Dr. Gustavo Corra recetas, luego deberán ser inspeccionadas y aprobadas o reprobadas por los empleados de las farmacias y el personal administrativo de las aseguradoras, quienes tienen la última palabra y dictaminarán ante el paciente si su médico hizo “bien” o hizo “mal” la receta. Cabe destacar que en el hipotético, e imposible caso de que todos los habitantes de nuestro país fueran socios de la misma prepaga, serían suficientes cuatro letras y tres números para distinguirlos a todos. A esto se suman los escritos agregados o “banners” que cada aseguradora pide de manera particular y caprichosa, tales como “tratamiento prolongado”, “envase grande”, etcétera. Según el Colegio Oficiales de Farmacéuticos y Bioquímicos de la Capital Federal, entre el 20 y el 30 por ciento de las recetas médicas son rechazadas, no por estar mal confeccionadas como recetas, sino por no cumplir con los requisitos comerciales administrativos que requieren las aseguradoras. ¿Qué prestigio puede entonces tener un médico, que no “sabe” ni hacer una receta?, o lo que es peor, la hace “mal” apelativo de extracción moral, frente al que el médico y su prestigio quedan poco menos que despedazados. Lo que ocurre es que los requerimientos administrativos de las aseguradoras son sumamente caprichosos y a la vez tienden a la manipulación de la tarea del médico. Lo mismo es válido para los pedidos de estudios y demás autorizaciones requeridos por las aseguradoras. Por otra parte, también se ataca al prestigio médico cuando es necesario el recontrato en privado, o el cobro de honorarios debe pactarse “bajo cuerda” para que sea factible el acto médico, cuando el médico se ve obligado a escatimar tiempo, dedicación, interés, o lo que es peor, curiosidad y afecto a sus pacientes. Se ataca al prestigio médico cuando derivar un paciente de una prepaga a un colega ya no es visto como un acto de reconocimiento sino como un trago amargo al que se somete al colega. Se ataca al prestigio médico y a la relación médico-paciente cuando esta desborda y cae en el vínculo con empleados administrativos de las aseguradoras no capacitados para tal efecto. Cuando los estudios, prácticas e indicaciones quedan en manos de autorizadores administrativos que relativizan la idoneidad, la confianza y la empatía médico-paciente. Los ejemplos son interminables pero queda planteada una crisis médica que tal vez se zanje en un futuro en el que las empresas de "salud" puedan administrar áreas tales como la hotelería, algunos aspectos administrativos de la aparatología diagnóstica, la logística, el transporte de pacientes, o los servicios que impliquen actividad administrativa y se libere al médico en su vínculo con el paciente como la historia, la razón y el sentir lo indican. Sistemas médicos reconocidos mundialmente en otros países por su calidad y eficiencia respetan el pago de honorarios médicos, tal es el caso de Canadá y Francia, entre otros, financiados por el Estado, conservando honorarios médicos dignos por prestación. Sabemos que estamos en una coyuntura extremadamente difícil, pero es el momento de no desatender la reflexión de nuestro lugar como médicos en nuestro contexto actual y pensar en estrategias que en el futuro, esperemos no muy lejano, recompongan nuestro prestigio, nuestro lugar y nuestra herramienta, la relación médico-paciente. 20 // EDITORIAL SCIENS
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