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70 - A Sánchez Toranzo y col. - Octubre 2011

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Regulación de la conducta humana: castigo altruista

Dra. Adriana

Dra. Adriana Sánchez Toranzo, Dra. Federica Hansen es principalmente la corteza órbitofrontal medial, particularmente su cara interna, la cual funcionalmente tiene conexiones recíprocas con la amígdala y el núcleo accumbens; y cuyas interacciones con áreas de la corteza prefrontal implicadas en la memoria de trabajo, estado de estimación y teoría de la mente, aportan la posibilidad de planificar prospectivamente a futuro (Lane y cols., 1997). Estas conductas pueden también estar fuertemente influidas por las acciones a través del cuerpo estriado dorsolateral y dorsomedial, los que regulan conductas basadas en hábitos y particularmente dirigidas a un objeto, posiblemente mediante la participación del sistema dopaminérgico, y son características del aprendizaje de tipo instrumental (Seymour y cols., 2007). ¿Cómo hace el cerebro para decidir qué mecanismo usar en diferentes circunstancias? Si bien las instancias de aprendizaje pavloviano e instrumental rigen en gran medida nuestras conductas y las del reino animal, existe un tercer modo por el cual aprendemos a conducirnos, que cobra relevancia en la interacción con los otros pares que nos rodean. Esta instancia es más evolucionada y consiste en aprender a partir de la observación y la enseñanza. El valor de las conductas puede ser incorporado a través de la posibilidad de observar la vivencia de otros sin tener que experimentarlo directamente, como en el caso del aprendizaje pavloviano e instrumental. Afortunadamente, una de las ventajas del ser humano de vivir en sociedad es que simplemente en la acción de observar la suerte o la desgracia de un prójimo puede ayudar a aprender acerca de situaciones por las que nunca se ha atravesado. Este tipo de aprendizaje conlleva un valor agregado, dado que en la observación del otro se obtiene la información necesaria para mejorar el futuro individual. El componente central por el cual se rige este tipo de aprendizaje más evolucionado será la estimación del impacto afectivo generado en los demás e implicará el factor determinante de respuesta, lo que permite la rectificación o confirmación de cada conducta elegida. Es interesante tener presente que para este modelo el valor otorgado a una conducta se infiere a partir de la reacción afectiva del ejecutor (el observador). Este fenómeno se denomina valor de alquiler o sustituto, y lo notable del mismo es que los niños en proceso de aprendizaje imitan la acción de otro cuando consideran que ésta será un medio racional para lograr el objetivo buscado. El aprendizaje social se realiza de una manera completa en la medida que el individuo pueda estimar frente a la conducta de otro el sentido o intencionalidad que ésta lleva implícita. Asimismo, el entender las intenciones del otro permitirá predecir, aún de un modo prerreflexivo, su comportamiento futuro. La interdependencia entre el yo y el otro, que hacen posible las neuronas espejo, moldea las interacciones sociales entre las personas, donde el encuentro concreto entre el yo y el otro