Dr. Diego Minck Planner (Kohut). Del mismo modo que no es de extrañar que un grupo de inmigrantes que llega, huyendo de la persecución, a una cultura “exitista”, enfatizara los aspectos adaptatívos y no conflictuales del yo. O que un burgués, intelectual y culto, acomodado en París en pleno auge de la Lingüística, pudiera releer el psicoanálisis desde una perspectiva estructuralista (aunque después lo negara) complejizándolo con conceptos tan originales e intuitivos transmitidos a veces en forma innecesariamente hermética. Entre estos solamente enumeramos algunos: los tres registros: simbólico, imaginario y lo real, el carácter estructurante de la falta, los aspectos imaginarios y simbólicos de la transferencia, el objeto a, su relectura del complejo de Edipo, el atravesamiento de fantasma como momento del proceso para el fin de análisis 8 . Para ir cerrando este catálogo de instancias condicionantes para la conceptualización psicoanalítica, hay que resaltar una que no es ni personal, ni institucional, ni contextual sino, más generalmente, disciplinar y hasta cultural: hasta ahora, siempre se ha pensado el modelo de aparato psíquico a partir de la psicopatología y nunca desde la salud mental (por compleja que sea su definición o aprehensión). El análisis de esos casos graves sugiere una captación muy negativa de la naturaleza humana, de la que emanan términos como “perverso polimorfo”, “envidia del pene”, “castración”, “sadismo primario”, “odio primario”, “represión lograda”. Esto último parece poner en evidencia todavía otra dificultad: A pesar de su apertura incuestionable hacia el interior de lo que hasta entonces no había sido sino una caja negra, la investigación freudiana no pudo librarse de una doble determinación presente en la disciplina de la investigación médica. Prevalecen en el aparato psíquico no solo los resabios del positivismo de la escuela anatomoclínica alemana, sino también lisa y llanamente los de toda una cultura del orden patriarcal sobre la sociedad y sus miembros, con todos los excesos y problemas que esto a su vez engendra. Una maquinaria entera de “represión excedente” −por parafrasear a Herbert Marcuse 9 − que gozaría de mucho menor prestigio bajo una antropología positiva como la de Jean Jacques Rousseau, o como la que hoy traen del lejano oriente investigadores como Francois Jullien. Pero en fin, aprovechemos esta “línea de fuga” para dejar por el momento las disputas intrapsicoanalíticas con la finalidad de llevar brevemente la discusión a un terreno un poco más universal. El origen de la complejidad Volviendo a la polisemia de la palabra “yo”, hay que decir que, probablemente, se base en la complejidad del problema que trae consigo, problema que atraviesa diferentes planos… pero antes de esbozar siquiera un recorrido a través de esos planos, cabe una aclaración: hablar del “yo”, en cualquiera de sus acepciones, no siempre fue tan importante, ni tan frecuente como es hoy. Durante siglos, milenios incluso, la preocupación por esa realidad tan propia, tan personal, fue relegada por consideraciones entonces más urgentes como las de la divinidad y la trascendencia. En el contexto impuesto por las grandes religiones monoteístas, cualquier preocupación “yoica” debe ser estimada como muy menor, en relación a los asuntos vinculados a Dios y a la fe. Incluso antes de la emergencia de la “verdad revelada” en las religiones del libro, muchas religiones tradicionales, y la de los antiguos griegos entre ellas, atribuyeron tal fuerza a moiras y destinos, que acabaron por reducir a su mínima expresión esta potencia individual 10 . Fue recién en el contexto de nuestra primera revolución científica, en los albores de la era así llamada “moderna”, que el “yo” empezó a ganar la preponderancia de la que goza ahora. Es habitual pensar en René Descartes como símbolo de esa transición. Y lo cierto es que fue él y no otro quien por primera vez dijo cosas tales como esta: “Yo soy, yo existo; ¿pero cuánto tiempo? El tiempo que pienso; porque si yo cesara de pensar, en el mismo momento dejaría de existir. Nada quiero admitir, si no es necesariamente verdadero. Hablando