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22 - A Carli, B Kennel - Agosto de 2013

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Metodología de la investigación. Sujeto y objeto en la investigación científica (Tercera parte)

farmacología

farmacología cardiovascular 22 | Agosto de 2013 Dos integrantes de la Escuela de Frankfurt, emigrados a Estados Unidos, Theodor Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1973), publicaron en 1947 Dialéctica del Iluminismo. En este libro se intentó entender cuáles fueron las razones por la cuales el hombre llegó a los horrores de la Segunda Guerra. Adorno llegó a afirmar, espantado y escéptico del destino del hombre, que “luego de Auschwitz es imposible escribir poesía”. Se había llegado al siglo XX en una exaltación de la razón y la cultura y, sin embargo, había ocurrido Auschwitz. Los autores afirman que el sueño iluminista del siglo XVIII, el sueño de la razón, había desembocado en los horrores de la guerra ¿Como un resultado obligatorio y necesario? ¿Como una desviación de sus propósitos? Ubican su crítica (recordemos que ambos vienen del marxismo de la Escuela) en la sociedad burguesa y en el tratamiento que ésta le da a la naturaleza y a la condición humana. Un tratamiento basado en lo que llaman razón instrumental, heredera conceptual de Heidegger, una razón destinada a dominar el mundo y a los hombres. Si bien no tuvo una pertenencia orgánica al Círculo de Viena, el nombre de Karl Popper (1902-1994) estuvo asociado con este por su influencia en el esfuerzo por conocer qué es lo que caracteriza al conocimiento científico. Este autor, ante las dificultades lógicas que la inducción presenta, propuso que lo que caracteriza a una idea, a una teoría, como científica es la posibilidad de ser falsable (La lógica de la investigación científica - 1934). Dicho de otra manera: el criterio de demarcación entre lo que es científico de los que no lo es, sería la potencial demostración de la falsedad en una proposición. Así la ciencia se iría constituyendo con las mejores teorías, las más resistentes a los intentos de demostrar su falsedad que sería lo constituyente del accionar cotidiano de los investigadores. La idea falsacionista, si bien impresiona como una buena argumentación para justificar la permanencia y el desarrollo de determinadas teorías por sobre otras, no parece estar acorde con la evolución histórica de la ciencia, en la cual es marcada la existencia de un entramado teórico en el que se desarrolla la actividad de los investigadores, muy alejados en su pensamiento de realizar esfuerzos para demostrar la falsedad de sus cuerpos doctrinarios, más bien todo lo contrario. En este marco no resulta sorprendente la aparición de ideas que se contrapusieron a los inductivistas y falsacionistas. Repasemos. El positivismo del siglo XIX veía a la ciencia como el único conocimiento válido, como un espejo de la realidad, asimismo como la herramienta con la que el mundo (Europa) lograría el progreso, el bienestar y la paz social. Los avances científicos parecieron darle la razón. Pero llegó la Primera Guerra y tambalearon las seguridades. Alguien vino a cuestionar la razón (Freud). Otro, a señalar el olvido del Ser (Heidegger). Era preciso reflexionar acerca de las seguridades de esa creación, la ciencia. A eso se dedicaron los pensadores como hemos tratado de ilustrar. Pero llegó Hitler y la Segunda Gran Guerra. Entre 1939 y 1945 tuvo lugar este conflicto a cuya finalización el mundo se encontró cambiado. La parte oriental de Alemania, dividida, se incorporó al bloque soviético junto a Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y la propia Unión Soviética en una alianza militar conocida como el Pacto de Varsovia. Francia e Inglaterra se vieron debilitadas con la pérdida de sus colonias. El gran vencedor fue Estados Unidos, encabezando una alianza militar, la OTAN, con los países de la Europa occidental. Luego vendrían cuatro décadas de “guerra fría”, caracterizadas por la mutua desconfianza entre los dos bloques en que el mundo se presentaba dividido y que se basaba en el mantenimiento de un equilibrio sustentado en el peligro de la destrucción mutua asegurada (Hobsbawm). Estados Unidos se embarcó en otra guerra, en Corea (1950- 1953), enfrentó la crisis de los misiles en Cuba (1962), invadió Vietnam hasta 1991 en que se retiró. Por su parte, la Unión Soviética invadió Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968, provocando el quiebre ideológico de muchos comunistas del mundo. Hasta los turbulentos setenta los países centrales, tanto del bloque capitalista como del socialista, vivieron años dorados en los que aumentó la expectativa de vida, la producción de alimentos, el desarrollo tecnológico y aumentó la brecha entre países centrales y periféricos. Primó la idea de un mundo con producción creciente, con comercio internacional en expansión, pleno empleo, industrialización y modernización. Todo ello mediante el control y la gestión gubernamentales destinados a salvar a la empresa privada de sí misma. Ningún período de la historia humana estuvo tan impregnado de conocimiento científico como el siglo XX. A principios de este, el número total de físicos y químicos alemanes y británicos llegaba a 8.000. A fines de los ochenta los científicos experimentales eran cinco millones de los cuales un millón trabajaba en Estados Unidos y un número un poco mayor en Europa. Tamaño desarrollo también empujó a la reflexión acerca de la validez de los resultados científicos. En 1962, un profesor de California, Thomas Kuhn (1922- 1996) publicó La estructura de las revoluciones científicas, un libro en el que planteaba la idea de que el progreso científico se producía de manera semejante a los cambios sociales, con teorías que al mostrarse insuficientes eran reemplazadas por otras con un cambio de paradigmas. La influencia de Kuhn se hizo sentir hasta en un discípulo de Popper, Imre Editorial Sciens | 19