se vuelve el significado existencialista compartido que los conecta en profundidad. La existencia de un sistema de neuronas espejo en los seres humanos cumple con un papel aún más crítico que en los monos, porque la imitación es por completo fundamental para nuestra capacidad exponencialmente mayor de aprender y transmitir la cultura (Iacoboni, 2010). Esta mirada permitirá una mejor orientación en cuanto a la elección de las propias conductas y sobre todo ver cómo las acciones influyen, a su vez, en el comportamiento de los demás. Esta manera de aprendizaje es fundamental, tanto en humanos como en animales en etapas de desarrollo, porque da lugar a incorporar acciones orientadas a alcanzar objetivos. Incluye el aprendizaje del control motor que permite el desarrollo de habilidades a través de la imitación de cómo otros realizan una acción determinada; por ejemplo, los comportamientos en animales tales como el proveerse de alimentos y determinar cuáles deben comer y cuáles no (Galef and Whiskin, 1992; Galef and Whiskin, 2003). Este tipo de aprendizaje, el más evolucionado, permite a un individuo obtener datos y conocimientos a través de la observación. El proceso es evidente en los humanos desde etapas tempranas del desarrollo en las que se observan una serie de comportamientos que parecen indicar la adquisición de conocimientos a partir de la imitación, como también la adquisición de gestos imperativos y declarativos que implican la comprensión y producción del lenguaje, especialmente a partir del año de edad. El estudio del habilidades socio-cognitivas pone en evidencia las maneras mediante las cuales los niños comienzan a integrarse como miembros participantes de las actividades culturales, que dan la posibilidad de predecir resultados posibles de objetivos que se transmiten entre las personas a través del tiempo, incluso involucrando distintas generaciones, y así entonces manejar más acertadamente las decisiones propias a fin que éstas sean ventajosas para sí (Carpenter y cols., 1988). Sin duda, la posibilidad que tiene el ser humano de poder aprender a través de la observación y la enseñanza de un otro está representada en el llamado aprendizaje cultural. Éste cobra relevancia al dar lugar al surgimiento de normas de comportamiento, entre las personas que viven en sociedad, que permitan una mejor calidad de vida. La posibilidad de realizar un aprendizaje personal a partir de las experiencias de los otros incluye, desde ya, el conocer el resultado del castigo sin la necesidad de la trasgresión personal para corroborarlo. Este tipo de aprendizaje habilita a desarrollar la capacidad de poder establecer el manejo de decisiones propias en cada persona, con la particularidad implícita de asumir sus consecuencias (Galef and Whiskin, 1992; Tomasello, 2000). Basamento neurobiológico: neuronas espejo Giacomo Rizzolatti y su grupo de neurofisiólogos identificó por primera vez las neuronas en espejo a partir de sus trabajos con los monos macacos (Macaca nemestrina), los que poseen una estructura de la neocorteza bastante parecida a la de los humanos. La investigación dedicada de este grupo de científicos es sobre el área F5 del cerebro, que abarca una extensa porción 12 // EDITORIAL SCIENS

