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124 - A Blake - Diciembre 2020

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Cómo impacta el aislamiento social en el cerebro humano

Psicofarmacología

Psicofarmacología 20:124, diciembre de 2020 el trabajo, entre otras. Sin embargo, hay una que nos interesa indagar en especial ¿Hay alguna condición que nos genere vulnerabilidad en esta circunstancia? Yuval Noah Harari, el filósofo israelí, explica muy claramente cuál ha sido la condición significativa para que los humanos controláramos el planeta. Somos los únicos animales que pueden cooperar flexiblemente y en masa, simultáneamente. Hay otras especies, como las abejas, que pueden cooperar en masa, pero lo hacen de un modo extremadamente rígido. La colmena funciona de una única forma. No pueden intercambiar funciones, ni adaptarse a cambios imprevistos, y mucho menos reorganizar su estructura social. La abeja reina es la que se encarga de la reproducción, los zánganos están sólo para copular con la reina, luego se los desecha, y las obreras, estériles, realizan el cuidado de la colmena, las crías y búsqueda de alimentos. Si una “epidemia” termina con absolutamente todas las abejas reinas, no habrá abejas obreras que las reemplacen. Otros animales como los chimpancés pueden cooperar con mayor flexibilidad, pero lo hacen sólo en grupos de hasta poco más de 50 individuos. Superado un número, su grupo se convierte en caos. Los humanos hemos logrado cooperar a gran escala y reorganizándonos de acuerdo a las necesidades y exigencias del medio. A partir de nuestra gran capacidad de interacción social surge una pregunta ante esta emergencia global que no pone la pandemia. ¿Cómo afectaría el “aislamiento social obligatorio colectivo” en nuestra condición gregaria? Esta pregunta se la han formulado en el Institute for Brain Research, M.I.T., realizando una investigación al respecto, y que ha sido publicada en línea en marzo de este año. Ya se había estudiado y documentado cómo el aislamiento social crónico y la soledad (ASC) se asocian con una mala salud física y mental. Pero lo que este grupo se propuso, ha sido evaluar las consecuencias del aislamiento social obligatorio agudo (ASOA), que sería la condición a la que nos ha expuesto la COVID-19. Veamos primero de dónde surge y cómo es beneficioso el lazo y la interacción social Si bien puede resultar evidente la importancia de interactuar con otras personas, sólo a finales del siglo XX la neurociencia comenzó a experimentar en este campo. La importancia de la interacción social se manifiesta en todo lo que hacemos. Estamos inmersos en las relaciones sociales, enseñamos, aprendemos, conversamos, jugamos, festejamos, engañamos, etcétera, siempre con otro. Estamos constantemente interactuando con personas y anhelamos los contactos con ellas. Tanto es así que el aislamiento siempre se ha usado como castigo (“ve a tu cuarto” o “no irás con tus amigos”), y más dramática y cruelmente como mecanismo de tortura (destierros, calabozos o celdas de encierro). Según un metaanálisis del 2015, el aislamiento social y la soledad son factores de riesgo para una mayor mortalidad (Holt-Lunstad et al.). En la interacción con otros, recibimos inconscientemente señales sociales. Expresiones, gestos, posturas, acciones y entonación. Estas situaciones y otras más llevaron al desarrollo de la “hipótesis del cerebro social”, presentada por Robin Dunbar, quien sugiere que las demandas que provocan las interacciones sociales producen un aumento en el neocortex para poder procesar la mayor información que genera el vivir en grupos. Y es ese mayor requerimiento el que ha impulsado la evolución del cerebro humano. La interacción social requiere que observemos las conductas de otros e interpretemos sus acciones. Es así como las relaciones sociales y el tamaño del grupo, se convierten en un lugar de aprendizaje y estimulación de la inteligencia en general, lo que es imprescindible para el desarrollo de nuestro cerebro (Dunbar y Shultz, 2007; Dunbar, 1998). Es así como dentro de la neurociencia, se desarrolló el área de la “neurociencia social” que busca comprender cómo los estímulos sociales, tareas y contextos influyen en la función del cerebro. En esta área de la neurociencia se han encontrado trabajando disciplinas como la antropología, arqueología, biología, psicología y sociología, entre otras, para estudiar e intentar comprender la cognición y conducta humana, y es así como se ha llegado a dar origen al concepto de la “teoría de la mente” (ToM) (Frith, 2007; Frith y Frith, 2012). La ToM es la capacidad que nos permite entender y tener en cuenta los estados mentales de otros, interpretándolos como producto del otro individuo con quien interactuamos y que no son ni nuestras ideas ni pensamientos. Cuando hemos desarrollado la ToM podemos atribuir ideas, deseos y creencias a los demás. Es una capacidad heterometacognitiva, ya que un sistema cognitivo logra conocer o interpretar los contenidos de otro sistema cognitivo. La experiencia clínica y la bibliografía señalan que las lesiones del hemisferio derecho producen alteraciones del uso pragmático del discurso, afectación del lenguaje no verbal, incapacidad para comprender el sarcasmo o la ironía e incapacidad para empatizar. Todas aquellas capacidades que implican inferir o atribuir intención al otro. Esta habilidad para comprender y predecir la conducta de los demás, sus conocimientos, sus intenciones, sus creencias, nos permite relacionarnos con facilidad y adecuadamente. La interpretación de emociones básicas, la capacidad de comprender el EDITORIAL SCIENS // 5

