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AAP Forense 39 - Octubre 2018

Revista de Psiquiatría forense, sexología y praxis.

date que tu vieja

date que tu vieja acariciaba con sus manos pequeñitas de mujer tu cabeza de muchachita alocada que soñaba con grandezas y placer... En busca de los amores, y para buscar placeres fuiste con otras mujeres al lugar de los dolores”... La prostitución conlleva la presencia del proxeneta y con ello la dependencia de acción, la sumisión y la represalia frente a los intentos “libre-empresarios”. No obstante ello, a pesar de tener “amos”; algunas prostitutas comienzan a enfrentar su condición sin temor a la represalia y acceden a otros lechos si consiguen a alguien que detente poder o dinero (empresario, comerciante, político, etc.) que pueda “bancar” cualquier situación emergente ya sea la venganza o el desquite del proxeneta abandonado. El cambio de hombre se realizará con lo único que puede ofrecer: lo instintivo utilizando sus habilidades sensuales y sexuales. Amor y sexo se complementarán para conquistar la meta idealizada; de ello participarán las mujeres del tango, sean o no prostitutas, pero no siempre resulta una tarea exitosa. Pascual Contursi (1917) en Flor de Fango describe el apogeo, las andanzas y la decadencia de la mujer que logra salir de un conventillo y asciende dando concesiones, pero termina nuevamente en el fango: “Mina que te manyo de hace rato, perdoname si te bato de que yo te vi nacer. Tu cuna fue un conventillo alumbrado a querosén... Te gustaban las alhajas, los vestidos a la moda y las farras de champán y te hiciste chacadora, luego fuiste la señora de un comerciante mishé que lo dejaste arruinado, sin el vento y amurado en la puerta de un café... Después fuiste la amiguita de un viejito boticario y el hijo de un comisario todo el vento te chacó; empezó tu decadencia, las alhajas amuraste y una piecita alquilaste en una casa ‘e pensión. Fuiste papusa del fango y las delicias del tango te piantaron del bulín; los amigos te engrupieron y ellos mismos te perdieron noche a noche en el festín…”. La aspiración de la mujer por entonces (no de clase alta) es desempeñar otro rol dentro en la sociedad pretende adquirir un status diferente al que posee. En el tango hay siempre una muchachita inocente, ilusa o ambiciosa en el origen de la milonguera; hay, naturalmente, una madre en el origen de la milonguera. Por lo tanto, la forma idealizada es hogar honrado, madre santa, hija seducida. En rigor, hay dentro de esta situación dos casos bastante diferentes, aunque manejen algunos elementos idénticos y puedan rematarse del mismo modo: la buena y linda que cayó y la buena y linda que voló señalando así la principal diferencia que consiste en el carácter voluntario o no del “mal paso”. En el primer caso tenemos Galleguita (Alfredo Navarrine) que llega a Buenos Aires “sin más prenda ni tesoro que sus lindos ojos moros y su cuerpito gentil”. En el segundo caso, Samuel Linnig (1920) en Milonguita describe las reminiscencias del origen pobre de una mina y dice: “¡Estercita!... hoy te llaman Milonguita flor de lujo y de placer flor de fango y cabaret. ¡Milonguita!... los hombres te han Pascual Contursi Samuel Linnig Francisco García Jiménez Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A8

hecho mal, y hoy darías toda tu alma por vestirte de percal...”. Para cualesquiera de ellas, las luces de cabaret, el centro, los hombres y todas las supuestas seducciones de esa vida no tienen atractivos. Llegaron allí ciegas, engañadas, por amor; las consumen el arrepentimiento y la nostalgia del hogar, los padres y la pureza. No obstante, la habitual descripción es la de aquella que, sin escrúpulos, deja su barrio humilde en pos del “ascenso social”. Francisco García Jiménez (1920) escribe en Zorro Gris a la mina pervertida por la ambición y dice “Cuantas noches fatídicas de vicio tus ilusiones dulces de mujer, como las rosas de una loca orgía las deshojaste en el cabaret. Al fingir carcajadas de gozo ante el oro fugaz del champan, reprimías adentro del pecho un deseo tenaz de llorar”… “Y al pensar, entre un beso y un tango, en un humilde pasado feliz, ocultabas las lágrimas santas en los pliegues de tu zorro gris...”. La descripción de la trepadora que dilapidó el amor y la juventud lo tenemos en Muñeca Brava de Enrique Cadícamo (1928): “Tenés un camba que te hace gustos y veinte abriles que son diqueros y bien repleto tu monedero pa’ patinarlos de norte a sur... te baten todos Muñeca brava porque a los giles mareas sin grupo. Pa’mi sos siempre la que no supo guardar un cacho de amor y juventud”. También en Marionetas Armando J. Tagini (1928), en forma similar a la anterior, dice: “Los años de la infancia risueña ya pasaron camino del olvido, los títeres también... piropos y promesas tu oído acariciaron... te fuiste de tu casa para jamás volver. Allá entre bastidores, ridículo y mezquino, claudica el decorado sencillo de tu hogar... Y tú en el proscenio de un frívolo destino, eres la marioneta que baila sin cesar”. Enrique Cadícamo en Callejera dice: “Esos trajes que empilchas no concuerdan con tu cuna pobre mina pelandruna hecha de seda y percal... En una fina copa ‘e cristal, hoy tomas ricos licores y entre tantos resplandores se encandiló tu arrabal...”. El mismo Enrique Cadícamo (1925) profetiza en Pompas de Jabón la decadencia que le espera a la pebeta del barrio que pelechó con un bacán: “Pensá pobre pebeta, papa, papusa, que tu belleza un día se esfumará, y que como las flores que se marchitan tus locas ilusiones se morirán. El mishé que te mima con sus morlacos el día menos pensado se aburrirá y entonces como tantas minas de fango irás por esas calles a mendigar” y profetiza: “Cuando implacables los años te inyecten sus amarguras... ya verás que tus locuras fueron pompas de jabón…”. Un final de decadencia y enfermedad pinta Pascual Contursi (1920) en El Motivo: “Mina que fue en otros tiempos la más papa milonguera y en esas noches tangueras fue la reina del festín… Hoy no tiene que ponerse ni zapatos ni vestidos, anda enferma, y el amigo no aportó para el bulín… Está enferma, sufre y llora y manya con sentimiento que así, enferma y sin vento, más naides la va a querer...”. Están también, obviamente, las que nacieron en Enrique Cadícamo Armando Tagini Enrique P. Maroni Asociación Argentina de Psiquiatras 1994 A9

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