Psicofarmacología 11:70, Octubre 2011 de la masa encefálica reconocida como corteza promotora, cuya función es codificar un comportamiento motor específico: los movimientos de la mano destinados al asir y acercar objetos. Son múltiples las anécdotas que involucran el descubrimiento de la funcionalidad de las neuronas en espejo, entre ellas la de Vittorio Gallese, que observó por casualidad la descarga de la actividad motora en el área F5 del cerebro de un mono que estaba conectado por electrodos a una computadora de su laboratorio en el momento que él tomaba algo con la mano. Si bien el mono estaba quieto sin pretender asir nada, estas neuronas igualmente se encontraban activadas. En ese momento no se imaginaba que las neuronas motoras se podrían activar sólo ante la percepción de la acción realizada por otro, sin que medie movimiento alguno. Dos décadas después de aquellos primeros registros, múltiples experimentos realizados, tanto en monos como en humanos, confirmaron las sospechas de que un grupo de células, las hoy conocidas neuronas espejo, se activan en estas circunstancias permitiendo arribar a diferentes consecuencias y nuevos modos de comprensión sobre el aprendizaje de las conductas humanas, incluida la posibilidad de que el estado mental de una persona resuene en otra, en lo que a posteriori se arribó a la ya conocida Teoría de la mente (ToM) (Iacoboni, 2010; di Pellegrinoy cols. 1992; Gallese, 2009). Actualmente, hay conocimientos concretos sobre la evidencia del procesamiento de este sistema neuronal, en complemento con el sistema de atribución de estados mentales, de la especialización que cumplen en la tarea de procesamiento de las señales sociales y contextuales no verbales respectivamente, y en los mecanismos de control cognitivo que permiten a los individuos comportarse de manera adaptativa frente a situaciones conflictivas, permitiendo la resolución de conflictos sociales (Zakiy cols., 2010). El descubrimiento de las neuronas espejo junto con las consecuencias del estudio neurocientífico de sus funciones permitió, años después, comprender de qué modo el hombre se relaciona con el mundo que lo rodea y funcionar así como un animal social. ¿Para qué castigamos? La historia de la humanidad da cuentas claras que se intenta utilizar el mecanismo del castigo para inculcar valores que beneficien la convivencia y calidad de vida. El mismo ha ido evolucionando desde sus formas monárquicas en las que la pena era un ceremonial que utilizaba las marcas rituales de la venganza aplicada sobre el condenado, generando espanto a los ojos de los espectadores, al proyecto de los juristas reformadores en el que el castigo apunta a ser un procedimiento que califica a los individuos como sujetos de derecho (Foucault, 1976). La reforma del siglo XVIII sobre la forma del castigo permitió cambiar los objetivos y escala de las penas, para así definir nuevas estrategias que apunten a penalizar las faltas de manera más atenuada y con un efecto de mayor universalidad dentro del cuerpo de la sociedad con el fin de prevenir el futuro desorden (Foucault, 1976). Tanto humanos como animales comparten similitudes al momento de castigar a otro semejante. Si bien el castigo está destinado a regular conductas inapropiadas de los demás, dentro de la especie humana se contemplan dos tipos de variantes del mismo. Un tipo de castigo es el llamado “egoísta”, con la característica de forma simple destinado a la defensa del individuo, o bien a ejercer represalia, queda limitado a un fin individual. El otro, es el castigo de tipo “altruista” que, a diferencia del anterior, su fin es motivar la cooperación a nivel social. El ser humano tiene la particularidad de ejercer sacrificios por pares que no son sus parientes y que tampoco le devolverán el favor. (Gintis y cols., 2003). Por el contrario, la gama de comportamientos altruistas en distintas especies de primates es mucho más limitada que en los seres humanos (Silk and House, 2011). El castigo altruista, en la especie humana, es aplicado por integrantes del grupo social, quienes voluntariamente incurren en cargar con un costo personal a fin de obtener resultados que promuevan la cooperación. Evidencias crecientes muestran que los humanos presentan comportamientos altruistas. El intercambio de comida y la división del trabajo desempeñan un papel importante en todas las sociedades humanas, y la cooperación se extiende más allá de los límites del cercano parentesco. En el hombre, el altruismo está determinado, al menos en parte, por la empatía y la preocupación por el bienestar de los demás. Existen estudios experimentales clásicos, como los referidos a la aplicación de sanciones financieras en evasores de bienes públicos (free riders), en los que se demuestran los beneficios de este tipo de castigo para motivar la cooperación social, llegando a la conclusión también, que la existencia del castigo altruista incentiva este tipo de motivación en los seres humanos (Seygmour y cols., 2007). La tentación de no contribuir se establece porque en primera instancia se recogen réditos del trabajo o contribución de los demás, pero a largo plazo queda comprometido el bien común poniendo en juego las ventajas de la vida en sociedad (Naranjo Meléndez, 2006). El individuo está dispuesto a incurrir en un costo personal únicamente para castigar a otro al que considera que se comporta injustamente (Boyd and Richerson, 1992; Henrichy cols., 2001; Henrich, 2004), y se observa que elige pertenecer a sociedades que cuentan con la posibilidad de implementar el castigo; a su vez, la tendencia a la cooperación puede ser mayor si el castigo altruista se combina con una recompensa altruista, o sea, que se establezca un sistema de premios para el que hace aportes positivos que impacten en la misma finalidad social. Ambas instancias, castigo y premio, incrementan la predisposición a la cooperación en un grupo social (Andreoni y cols., 2003). Partiendo de la posibilidad de aprender a través de las acciones conjuntas y de las consecuencias reflejadas principalmente en el impacto afectivo, cada individuo podrá considerar la posibilidad del castigo como un aspecto posible de EDITORIAL SCIENS // 13

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