Dr. André S Blake discurso metafórico, la mentira, la ironía, la comprensión de las emociones sociales complejas a través de la mirada y la empatía nos acerca o aleja según el caso, a la otra persona. A esto llamamos cognición social. En 1991, hubo un suceso muy significativo, que dio sustento neural, para entender cómo logra esto nuestro cerebro. Un equipo de neurobiólogos italianos, dirigidos por G. Rizzolatti, de la universidad de Parma, encontró unos datos inesperados en el transcurso de una investigación. Estaban trabajando en la actividad motora en simios (tomar objetos específicos), sobre la corteza premotora, que planea los movimientos. Pero inesperadamente, se registró actividad sin que el simio realizase ningún movimiento. Las neuronas del animal se activaban cuando otro sujeto realizaba tal acción. Luego de comprobaciones y de descartar posibles errores se concluyó que se había identificado un tipo de neuronas desconocidas hasta ese momento, las denominaron neuronas especulares o espejo, que se activaban como si representaran el propósito ligado al movimiento (Iacoboni, 2008; Rizzolatti, 2005; Rizzolatti & Craighero, 2004). Las neuronas espejo forman parte de un sistema de redes neuronales que posibilitan la percepción-ejecución-intención-emoción. La simple observación de movimientos de la mano, pie o boca activa las mismas regiones específicas de la corteza motora, como si el observador estuviera realizando esos mismos movimientos. Pero además, y esto es muy significativo, el sistema produce la integración en sus circuitos neuronales de lo que sería la atribución/percepción de las intenciones de los otros, en otras palabras, la teoría de la mente (ToM) (Blakemore & Decety, 2001; Gallese, Fadiga, Fogassi & Rizzolatti, 1996; Gallese, Keysers & Riz- zolatti, 2004; Iacoboni, 2008; Rizzolatti & Sinigaglia, 2006). El estudio de la ToM nos sitúa, además, en el controvertido tema de la inteligencia emocional y social, y la inteligencia cognitiva. El concepto de inteligencia emocional y social recoge, básicamente, los siguientes componentes • La capacidad de ser conscientes y de expresar las emociones propias. • La habilidad de ser conscientes de los sentimientos de los otros y de establecer relaciones interpersonales. • La capacidad para regular los estados emocionales. • La posibilidad de solventar los problemas de naturaleza personal e interpersonal que se nos planteen. La capacidad de interactuar con el entorno para generar emociones positivas que nos sirvan como automotivadoras hace referencia a la inteligencia emocional, la que va unida a la inteligencia social y esta a su vez comparte algunos aspectos con la ToM. Las interacciones sociales positivas en sí mismas parecen ser necesidades humanas básicas, análogas a otras necesidades básicas como el consumo de alimentos o el sueño. Si es así, la ausencia de interacción social positiva puede crear un deseo que desencadene un comportamiento para obtenerla. Y sabemos que las señales asociadas con la interacción social positiva (por ejemplo, caras sonrientes) activan los sistemas de recompensa cerebrales. En el cerebro, la motivación (la sensación de “querer” algo), está asociado a las vías de la dopamina (DA) en el “circuito de recompensa cerebral”. Las áreas principales de estos circuitos de recompensa comprenden el mesencéfalo dopaminérgico, la mayoría de las neuronas DA del mesencéfalo que se encuentran en la parte compacta de la sustancia negra (SN) y el área tegmental ventral (VTA) y el cuerpo estriado. Tanto en animales como en humanos, los circuitos de recompensa dopaminérgicos se activan por recompensas inesperadas, que conducen a la activación por fases de las neuronas que liberan DA en el mesencéfalo. Dos estudios más recientes se centraron en los sentimientos de “unión” durante el movimiento improvisado. Este es un fenómeno de sincronización muy frecuente para muchos bailarines, músicos y actores que deben trabajar en grupos coordinadamente (Hart et al., 2014; Noy et al., 2015). Hart y colaboradores (Hart et al., 2014) notaron que aunque los individuos tienen sus propias características de patrones de velocidad y movimiento (que usan mientras actúan como solistas), cuando se encuentran como parte del elenco, o coro, estos patrones de movimientos son diferentes, no son de ninguno de los participantes, ni son patrones promedio o intermedios, sino diferente de los patrones individuales. Esto llevó a pensar a los investigadores que, durante las acciones conjuntas, los participantes construyen patrones de movimientos más sencillos y simples de ejecutar en grupo y de ese modo más fáciles de imitar. De acuerdo con estos hallazgos experimentales, y otros, se estableció la “Hipótesis del cerebro interactivo (IBH) de Di Paolo y De Jaegher (Di Paolo y De Jaegher, 2012). Esta IBH supone que la experiencia interactiva y las habilidades interactivas juegan un papel beneficioso para el desarrollo de las funciones sociales del cerebro. Si IBH resultara ser acertada, el comportamiento humano estaría dado por la percepción y la acción. Como vemos el desarrollo de las capacidades sociales son un hecho evolutivo que supone ventajas tanto para el individuo como para el grupo. Probablemente estos procesos hayan comenzado cuando los homínidos nos hicimos cazadores, siendo nuestra especie, dentro de todas las especies de homínidos, la que logró el mejor modo de colaboración mutua y directa en la búsqueda y captura de la presa, así como también un cierto nivel de especialización para, por ejemplo, la elaboración de instrumentos de uso práctico, la caza, la crianza entre otras actividades. 6 // EDITORIAL SCIENS

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