con precisión, no soy más que una cosa que piensa, es decir un espíritu, un entendimiento, una razón, términos que antes me eran desconocidos. Luego soy una cosa verdadera y verdaderamente existente; ¿pero qué cosa? Ya lo he dicho: una cosa que piensa. ¿Y que más? Excitaré mi imaginación para ver si soy algo más. No soy ese conjunto de miembros llamado cuerpo humano, no soy un aire desleído y penetrante extendido por todos aquellos miembros; no soy un viento, un soplo, un vapor, ni nada de lo que yo pueda imaginarme porque he supuesto que todo es dudoso. Sin dejar de suponerlo he hallado que hay algo cierto: que yo soy algo” 11 . ¿Inmaterial o corpóreo? Alternativas empiristas Esta temprana, primera incluso, aproximación cartesiana al problema del yo ha sido, claro, discutida una y mil veces. De una parte, y aun en vida del propio Descartes, empiristas ingleses, comenzando por Thomas Hobbes y su heredero John Locke, pusieron en jaque al racionalismo cartesiano al considerar infundada su creencia en la incorporalidad del yo. Intentaron dar el mentís a la fórmula según la cual “no soy ese conjunto de miembros llamado cuerpo humano”, para insistir en la posibilidad de que ese “yo” que piensa y existe, sea él mismo un cuerpo o más precisamente un sistema nervioso o un cerebro. En una línea que haría fortuna, eventualmente, entre los investigadores neurocientíficos, el propio Hobbes objetaría las meditaciones metafísicas de la siguiente manera: 8. Vease: Ricón L. Psicoterapias pensadas a partir de lo posible. Polemos 2005.pág 111. 9. Véase especialmente Eros y Civilización. Ariel, Barcelona, 1998, para una distinción fuerte entre la represión que podría considerarse “básica” para la vida civilizada y toda la represión “excedente” que esta genera. 10. Entre los antiguos griegos cabe destacar la honrosa excepción de las escuelas del pensamiento helenistico (cínicos, estoicos, epicúreos) que aun perteneciendo a aquel contexto cultural rescataron, de distintas maneras, la importancia de la individualidad y la personalidad. 11. Descartes, R. Meditaciones Metafísicas. Porrúa, México, 1997 pág. 60. 8 // EDITORIAL SCIENS
Psiquiatría 3:9, Marzo 2010 “Podría ser, que la cosa pensante sea lo que está por debajo de la mente, la razón o el entendimiento como su sustrato, y que entonces sea algo corpóreo. El Sr. Descartes asume sin prueba que no es corpórea. Y sin embargo la conclusión que parece querer establecer depende de esta inferencia” 12 . ¿Individual o intersubjetivo? Alternativas idealistas Objeciones de otro tipo surgieron más tarde en el seno de otra escuela filosófica, conocida habitualmente como idealismo alemán. Iniciada por Immanuel Kant, esta corriente atacaba, no tanto la inmaterialidad del yo cartesiano, como su individualidad. Oponía Kant un “yo trascendental” −universal y transpersonal− al “yo empírico” que aparece en cada uno de nosotros en cada caso, y no sería más que un fenómeno, una representación individual, delegada respecto de esa realidad más general y colectiva. Y el más célebre de sus continuadores, Georg Wilhelm Friedrich Hegel, llevaría hasta el límite esa tendencia a “colectivizar” el yo a través de una Fenomenología del Espíritu que concluiría: “Vendrá para la conciencia la experiencia de lo que el espíritu es, esta sustancia absoluta que, en la perfecta libertad e independencia de su contraposición, es decir, de distintas conciencias de sí que son para sí, es la unidad de las mismas: el yo es nosotros y el nosotros el yo” 13 . ¿Libre o determinado? Alternativas irracionalistas Y todavía una tercera serie de cuestionamientos al concepto del yo producido por Descartes, surgiría entre autores más recientes, de tendencia irracionalista, encabezados por Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Para estos, el problema del yo no sería tanto el de su incorporalidad o el de su individualidad, como el de su autonomía y preeminencia. Así se expresa Nietzsche en uno de los fragmentos de Mas allá del bien y del mal: “No me cansaré nunca de poner en relieve un hecho que estos espíritus supersticiosos confiesan de mala gana; quiero decir que un