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Psiquiatría 2

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Revista Latinoamericana de Psiquiatría.

Psiquiatría 1:2, junio 2008 edi torial Prof. Dr. Alberto Monchablon Espinoza Médico Psiquiatra, Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctor en Medicina, Universidad de Buenos Aires (UBA). Médico Legista, Universidad Católica de Salta. Jefe del Departamento de Docencia e Investigación, Hospital Braulio Moyano. Director de la Carrera de Especialistas en Psiquiatría de Adultos, Unidad Moyano, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires (UBA). Profesor Regular Adjunto a/c, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires (UBA), a cargo Unidad Académica Moyano. Vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP). Vicepresidente de la International Wernicke-Kleist-Leonhard Society El examen psiquiátrico En la actualidad el examen psiquiátrico sigue siendo el pilar diagnóstico en la Clínica Psiquiátrica. Siempre se ha dicho que la clínica es soberana y creo que este paradigma tiene plena vigencia. Los pilares de este examen son la psicosemiología clásica que debe llevar a un diagnóstico presuntivo y establecer diagnósticos diferenciales. El inconveniente que ha surgido en la última década es que este examen se apoya en diagnósticos operacionalizados tipo encuestas con listados de síntomas, donde se mira más a un monitor que a la mirada del paciente, tan rica semiológicamente. Es cierto que por no disponer de una formación uniforme y una supervisión constante surgen a veces diagnósticos erróneos. Este hecho ha sido más tajante en la comunidad psiquiátrica estadounidense, los grandes creadores de estos listados de síntomas y árboles diagnósticos para todas las enfermedades mentales, apoyados en la opera magna que es el DSM IV TR, que pretende ser, además, un tratado de Psiquiatría, Semiología y Psicopatología al mismo tiempo y, como sabemos más de uno abreva de esta fuente de una manera única, quizás los más jóvenes. La persona a quien entrevistamos, si se me permite esta analogía simplista y reduccionista, es como una moneda de dos caras; una mira hacia el cerebro, la otra al psiquismo. Desde que el cerebro ingresó en la Psiquiatría surgió entonces la necesidad de incorporar, por un lado, las neuroimágenes y, por el otro, el psicodiagnóstico tradicional y el neuropsicológico. Pero esta moneda en cuestión, bifronte, navega en un contexto familiar, vincular, social y cultural. De ahí la importancia de tener siempre en nuestra historia clínica, el documento más esencial, un psicodiagnóstico familiar y social del paciente. Obviamente, debe incluirse el examen neurológico y toxicológico del mismo con todos los demás exámenes correspondientes. El estudio PNIE alude al examen psiconeuroendocrinológico. Con toda esta información el diagnóstico y el tratamiento definitivo surgirán del examen psiquiátrico. Debemos, por otra parte, tener presente, en mi opinión, que no hay dato de laboratorio, neuroimagenológico o psicodiagnóstico que sea específico de una determinada enfermedad mental, todo debe remitirnos al examen psiquiátrico. Esto es también altamente válido para enfocar una pericia psiquiátrica y defenderla en la Justicia. Esta mirada sobre el examen psiquiátrico, tal cual se ha presentado aquí, llevará rápidamente a sostener que es la mirada de la Psiquiatría basada en la experiencia en contraposición a la Psiquiatría basada en la evidencia. De acuerdo. Tendrá que suceder en el futuro una convergencia y una complementación que creo, será inevitable. Prof. Dr. Alberto Monchablon EDITORIAL SCIENS // 5

