido de los eventos y datos recogidos por el aparato mental. Es más, la secuencia descripta y sus efectos podrían homologarse a lo que, en su libro de 1989, Uta Frith llamaba “fuerza de cohesión”, a la cual identificaba como un fenómeno de procesamiento “superior” que mantenía la coherencia general de los procesos mentales, facilitando en los sujetos normales las tareas que exigían contextualizar, asociar, etcétera, y que contrasta con lo observado en los autistas. Otra inferencia posible es que, tanto la amígdala como el hipocampo, como todas las estructuras del sistema límbico, al procesar las emociones toman a su cargo una parte del procesamiento global que tiene que ver con lo propio y peculiar de cada individuo, con la significación que los eventos puntuales tienen para él (amígdala) tanto como la resignificación que adquirirán al ser integrados a la trama de su historia (hipocampo). Por eso mismo, son estas estructuras las que configuran una vía de acceso posible a una “remodelación” de la trama de sentido preexistente (psicoterapia, fármacos, etcétera). Inervación serotoninérgica: las estructuras mencionadas en el procesamiento de las emociones reciben esta inervación proveniente de los núcleos del rafe. La relevancia de este dato, sobre el que volveremos, es que existen evidencias, procedentes de diversas fuentes, de que alteraciones del sistema serotoninérgico están involucradas en un amplio espectro de patologías afectivas, e indican la posibilidad de que exista cierta anormalidad química, como “una característica de rasgo” que aumente la vulnerabilidad a padecer estos cuadros. Indicadores biológicos del autismo Factores genéticos Sobre la base de estudios en gemelos y estudios familiares, luego de décadas de búsqueda del gen o los genes que pudieran ser identificados como causa del autismo, el consenso actual se orienta a considerar que los factores genéticos podrían explicar un porcentaje no establecido de los casos, aunque sí se observa una alta heredabilidad del trastorno en los estudios mencionados. Esta heredabilidad no corresponde al simple patrón mendeliano sino a un patrón poligénico. Es decir “... la genética del autismo es compleja; múltiples genes interactúan unos con otros y posiblemente también interactúan con factores de riesgo ambientales” (19, pág. 8). También existen indicadores estadísticos de que los familiares no autistas de estos pacientes tienen frecuentemente alteraciones cognitivas y sociales. Asimismo, y en concordancia con otros datos que iremos ensamblando, entre los autistas y sus familiares directos se ha observado una alta incidencia de niveles patológicos de serotonina en sangre. Justamente uno de los “cromosomas candidatos” vinculado con mayor insistencia al autismo es el cromosoma 17, específicamente la región del gen que codifica el trasportador de serotonina. Por otro lado, otros candidatos muy presentes en la literatura investigada son el 15 (la región que expresa la subunidad del receptor Gaba A GABRB3); el 7 y el 1. Hasta el momento se contabilizan treinta “marcadores cromosomales” para esta enfermedad (19, pág. 7). Últimamente se publicaron hallazgos relativos a dos nuevos “genes candidatos”, que se citan aquí por su relación con otros indicadores biológicos (19), (20) y (21). En un caso se trata del gen reelin y la secuencia que generó este descubrimiento fue la siguiente: el Dr. Karl Reicheet, de Oslo, publicó en 1999 que encontró elevados niveles de un tripéptido conformado por ácido glutámico, triptofano y glicina en el plasma de un número significativo de autistas. Este tripéptido tiene la particularidad de ser un potente estimulador de la recaptación de serotonina en plaquetas. Reicheet comunicó sus resultados al Dr. Flavio Keller, de Roma, quien comenzó a buscar una correlación entre el tripéptido y los niveles de serotonina en autistas y normales. Keller encontró que el tripéptido era sintetizado por la llamada proteína reelin. Se trata de una “señal proteica” que desempeña un papel crítico en la migración de varios tipos de neuronas y en el desarrollo de conexiones neurales. Existían estudios previos a esta investigación que vinculaban la proteína reelin a la esquizofrenia. También un modelo de experimentación animal, “el ratón reelin”, que tiene una deleción del gen reelin y características conductuales homologables a las de los autistas. Pero las mayores coincidencias son hallazgos neuroanatómicos: en el SNC de estos ratones, al igual que en el de muchos autistas, según se verá más adelante, se observa dis- EDITORIAL SCIENS // 17

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