pensamiento viene cuando quiere, no cuando quiero; de tal manera que sería falsear la verdad del hecho asegurar que el sujeto es la condición del predicado . ; pero que este deba ser el famoso antiguo , no es más que una suposición, una afirmación gratuita, todo menos una ” 14 . Cada una de estas grandes alternativas al modelo originario sugerido por Descartes, puede entenderse como un esfuerzo por “abrir” el yo: ya hacia el cuerpo y la materia, como en el caso del empirismo inglés; ya en dirección a la colectividad o a la intersubjetividad en el idealismo alemán; ya finalmente, a partir del irracionalismo en el sentido de fuerzas todavía inmateriales y singulares, pero ajenas tanto al , como a la conciencia, la razón y la autodeterminación. En paralelo a estas disputas filosóficas entre concepciones más cerradas y concepciones más abiertas, en una u otra dirección; y en paralelo también a las disputas psicológicas o psicoanalíticas mencionadas antes, entre concepciones más concretas y más abstractas, más complacientes o más criticas, con respecto al problema del Yo; cabría mencionar una tercera serie de disputas, cuyas consecuencias afectan incluso al sentido común: toda referencia al Yo supone la consideración de algo que permanece y, al mismo tiempo, la consideración de algo que cambia. Sería ilícito pensar un Yo en el terreno de la pura variación y la pura alteridad, pero no sería menos ilícito pensarlo allí donde solo hubiera fijación e identidad. Y acaso en esta antinomia, la más general, entre lo que permanece y lo que varía, esté la clave para pensar las demás. Una hipótesis para concluir Como hipótesis podría aventurarse que todos estos vectores contrapuestos: Concreto-abstracto, imaginario-real, espiritualmaterial, individual-colectivo, sujeto-sujetado, cerrado-abierto, se afirman al mismo tiempo en un juego que mejor sería llamar de yuxtaposición y no de contraposición, en el que no hay una dirección que tenga sentido sin las otras, y del que por lo tanto ninguna debe ser excluida. En su célebre “Antiedipo”, el filósofo Gilles Deleuze y el psicoanalista Félix Guattari afirmaron: “…todo funciona al mismo tiempo, pero en los hiatos y las rupturas, las averias y los fallos, las intermitencias y los cortocircuitos, las distancias y las parcelaciones, en una suma que nunca reúne sus partes en un todo. (…) los cortes son productivos, e incluso son reuniones. Las disyunciones, en tanto que disyunciones, son inclusivas” 15 . En ese operador conceptual de la “disyunción inclusiva” que mantiene la precisión y el rigor de las distinciones, pero sin excluir, sin descartar nada de lo distinto, se encuentre tal vez un interés de todo este recorrido para las psicoterapias. No se trata aquí, como es obvio, de una acumulación enciclopédica o academicista de diversas perspectivas psicoanalíticas y filosóficas en torno al yo. La motivación es práctica, pragmática e incluso clínica: abandonar cualquiera de estas direcciones abiertas a la investigación, sería abandonar el territorio en el que podría estar la solución para nuestro próximo problema. Lo que está en juego es el riesgo clínico, terapéutico, de excluir un punto de vista que pueda eventualmente aliviar un sufrimiento. Y conjurar ese riesgo implica mantener abierta la problemática del yo. Una intervención del psicoanalista Luis Hornstein 16 , aunque acotada a un contexto más específico, marca el camino que proponemos recorrer: 12. Hobbes, T. Objeciones en René Descartes. Meditaciones Metafísicas. Porrúa, México, 1997, pág. 112. 13. Hegel, G. W. F. Fenomenología del Espíritu. Fondo de Cultura Económica, México, 1988, pág. 113. 14. Nietzsche, F. Mas allá del Bien y del Mal. Libso, Madrid, 2001, pág. 34. 15. Deleuze, G. y Guattari, F. El Anti Edipo. Paidós, Barcelona, 1995, pág. 47. 16. Es el propio Hornstein quien −inspirado acaso por la idea de una “caja de herramientas” teórica sugerida en su momento por Michel Foucault− resume el interés práctico y clínico de las concepciones que antes destacábamos al hablar de otros tantos “conceptos-herramienta”. EDITORIAL SCIENS // 9
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