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Psiquiatría 17

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Revista Latinoamericana de Psiquiatría.

Psiquiatría 5:17, Marzo 2012 Editorial Dra. Débora Serebrisky Médica Especialista en Psiquiatría, Universidad de Buenos Aires, Unidad Académica Htal Moyano. Presidente del Capítulo de Drogodependencia y Alcoholismo de APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos). Vice-Directora de la Edición Argentina de la Revista Iberoamericana Eradicciones. Miembro de BIO&SUR, Asociación Civil para el Desarrollo de la Bioética. Graduada de la Maestría Interdisciplinaria en la Problemática del Uso Indebido de Drogas, Centro de Estudios Avanzados, Universidad de Buenos Aires. Co-Directora del curso de adiccionología en Rosario (Anima Salud). Co-Directora de la carrera de Especialista en Seguridad, Universidad de la Matanza. ¿Qué tenemos que ver nosotros como sociedad, con los trastornos de la personalidad? “La personalidad es el individuo socializado”. David Émile Durkheim Los trastornos de la personalidad (TP) se definen como patrones persistentes de percepción y comportamiento que se manifiestan en la forma de percibir el mundo, relacionarse con los demás, pensar y sentir. Los TP deben distinguirse de los rasgos de personalidad que no alcanzan el umbral para un trastorno de la personalidad. Los rasgos de personalidad sólo se diagnostican como TP cuando son inflexibles, desadaptativos y persistentes, y ocasionan un deterioro funcional o un malestar subjetivo significativo. Los TP tienen una prevalencia entre el 0,5% y el 3% de la población general y entre el 3% y el 30% en poblaciones psiquiátricas y de tratamiento ambulatorio (1). Las cifras de prevalencia son muy variadas, lo cual no facilita sacar conclusiones válidas. Es probable que estos trastornos estén sub-diagnosticados, sea porque los pacientes no consultan (son egosintónicos) o porque los profesionales de la salud no los diagnosticamos. Pero no debemos olvidar que los TP, como grupo, están entre los trastornos más frecuentes que tratamos los psiquiatras, y deberían evaluarse en todos los pacientes psiquiátricos, dado que su presencia puede influir en el curso clínico y tratamiento de los trastornos del Eje I, que constituyen, habitualmente, el principal motivo de consulta. En cuanto a la etiopatogenia, existen pocas evidencias confiables en relación a las posibles causas y evoluciones de estos trastornos, de hecho, existe mucha mayor teorización que datos válidos y confiables. Por supuesto, cada enfoque psicoterapéutico enfatizará el ángulo consistente con su teoría: dinamismos inconscientes, esquemas cognitivos subyacentes, disposiciones genéticas, etc. De éstas, quien cuenta a la fecha con un mayor respaldo en las evidencias, es la influencia etiológica de las disposiciones genéticas de estos, el que cuenta a la fecha con un mayor respaldo en las evidencias, es el de la influencia etiológica de las disposiciones genéticas; se estima que alrededor del 50% de los rasgos de personalidad deriva de factores genéticos (2). Sin embargo, es importante tener en cuenta que el factor social es más difícil de evaluar. Theodore Millon, quien se ha dedicado al estudio de estos trastornos, señala que “en el estado actual de la psicopatología clínica… no se han desentrañado las complejas e interrelacionadas redes causales que subyacen a los trastornos de personalidad” (3, p. 141). Tal afirmación resulta comprensible si consideramos los deficientes datos empíricos y las divergencias teóricas en torno al concepto mismo de personalidad, al desarrollo de la personalidad, a la relación personalidad psicopatología y al proceso de gestación de los TP. La palabra personalidad etimológicamente proviene de la palabra persona (prosopón en griego) y significa "máscara"; se define como la organización dinámica dentro del individuo, de aquellos sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento característico. Es el resultado EDITORIAL SCIENS // 7

