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Conductas agresivas e impulsivas Emilce Karina Blanc. Salud Mental Correccional

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La impulsividad es definida por Real Academia Española como una conducta producida sin reflexión ni cautela llevado por la impresión del momento (motivación afectiva). La Organización Mundial de la Salud (OMS), destaca a la agresividad como una conducta adaptativa e innata en el reino animal y a la violencia más allá de “lo natural” en sentido adaptativo, caracterizada por su ímpetu e intensidad, uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene, o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daño psicológico, problemas de desarrollo o la muerte. (Organización Mundial de la salud, 2002) Cabe aclarar que existen diversas definiciones sobre el concepto de violencia y desacuerdos entre expertos y organismos internacionales. (Trajtenberg, 2019) Agresividad y violencia, suelen utilizarse muchas veces como sinónimos, como lo haremos en este texto.

J. G. Alonso - E. K.

J. G. Alonso - E. K. Blanc - M. J. Mazzoglio y Nabar - V. M. Sierra // Salud Mental Correccional Algunos autores, señalan diferentes presentaciones de la agresividad, con las características que se muestran en la Tabla I Las conductas impulsivas y agresivas pueden observarse en mayor medida en algunos cuadros clínicos como el trastorno bipolar, las depresiones ansiosas y los desórdenes de la personalidad de cluster B, fundamentalmente el trastorno antisocial de personalidad y el trastorno límite. Asimismo, en trastornos por consumo de sustancias psicoactivas, esquizofrenia y trastorno paranoide de la personalidad. Neurobiología Si bien existen hallazgos que sugieren anomalías en estudios de neuroimágenes, investigaciones en neuroendocrinología, neurotransmisión y epigenética, no hay causales directas identificadas del comportamiento violento. “El sistema nervioso central es un sistema complejo, dinámico y abierto (Alvano, 2004) modificable por la experiencia “de forma única para cada individuo”. “La predisposición genética (genes involucrados) interactúa con factores evolutivos (variables gestacionales), y con factores ambientales (profundos como los trascendentales vínculos tempranos y los correspondientes a las vivencias cotidianas influidos por el contexto sociocultural), produciéndose modificaciones epigenéticas del ADN, que sumado a mecanismos aleatorios, conducirán al desarrollo de diferentes tipos de conducta humana normal o patológica, alteraciones diversas en la salud mental o resiliencia, según sea el caso. La interacción gen-entorno se encuentra en el centro de la etiología” (Alvano, 2007). Funcionalmente, la Corteza Prefrontal (CPF) aporta la posibilidad de la evaluación cognitiva y el sistema límbico, (corteza cingulada anterior y sus conexiones con el núcleo accumbens) el correlato emocional. El Núcleo Accumbens (NAcc) aporta la valencia hedónica a través de la descarga de dopamina (DA) por las terminales provenientes del área tegmental ventral (ATV). Estudios que comparan individuos con y sin comportamiento agresivo han demostrado robustas diferencias en respuestas fisiológicas, en la estructura cerebral y funcionalidad (Patrick, 2008). La agresividad impulsiva, tiene un compromiso biológico más claro, y mayores posibilidades de abordaje farmacológico (Halsband y col., 2008) que la agresividad proactiva, instrumental o controlada. Esta última, involucra circuitos subcorticales como el tronco cerebral y la amígdala (favorecen el surgimiento de impulsos agresivos), circuitos corticolímbicos incluyendo Corteza prefrontal orbito medial (CPF OM) y NACC rostral (favorecen la toma de decisiones y el procesamiento de información socialemocional) y regiones frontoparietales (involucradas en la regulación emocional y de los impulsos) (Coccaro y col., 2011). La agresividad premeditada posee poca expresión neurobiológica y no suele ser abordable por tratamientos farmacológicos (Halsband y col., 2008; (Krueger R & South S, 2009). Las respuestas de activación de la amígdala podrían ser más características de la agresión impulsiva y las respuestas amigdalinas atenuadas, más prevalentes en presencia de individuos con rasgos psicopáticos de personalidad más tendientes a la agresividad premeditada (Coccaro y col., 2011). La CPF estaría involucrada en el control cognitivo: monitoreo de las propias acciones, evaluación de alternativas, inhibición de impulsos o respuestas inapropiadas dirigida a metas y previamente recompensadas, (Miller y col., 2001). Si bien se describen sectores 81

J. G. Alonso - E. K. Blanc - M. J. Mazzoglio y Nabar - V. M. Sierra // Salud Mental Correccional anatómicamente diferenciados con funciones disociables en un contexto experimental (ej.: el córtex frontal inferior en hemisferio derecho estaría involucrado en detener una respuesta prepotente; Aron, 2007), la CPF parece funcionar como una red de regiones interconectadas (Aron, 2008), y en la vida cotidiana es el funcionamiento y la coherencia general del sistema el que puede asignar más directamente el concepto de espectro de externalización de las diferencias individuales. Otras subestructuras de la CPF ampliada son también relevantes en relación con las tendencias de externalización, por ejemplo, el daño de la CPF orbitomedial está asociado con comportamiento agresivo e impulsivo (Damasio y col., 1994). Esta corteza es particularmente relevante en el control cognitivo sobre la activación emocional (Davidson y col., 2000), consistente con las conexiones extendidas entre CPF orbitomedial y estructuras límbicas. La CPF también se conecta a otras estructuras, como a la corteza cingulada anterior (CCA), con funciones coordinadas entre ambas” (Krueger y col., 2009). Algunos autores describen en individuos tendientes a la agresividad, un incremento de actividad de ondas lentas en el EEG, reducidos niveles de serotonina cerebral (Coccaro y col., 1996a; Dolan y col., 2001) y disfunción en regiones frontocorticales y límbicas que median el procesamiento emocional (Intrator y col., 1997; Raine y col., 2000, Blair y col., 2006). Violencia en el entorno penitenciario La conducta agresiva es frecuente en entornos penitenciarios, y es sufrida por las personas detenidas y por el personal penitenciario (Trajterman, 2019) La prevalencia de violencia varia considerablemente entre establecimientos, entre países y dentro de un mismo país según su condición edilicia, recursos disponibles y formas de administración. Asimismo, está sujeta a variables demográficas como la edad, nivel educativo, y cultural. Los actos violentos pueden ser de características diversas si se considera por ejemplo el blanco de la agresión, la existencia de ganancia secundaria, de un desencadenante, etc. Donde no siempre los actos agresivos se deben a trastornos mentales. Cuando esto sucede, es más frecuente en aquellos con bajo control de los impulsos como el Trastorno antisocial de la personalidad, trastorno limite y el trastorno explosivo intermitente. (Trestman) Los reportes sobre violencia son dificultosos y muchas veces pobres dada la presencia de diversos factores: diferencias de registro en las instituciones, falta de reporte por parte de la víctima por temor, vergüenza o falta de confianza en las autoridades. A su vez puede existir sesgo en el registro si no se tuvieron en cuenta todos los factores de riesgo (personales históricos y actuales: del entorno: de la institución). Abordaje Es necesaria una visión comprensiva que incluya al personal encargado de la administración, de la seguridad, profesionales de la salud y otras áreas de manera que se pueda realizar una intervención amplia que abarque diversos objetivos como: 1. El entorno: Búsqueda regular de elementos peligrosos por parte del personal de seguridad; ocuparse de las condiciones del encierro; trato digno y respetuoso. Asimismo, trabajar sobre el bienestar del personal. 2. Factores desencadenantes: familiares, socioeconómicos, convivenciales, criminológicos - referentes a la pena que 82

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