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Psiquiatría 16

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Revista Latinoamericana de Psiquiatría.

Psiquiatría 4:16, Noviembre 2011 Responsabilidad en salud mental y la ley 26657: ¿Quién paga los platos rotos? Sftqpotjcjmjuz!boe!Mbx!37768;! Xip!xjmm!qbz!uif!dpotfrvfodft@ Prof. Dr. Andrés Alberto Mega Psiquiatra Forense C.S.J.N. Ex-Presidente de Millennium Fundación Psiquiátrica amega@intramed.net.ar Algunos comentarios preliminares Ya bien entrado el siglo XXI, resulta claro que la humanidad no ha podido despojarse de una buena cantidad de prejuicios y preconceptos, que resultarían prima facie claramente obsoletos en esta época de maravillas tecnológicas y notorios avances científicos pero sin embargo, profundamente arraigados en el locus niger, el lugar más oscuro de la mente de miles y miles de personas. Uno de estos prejuicios guarda una relación estrecha con la salud mental, y más precisamente, con la expresión más grave de la enfermedad mental, vulgarmente, la locura. Este prejuicio, pese a millones de pacientes rehabilitados en sentido contrario que hacen vidas productivas, afirma que “la locura no se cura, y si se cura, poco dura”. Y si a este respecto hicieran falta pruebas ad effectum videndi, a los fines de ser vistas, bástenos extender un mapa de cualquier urbe importante de este planeta, y observar cuán periféricamente de cualquiera de estas ciudades azarosamente elegidas, encontramos tres espacios rechazados y que "deben" ser ocultados de la visión pública. Ellos son los cementerios, las cárceles, y lógicamente, los manicomios. Lo cierto es que por una multiplicidad de factores que no explicaré aquí, debido a no ser el tema central de análisis de este comentario, la psiquiatría llegó tarde a la hora de ser considerada ciencia, siendo un poco "La Cenicienta" en la medicina del mundo occidental. Aún hoy, en numerosas instituciones médicas, el psiquiatra sigue siendo observado con cierta reluctancia por otros especialistas, como si en rigor fuera menos médico que el resto. ¿Qué esperar entonces del público en general, cuya imaginación, abrevada en cientos de series, películas, libros y otros medios de comunicación, ha consumido horas de un mensaje lleno de un arraigado prejuicio, destinado a vender historias terroríficas sobre despiadados psiquiatras y sus pobres víctimas-pacientes. Lo único que ha logrado esta parafernalia mediática, ha sido profundizar el temor y desconcierto en la gente, aún en aquella realmente necesitada de asistencia psiquiátrica, la que merced a este siniestro mensaje evitará la consulta a tiempo con el profesional, con los previsibles resultados desastrosos en su salud, medio familiar y patrimonio. Ahora bien, se produce en Argentina un hecho que en principio parecía auspicioso, es decir, que nuestros representantes en el Congreso Nacional se EDITORIAL SCIENS // 7

Bajo la publicitada redacción del psicólogo Ariel Gorbacz, diputado por la provincia de Tierra del Fuego, se presentó el proyecto de Ley de Salud Mental, con el completo desconocimiento y sin la participación de ninguna Facultad de Medicina del país. dedicaran a tratar una Ley de Salud Mental, la 26657. En principio, esto era un gran avance. ¿Lo era en realidad? Un difícil nacimiento Bajo la publicitada redacción del psicólogo Ariel Gorbacz, por entonces diputado del ARI de la provincia de Tierra del Fuego, se presentó en la Cámara de Diputados un proyecto de Ley de Salud Mental. La realidad de la historia muestra que este proyecto se eleva con el completo desconocimiento y sin la participación de ninguna Facultad de Medicina del país, y sin la consulta a las dos representaciones más importantes de psiquiatras, la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP). Aparentemente, a ninguno de los diputados se les ocurrió que era necesaria la presencia y participación de médicos psiquiatras en este punto, y tan triste como rápidamente, el proyecto recibió media sanción en conjunto con otros cuatro -que ninguna relación tenían con la Ley de Salud Mental- a libro cerrado y sin siquiera haber sido leída. Así, de este modo tan singular, pasó este proyecto a la Cámara de Senadores. Fue recién en ese momento en que las Asociaciones de Psiquiatras tomaron conciencia de la urgencia y gravedad de la situación. En la Cámara de Senadores, pese a la promesa de algunos apoyos de senadores para oponerse a este proyecto, recibió la media sanción correspondiente convirtiéndose en Ley, con escasos comentarios y casi sin debate. Fue notorio, en los meses siguientes, un despliegue nunca visto de recursos para generar en todo el país, desde el norte hasta el sur, numerosas reuniones, artículos periodísticos y comentarios por todos los medios disponibles con el objeto de la promoción de esta Ley, coronándola con elogios por un sinnúmero de funcionarios, por su aporte a los derechos humanos, y que a la fecha, noviembre de 2011, sigue sin ser reglamentada. La realidad de la Ley 26657 No haré comentarios sobre la base ideológica imperante en el texto aludido, ya que la producción de todo texto legal tiene una visión y una perspectiva ideológica sobre una situación determinada. De la misma manera que las cajas chinas, o las matrioskas rusas, una cosa es la cobertura de la ley, es decir, la defensa de los derechos humanos del paciente, circunstancia con la que no existe psiquiatra en la Argentina que disienta en la actualidad, y otro tema muy diferente, sacando esta epidermis, es la ideología subyacente. En efecto, y pese a tibios intentos de desmentida en contra, la ley 26657 denota un decidido perfil antipsiquiátrico, expresándose en la redacción de artículos como el 12, donde prácticamente acusa a los psiquiatras de utilizar la medicación psiquiátrica como castigo de los pacientes, amén de los confusos artículos del 14 al 28, entre los cuales se asimila una internación a una detención penal, como si ya hiciera falta insistir sobre el prejuicio de una medida médica imprescindible en ciertos casos. ¿O acaso hay reclamos por contener físicamente a pacientes en unidades de terapia intensiva, que además, están desnudos? Ahora bien, sería digno de una ingenuidad propia de otras causas, interpretar que toda esta presentación resulte ex nihilo, de la nada. Hecha por un psicólogo, una de sus intencionalidades es proveer de fuentes de trabajo a más de cien mil psicólogos graduados que hay en el país, cuando sólo hay seis mil psiquiatras ejerciendo. Pero vuelve a incurrir en errores, producto seguro del apuro en su redacción, porque cuando en el artículo 8 y 13 pretende equiparar las diferentes incumbencias, lo hace manu militari, sin discusión ni debate, y se olvida de modificar la ley 17132/67, que es la ley de ejercicio de la medicina y actividades de colaboración, y la ley de ejercicio de la psicología. Resulta claro reconocer, como se explicara en los comentarios preliminares, que la psiquiatría moderna tiene un pasado complejo. Muchos pacientes esquizofrénicos, delirantes y bipolares murieron inútilmente en hogueras, pensando los científicos de los siglos XVI y anteriores que estaban poseídos por el demonio. El siglo XVII vio muchos pacientes en penosas condiciones de encierro, muriendo miserablemente, y el XVIII observó muy pocas mejorías, siendo lo más avanzado registrado en el siglo XIX y el pasado siglo XX. Pero los psiquiatras contemporáneos no pueden ser livianamente declarados culpables de los errores de sus 8 // EDITORIAL SCIENS

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