de la interacción de la herencia genética y el ambiente, por el aprendizaje social y las experiencias personales. De modo que podemos suponer que los cambios sociales fueron moldeando distintos tipos de personalidades prevalentes en diferentes contextos históricos. El Yo medieval era asimilado al rol sociolaboral, en el que el sujeto sabía quién era en función de la clase en la que había nacido; desde sus primeros días de vida el individuo sabía dónde estaba, tenía gran seguridad en la firme pertenencia al grupo y era relativamente fácil ubicarse en la vida y respecto de uno mismo, dado que el orden social prevalecía sobre los particulares (4). La revolución industrial permitió la movilidad vertical, la responsabilidad de ascender o descender, la pérdida de la situación en cuanto miembro del grupo; los fines objetivos ya no eran obvios y la atención se centró en uno mismo como agente de su propio destino. De esta manera, el horizonte de la vida dependía de sí mismo y el problema primario pasó a ser la lucha por ser alguien. Pero al ganar la libertad también se perdió la seguridad. En un contexto posmoderno la preocupación por la imagen ha sido la regla y no la excepción. No es raro que estas preocupaciones, propias de la época, lleven a la patologización; el yo vacío, el odio a sí mismo, la incapacidad para amar, la hostilidad, el temor al fracaso, la idolatrización de totems corporales y la excesiva necesidad de controlar. La imagen que uno tiene de sí mismo y para los demás está tan sustentada actualmente en la corporalidad que fácilmente podría conducir al intento de control (a través de dietas extremas, cirugías plásticas y otras conductas semejantes) para cambiarnos y ser otros. Buscar otro cuerpo para dejar de ser un Yo inaceptable e inseguro para el propio sujeto y conseguir una identidad valiosa, se ha convertido en el proyecto existencial de muchos seres humanos. La adolescencia sería el lugar común de los más graves trastornos psicológicos dado que es el momento clave de la formación de la persona que pugna entre el reconocimiento y la sensibilidad a la crítica, en medio de conflictivos roles sociales que resolver y con un ambiente posmoderno que inserta valores inalcanzables, pudiendo crear personas inseguras y hostiles. Los cambios sociales y de costumbres se producen en la actualidad con suma rapidez y generan un gran relativismo moral que afecta a todas las áreas de la sociedad, los fallos en los roles familiares que crean dificultad para encontrar modelos adultos de referencia, potenciando falsos modelos en los que se valora, sobre todo, el dinero y el éxito, el mundo competitivo, la convivencia con otras culturas, el estrés y el exceso de información en edades en las que la falta de madurez impide discernir de forma adecuada, y la facilidad de acceso a sustancias adictivas, causas todas ellas que afectan de una forma especial al individuo en su adolescencia, etapa de la vida en que estos trastornos se manifiestan. Hoy en día muchos profesionales de la salud mental refieren un aumento en la prevalencia de los TP de una forma generalizada en nuestra sociedad, y cabe suponer una relación entre este aumento y los factores desencadenantes de tipo social. Por otra parte, personalidad y psicopatología se afectan y alteran mutuamente, en una interacción compleja que se desarrolla a través del tiempo (5, 6, 7). Más allá de discrepancias conceptuales como las explicitadas, pareciera ser una especie de lugar común el señalar que los TP representan para los profesionales un notable desafío. Un desafío en el ámbito de la etiopatogenia y un desafío en el ámbito terapéutico. Por eso hemos elegido este tema, con la esperanza de ayudar a nuestros colegas a afrontar mejor esta problemática tan compleja. Referencias bibliográficas 1. Bagladi, V.: Trastornos de la Personalidad y Psicoterapia Integrativa en Opazo, R. y Fernández-Alvarez, H. La Integración en Psicoterapia: Manual Práctico. Paidós. Barcelona. 2004. 2. Bouchard, Th.: Genes, Environment, and Personality. En Ceci, S. y Williams. Ed. The Nature-Nurture Debate. The Essential Readings. Blackwell Massachussets, 1999. 3. Millon, T: Personologic Psychotherapy; ten commandments for a Postecletic. Approach to Integrative Treatment. Psychotherapy 1988, Vol 25: 209-219. 4. Bruckner, P. (1996). La tentación de la inocencia. Barcelona: Anagrama. 5. Pervin, l. y John, O. (Eds.): Handbook of Personality. New York. Guilford Press. 1999. 6. Kendler, K., Silberg, J.L.., Neale, M.C., Kessler, R.C.,Healt, A.C., & Eaves, L.J.: The family history method: whose psychiatric history is measured? American Journal of Psychiatry, 1991, 148(11), 1501-1504. 7. Wachtel, P.: From Eclecticism to Synthesis: Toward a More Seamstress Psychotherateutic Integration. Journal of Psychotherapy Integration. 1991. 8 // EDITORIAL SCIENS

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