Ética y Salud ética Dra. Fabiana Materazzi Jefa de trabajos prácticos en la materia Salud Mental, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires (U.B.A.). Docente en clínica psiquiátrica y urgencias psiquiátricas, en el Curso Superior de Psiquiatría. Unidad Lanari. Facultad de Medicina, U.B.A. Lic. Cohen Ester Profesora titular de Filosofía, Epistemología y Metodología de la Investigación en Curso Superior de Médico Especialista en Psiquiatría, Unidad Lanari, UBA. Profesora titular de Filosofía en la Maestría Interdisciplinaria en Uso Indebido de Drogas, Facultad de Psicología, UBA. Profesora en el Seminario de Filosofía para presos en Unidad 24 del Servicio Penitenciario de la Prov. de Bs. As. "Nada menos superfluo que enseñar las opciones y los valores de la libertad si se quiere educar a seres humanos libres. El problema es: ¿cómo hablar de ética a los adolescentes, sin incurrir en la simple crónica de las ideas morales o en el adoctrinamiento casuístico sobre cuestiones prácticas...” Ética para Amador Fernando Savater La actualidad se encuentra signada por la idea general de que estamos en una época de transición. Desde las vivencias cotidianas hasta en los ambientes académicos se registra un vago acuerdo sobre una ubicación transitoria en el contexto de una cultura de bisagra, es decir, entre una época que deberíamos dejar para ir hacia otro modo de existencia quizá más justo. Un mundo con millones de seres humanos con hambre, guerras siempre injustas o injustificables, enfermedades endémicas, epidemias, exterminios, genocidios, en este panorama sólo edulcorado por los modos de ocultamiento que ejercen políticos, ideólogos o medios de comunicación, el médico debe tomar decisiones todos los días. Por tanto, ¿desde qué criterios actuar? ¿Desde qué parámetros puede analizarse una temática en la vida diaria y para el profesional? En este contexto, cabe la cuestión acerca de la vigencia de la pregunta por la Ética, de su presencia necesaria en la práctica clínica de hoy. Los médicos, de la misma manera que el resto de los mortales, necesitan contar con la sensación de poner los pies en suelo firme, para no sufrir la “liviandad del ser” -Kundera- especialmente cuando se trata de tomar decisiones sobre la vida de un semejante. En nuestro momento histórico se argumenta, en forma falaz, cuando se opone verdad absoluta a relativismo moral, es decir, o valores eternos, más allá del tiempo, o el caos del vale todo. ¿Pero cómo tomar una posición en este sentido? ¿Cómo ubicarse, cómo armar un punto de vista personal? No se trata solamente de tener mucha información técnica, para responder a estas preguntas se necesita tener un criterio formado, para lo cual hay que aprender a pensar. Pensar es conocer las líneas de procedencia de nuestros valores y conceptos, pensar es analizar las fuerzas sociales, políticas, ideológicas, económicas, religiosas, que arman el entramado social en el cual se toman las decisiones. La reflexión ética es un modo de pensamiento, no se trata de dirimir acerca del bien y del mal como entidades independientes de los seres humanos, la Ética es una toma de posición que puede justificarse, es una concepción del mundo y de la vida. Todo momento histórico está signado por determinados valores que constituyen su sentido epocal, no existe una época sin valores, la reflexión ética trata de encontrar aquellos valores que marcan nuestra vida, para poder desde allí encarar la acción profesional, en este caso, en el marco de la salud. No se trata de un humanismo o pacifismo de meras palabras, ni siquiera de buenos sentimientos. La ética de la salud implica rebelarse contra posiciones ideológicas engañosas, donde se pone en evidencia una posición sub- jetiva que se manifiesta en cada decisión que se toma. A modo de ejemplo, se enumeran algunas de las preguntas que a diario se presentan: ¿es el paciente un objeto de estudio o un semejante? ¿Quién debe tomar las decisiones: el médico, el paciente, la familia? ¿Hasta dónde se debe someter al paciente a determinadas terapias en nombre de una supuesta curación? ¿Se puede probar medicación nueva con los pacientes? ¿Hasta dónde prolongar una vida que agoniza? ¿Se debe decir toda la verdad al paciente? ¿Es válido el secreto médico? Lo interesante para poner de relieve es que no contamos con una respuesta única para todas estas preguntas. Pensar significa, entonces, poner en su contexto las cuestiones, analizar por qué funciona como problema cada temática, cada época está marcada por un cruce de ideas que constituye determinadas problemáticas. Las preguntas del párrafo anterior tienen sentido para nosotros en la medida que responden a nuestra conceptualización de la salud y la enfermedad, al avance de la tecnología, a la presión que ejercen los laboratorios para imponer sus productos, a la prolongación de la vida humana, al modo de vida en los centros urbanos, a la medicalización de la sociedad, al divorcio entre ciencia y sociedad, al control de los cuerpos ejercido desde los Estados y, muy fundamentalmente, a lo poco o nada que vale la vida humana. El médico se ubica en la posición del que debe cuestionarse qué puede hacer con el padecimiento, cuando el sufrimiento es un dato que se presenta día a día. El trastorno mental ya no puede pensarse solamente como una enfermedad que requiere aislamiento para su observación y tratamiento, además es necesario reflexionar y actuar sobre las patologías sociales, producidas por nuestro modo de vida (economía liberal de mercado, desempleo, exclusión, miseria). El padecimiento psíquico impone a la reflexión ética la cuestión de que se reconozca al sufriente como un humano enfermo, y no como una especie de entidad que ha perdido sus referencias racionales, que se le han “desordenado” y que por eso ha perdido su condición de ser humano. La pregunta ética para el médico es: ¿mi paciente es un semejante? O más técnicamente: ¿qué creo que es un sujeto? Es decir, ¿desde qué definición de ser humano se encara la clínica? Se puede suponer que la locura es en el hombre la desaparición de su humanidad, entonces: ¿el enfermo mental es un inhumano? En consecuencia ¿debe ser tratado como todo lo inhumano: encierro o eliminación? Detrás de este esquema funciona la idea de afirmar lo humano contra lo inhumano, es decir, la razón contra la locura. La ética propone considerar una definición positiva de la humanidad del hombre. El humano es un cuerpo biológico y es un modo de subjetivación que lo hace tener un proyecto, una necesidad de crear sentidos que den continuidad a un pasado, un presente y un futuro propio. La locura es esa dimensión de la experiencia humana en la que esa subjetivación se bloquea momentáneamente. Esa desregulación es una enfermedad que no arroja al sujeto 6 // EDITORIAL SCIENS

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