Dra. Adriana Sánchez Toranzo, Dra. Federica Hansen la relación interpersonal, siendo éste en última instancia un factor que determina la posibilidad de rectificar conductas inapropiadas que producen un daño al otro, lo que implica eventualmente daño social, y dando lugar de esta manera a incrementar los comportamientos cooperativos destinados a mejorar la calidad de vida de su entorno (Cohen, 1986; Galef and Whiskin, 1992; Galef and Whiskin, 2003). Dentro del aprendizaje social se observa que la tendencia está orientada a que cada persona sigue una regla de aprendizaje durante toda su vida y la usa para elegir entre tres conductas: no cooperar (free-riders), cooperar sin castigar, o cooperar y castigar a los free-riders. Estas reglas de aprendizajes son heredadas de padres a hijos: los niños heredan culturalmente las preferencias y costumbres de sus padres, si bien la decisión final es influida por el razonamiento, por lo tanto es voluntaria (Tongkui y cols., 2011). La cooperación humana es espectacularmente diferente en comparación con la cooperación en las demás especies porque los seres humanos exhiben patrones únicos de altruismo, tales como el castigo altruista de las violaciones de la norma que ayudan a mantener la cooperación en beneficio de las normas sociales. La cooperación prospera si el castigo altruista es posible y deja de funcionar si se elimina. Los individuos castigan el comportamiento injusto y no cooperativo, aunque el castigo sea costoso para ellos y no rinda ningún beneficio material. Esto plantea la gran cuestión de por qué los individuos están dispuestos a incurrir en el costo de castigar violaciones de la norma. Ser free-rider, dentro de la mayoría de las sociedades humanas en las que el cooperativismo está establecido, no es realmente gratis, estos individuos se exponen a una sanción social institucionalizada en la desaprobación, el ostracismo e incluso el uso de la agresión física (Foucault, 1989; Ostrom, 1998). Si el número de castigadores es lo suficientemente alto, la posibilidad de ser free-rider se volverá más costosa que la conveniencia de cooperar. De ser así, tendríamos la posibilidad de que, idealmente, estos individuos desaparecieran de la población (Guzmán y cols., 2008). El castigar a los free-riders, además de los costos implícitos que conlleva a quien ejerce el castigo altruista, también implica el riesgo de que éstos se defiendan o tomen venganza, o que sus descendientes en generaciones futuras puedan hacerlo; es por eso que los grupos sociales, más allá de enseñar a través de la cultura los conceptos de moralidad y justicia, establecen entidades institucionales que garanticen el rol del cumplimiento de las normas y el castigo a quien las transgreda. Dentro de un grupo social, el establecimiento de los castigos debe estar regido por normas o leyes de conductas que determinan qué está bien y qué está mal. Las normas de conducta deben estar respaldadas por sanciones, ya que las reglas de comportamiento que no implican una sanción pasan a no ser importantes. Las normas sociales, finalmente, son necesarias para establecer el comportamiento de grupos e instituciones (Bendorand Swistak, 2001). La sensación de recompensa asociada al castigo impuesto a la transgresión puede ser una adaptación evolutiva que ayudó a mantener la solidaridad y la cooperación del grupo en las sociedades humanas. El castigo altruista, el conformismo y la cooperación gratuita coevolucionan; para que este fenómeno se produzca, es condición sine qua non la producción de mutaciones grupales proporcionando, por ejemplo, un líder carismático que traerá orden al grupo y los moviliza a conquistar otros grupos (Henrich, 2004). La propensión voluntaria a sacrificarse por personas que no son parientes y que tampoco devolverán el favor se denomina “cooperación gratuita”. Un ejemplo de esto a gran escala lo encontramos en situaciones como la que se produjo entre los liquidadores de Chernobyl en 1986, que permitió establecer estudios probabilísticas de supervivencia social dando espacio al renombrado dilema de cooperación denominado “dilema de Chernobyl” o, más recientemente, los de Fukushima. Se observa que un grupo social en el que se genera cooperación tiene una dinámica de ciclos en los que luego de un auge repentino y prosperidad prolongada sobreviene una decadencia abrupta. Para que la cooperación pueda ser estable, son necesarias las mutaciones grupales que deben ocurrir de una manera esporádica para sostener la cooperación (Henrich, 2004). La hipótesis darwiniana de selección grupal como elemento evolutivo de las especies concluye que las tribus en las que existe un aumento de la proporción de hombres con un alto estándar de moralidad, o sea hombres que poseen alto espíritu de patriotismo, fidelidad, obediencia y compasión, que están siempre dispuestos a ayudarse unos a otros y a sacrificarse por el bien común, tienen una mayor probabilidad de triunfar sobre la mayoría de otras tribus. Este tipo de comportamiento es el que ejercieron nuestros ancestros que avalan la hipótesis de selección grupal que identifica la intensa competencia entre grupos humanos (Bradley, 1999; Bowles y cols., 2003; Gurven, 2004; Guzmán y cols., 2008). Entre los animales, el acto de castigar persigue los mismos objetivos que en