Lakatos (1922-1974) un matemático húngaro que comenzó a publicar a partir de 1970 artículos dispersos pero con unidad doctrinaria en los que aceptaba aspectos parciales del pensador estadounidense y presentaba, como alternativa a los paradigmas kuhnianos, los denominados Programas de Investigación. Un físico austríaco, Paul Feyerabend (1924- 1974), que trabajó (y hasta se enemistó) con Popper y Lakatos y, ya en Berkeley, con Khun estaría definido en su posición epistemológica por un “todo vale”. Defensor del anarquismo y la libertad, tanto desde lo político como desde lo filosófico, llegó a afirmar que la ciencia había llegado a tener la condición de dogma represor, similar al cumplido por la Iglesia Católica en el siglo XVII. Según Feyerabend, y sostenido en su libro de 1975 Contra el método, ni la inducción ni la falsación ni el positivismo justificaban el progreso de la ciencia, que avanzaba de acuerdo con los deseos, con la subjetividad de los individuos. En los setenta y ochenta los países desarrollados sumaban casi las tres cuartas partes del total de las inversiones mundiales en investigación y desarrollo, mientras que los países pobres no invertían más del dos o tres por ciento (Hobsbawm), lo que habla del interés concreto que la ciencia tiene en términos de poder. La ciencia comenzó a percibirse en el último cuarto del siglo XX como algo sin lo cual no era posible la vida cotidiana. En 1954 Estados Unidos, como lo hizo desde siempre en su relación con el resto del mundo pero en especial con Latinoamérica, invadió Guatemala y favoreció el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz, popular por sus decisiones económicas, todo esto para el espanto y la indignación de los progresistas (y comunistas) de todo el mundo. Pero en 1956 las fuerzas del Pacto de Varsovia invadieron Hungría, poniendo en cuestión las diferencias existentes entre ambos bloques. ¿No era el mundo socialista el representante de la reacción a la prepotencia del capitalismo? El cuestionamiento al socialismo soviético provocó una crisis en los partidos comunistas de todo el mundo. Uno de los grandes temas desde el siglo XIX era enfrentar al capitalismo, portador de las limitaciones que lo habían hecho pasible de las críticas a las que Karl Marx y Friedrich Engels le habían dado formalización teórica. Las críticas realizadas por Heidegger en su Carta no tuvieron la fundamentación social que sustentaba el corpus marxista, sólo le preocupaba el tecno-capitalismo. Pero eso no fue óbice como para que la intelectualidad francesa, necesitada de salir de un marxismo que mostraba su fracaso, lo tomara como referencia. Así surgió la figura esplendorosa de Michel Foucault (1926-1984). Foucault, siguiendo a Nietzsche (1844-1900), rechazaba esa continuidad histórica y la reemplazaba por lo discontinuo, lo heterogéneo, lo azaroso, con la verdad (ya no resultado de la razón) sino como un producto del poder. Así Foucault vino a ocupar el lugar de Sartre en el mundo de la filosofía francesa de los setenta. Así le dio empuje al Posmodernismo. En sus escritos siguió el estilo de la noveau roman (Virginia Wolf, Kafka, Camus) en la que no interesan la caracterización de los sujetos sino el flujo de sus ideas, expresadas en su lenguaje, el lenguaje dejando de lado a los sujetos. El lenguaje ocupando la centralidad. El nuevo absoluto. El posmodernismo fue un movimiento cultural surgido en la segunda mitad del siglo XX con intereses tan amplios que abarcaban campos tan diversos como el filosófico, el artístico, el literario, el histórico y, en fin, todo lo cultural sin que exista un corpus que nos permita establecer algún tipo de unidad doctrinaria, salvo un cuestionamiento global a la Modernidad y sus saberes. Las figuras de Nietzsche y Heidegger aparecen como inspiradoras pero sin olvidar a Adorno y Horkheimer cuando hablaron de la razón instrumental como precursora de Auschwitz, culminación necesaria del racionalismo de la Modernidad. El posmodernismo planteó la historia sin una linealidad, sin la teología marxista, como una suma algebraica de fragmentos, en una exaltación de la discontinuidad y del azar. Una suma en la que la totalidad (no la totalización que es un concepto del devenir, de la continuidad) nos informa de lo que la realidad “es”. En una lógica analítica en la que nada agregamos, más allá de lo que hace a la condición propia de lo estudiado. No establecía relaciones, no dialectizaba. En la historia, era su planteo, existen acontecimientos que simplemente ocurren sin que se pueda establecer una concatenación que rescate algún tipo de complejidad (término sobre el que volveremos más adelante). Ya no la gran historia, las revoluciones, las épicas. Sólo la microhistoria, la fragmentación, los quiebres. Padecer una enfermedad es un hecho de la vida y nos parece que tal circunstancia puede ser adecuada para ilustrar un ejemplo cabal de la manera en que se ha instalado el posmodernismo. Es frecuente que un paciente, en especial añoso, necesite realizar consultas con especialistas, al cabo de las cuales sería de esperar encontrarnos con una orientación adecuada acerca de lo que lo aqueja, una totalización. Sin embargo, luego de realizadas todas las interconsultas, con frecuencia se termina con alguien poli-medicado y sin tener un resultado que hable de una cierta unidad gnosológica. ¿Qué es lo que ha pasado? Que el paciente fue visto como una totalidad formada por partes fragmentarias, todas par- 20 | Editorial Sciens

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