la especie humana: obtener beneficios personales o “egoístas” como afirmar una posición dominante, establecer vínculos de apareamiento o resolver conflictos entre padres e hijos. En estas situaciones, los animales tratan de manera negativa a otros pares con un fin que queda relegado a resultados de inmediatez en los que se busca un beneficio personal o limitado a su grupo familiar. Sin embargo, también se observan con claridad conductas de castigo con finalidad altruista como preservar o promover la cooperación. Un ejemplo de esto se observa entre los chimpancés: estos animales ejecutan un castigo a aquellos pares que no apoyan a un tercero en un conflicto; otro ejemplo lo encontramos en las ratas topo, cuando la reina ataca a los trabajadores que considera haraganes dentro de la comunidad (Seymour y cols., 2007; Reeve, 1992). En casos como éstos se destaca que el resultado final tiene características altruistas, ya que el resultado del castigo ten- 14 // EDITORIAL SCIENS
Psicofarmacología 11:70, Octubre 2011 drá impacto en la modificación de comportamientos futuros y no confiere beneficios individuales inmediatos, a semejanza del castigo de tipo egoísta. Estas conductas evidentemente actúan como precursores que impulsan a generar instancias de evolución dentro de la sociedad, a semejanza de lo que ocurre entre humanos (Reeve, 1992; Guzmán y cols., 2008). Esta afirmación se basa en que todas las especies deben luchar contra la ecología en general y para enfrentar un ambiente hostil, la unión cooperativa de los individuos aumenta la posibilidad de lograrlo; esto llevará a que progresivamente el comportamiento egoísta vaya en detrimento. Reflejo de esto se ve en la historia de la evolución del ser humano, el cual vivió los primeros 190 mil años de la caza y la recolección. Para esta tarea dividían el trabajo en diferentes grupos dentro de los miembros de la banda y, dado que el éxito de la caza dependía en gran medida de la suerte, compartir el alimento era una forma segura de garantizar el alimento con la frecuencia necesaria para poder mantener al mismo grupo que lo proveía (Gurven, 2004; Sober and Wilson, 1994). En consecuencia, los sistemas sociales sirven como sistemas de mantenimiento de la humanidad. En este sentido, es deducible que es la especie la que se preserva y no el individuo (Naranjo Meléndez, 2006). Conclusiones La modalidad de aprendizaje de las conductas se establece a partir de modelos de motivación determinados neurobiológica y culturalmente que rigen la posibilidad de obtener premios y evitar castigos. La pena se establece sobre la base de adquisición de conductas en sus diferentes estratos: el aprendizaje pavloviano de conductas innatas, el aprendizaje instrumental destinado a objetivos y el aprendizaje social que involucra a otros pares. El valor del castigo puede ser enseñado ligado a la cultura con conceptos de moralidad y justicia. El castigo es una conducta común en las especies que viven en sociedad, entre ellas la humana, destinada a proteger y promover la cooperación de acuerdo con normas establecidas como beneficiosas para garantizar la supervivencia del grupo social. Las sociedades en que se establece la posibilidad de ejecutar el castigo altruista y la cooperación gratuita por parte de sus integrantes coevolucionan, ya que darán lugar al fenómeno de selección grupal necesaria para la evolución. El castigo altruista genera el incremento de los costos de ser free-rider promulgando la desaprobación social, el ostracismo y la agresión. El individuo que ejerce el castigo altruista no lo hace por error, sino que lo elige con un costo que queda no sólo equiparado, sino superado al lograr como finalidad la adquisición de normas de comportamiento basados en la justicia, equidad y cooperación entre los individuos que conforman una sociedad. Agradecimiento Al Dr. Luis M. Zieher y a la Dra. Laura Guelman. Bibliografía 1. Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. 22ª Edición. 2001. 2. Fehr E, Gächter S. Altruistic Punischment in Humans. Nature. January 2002. January; 415:137-140. 3. Montague, P. R. & Berns, G. S. Neural economics and the biological substrates of valuation. Neuron.2002; 36:265–284. 4. Prévost C, Pessiglione M, Météreau E, Cléry- Melin ML, Dreher JC. Separate valuation subsystems for delay and effort decision costs. J Neurosci. 2010 Oct 20/;30(42):14080-90. 5. Tobler PN, O'Doherty JP, Dolan RJ, Schultz W. Reward value coding distinct from risk attitude-related uncertainty coding in human reward systems. J Neurophysiol. 2007 Feb/; 97(2):1621-32. Epub 2006 Nov 22. 6. Tan SY, Graham C. Medicine in Stamps Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936): conditioned reflexes. Singapore Med J 2010; 51(1):1-2. 7. Denniston JC, Miller RR. Timing of Omitted Events: An Analysis of Temporal Control of Inhibitory. Behav Processes. 2007 February 22/; 74(2):274–285. 8. Rescorla, R. A. Probability of shock in the presence and absence of CS in fear conditioning. J Comp Physiol Psychol. 1968;66:1–5. 9. Seymour B, Singer T, Dolan R. The neurobiology of punishment. Nature Reviews Neuroscience. Apr 2007; 8(4):300-11. 10. Hutchinson RR., Azrin NH, Hunt GM. Attack produced by intermittent reinforcement EDITORIAL SCIENS // 15
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