D Serebrisky // Adicciones Podríamos considerar a la pandemia por COVID como generadora de stress postraumático, dadas las características de muertes, discapacidades, sorpresa e incertidumbre ante lo que sucederá. Algo similar acontece con las guerras y las migraciones masivas que se dan en América latina, Medio Oriente y Europa en estos momentos. Ahí también va surgiendo lo que se denomina la “sociedad de la intemperie y a la intemperie”. La experiencia que relataremos proviene de Gradiva que es un Centro de Rehabilitación especializado en “patologías de doble y múltiple diagnóstico”, la cual dirijo desde hace muchos años. La comunidad terapéutica La comunidad terapéutica para adictos se basa en la fuerza de la ayuda mutua de organizaciones como Alcohólicos Anónimos, y de los movimientos religiosos como Daytop, Synanon y Proyecto Uomo (que son sus exponentes iníciales máximos), pero que también surgen de la tragedia de las drogas que destroza vidas y aparece epidémicamente en la sociedad de los barrios bajos del Harlem (EE.UU.) y en otros sitios, convirtiéndose en pandemia. Luego surgieron los movimientos profesionalizados que siguieron los mismos parámetros bajo otra tragedia, el HIV, que en sus primeros momentos no tenía cura (hasta los años 2000); también como parte de otra tragedia, las patologías neurológicas ligadas al consumo, la dementización de miles ante el consumo y ante la des-familiarización creciente de la sociedad junto a la pobreza marginalizada. En realidad en los tres movimientos; el derivado de Maxwell Jones, el ligado a los trabajos de Daytop, Synanon y el Proyecto Uomo, como en los movimientos profesionalizados, en todos, la esencia es una respuesta ante el desvalimiento de la tragedia y máxime en las consecuencias de la sociedad industrialista y tecnológico-financiera con la caída de la vida familiar y los orígenes de la sociedad tecno-trónica y anónima que promueve el “anonimato” y el crecimiento de los que llamo los “nadies” (identidades vaciadas) con la exigencia de una “mega-barbarie” centrada en la masificación de la existencia, el individualismo con el Ego como eje y las drogas masificadas. Nuestro centro de rehabilitación en adicciones, Gradiva, se basa en los pensamientos de Edgard Morin, pensador francés con el cual nos formamos. Precisamente E. Morín (2003) insiste en la existencia en esta sociedad de una megabarbarie planificada que, a mi entender, va a llevar a la necesidad de “Casas de Vida”. Ante la masificación del uso de drogas y el individualismo como eje de la existencia, planteo las “Casas de Vida” como nuevo nombre para la Comunidad Terapéutica; último refugio para la soledad “barnizada” con químicos, en una sociedad desvinculada y con las transmisiones generacionales rotas. La comunidad terapéutica parece ser el refugio último de la humanización ante el crecimiento de una sociedad deshumanizada. Jorge, residente de Gradiva, dice “…menos mal que estoy acá… viví 5 años en la Carbonilla (Villa de la Capital Federal)… hoy estaría muerto”. La comunidad terapéutica ofrece un posible reparo ante las amenazas de los virus y la desorganización de los impulsos, por la pérdida de la función superior fronto-temporal. Jorge me estaba agradeciendo, pero en realidad él se estaba agradeciendo a sí mismo por atreverse a disputar una vida en dignidad. La comunidad terapéutica es una pro- 120
puesta existencial y de reconstitución del tejido social. La pandemia por COVID y la pandemia por sustancias El virus siempre ataca a los más vulnerables tanto en la droga como con los que tienen un sistema inmunológico debilitado (vulnerabilidades de la personalidad, de los contextos en los cuales se vive y del consumo de drogas como elemento precipitante de mayor vulnerabilidad). El virus es un actor privilegiado, pero no nos olvidemos del huésped (sus fortalezas, su capacidad de resiliencia). Las drogas progresan por virosis miméticas, así lo definí hace algún tiempo, en donde la imitación y el prestigio del consumir se vale de la inermidad simbólica de miles. Es como el virus que ataca a los más vulnerables en su sistema inmunológico, pero el sistema inmunológico abarca no solo al agente (o sea, la noxa patógena) sino las calidades y fortalezas del huésped (o sea, el sujeto). A esto le sumamos el efecto nocivo de la aglomeración, la pobreza marginalizada del AMBA y la vida indigna. Por ende, hoy la comunidad terapéutica es fundamental. Nos esperan miles de desamparados, abandonados a la “intemperie simbólica” que encuentran en los narcóticos una huida suicida cotidiana. Como me decía Jorge, adicto al crack, la comunidad se convierte en reparo, protección, vínculos y posibilidad de proponerse un proyecto existencial y fundamentalmente proporciona una organización en una desorganización social purulenta que daña y mutila vidas. Las epidemias del AMBA hacen carne en “nadies”: personas con identidades vaciadas, poseídos por un objeto (drogas, bandas, tribus) o son “jóvenes invisibles” que se visibilizan en agrupamientos tóxicos. La comunidad terapéutica ha perdido hoy ciertos atributos significativos; el contacto con el medio externo, lo cual compromete el sistema de reinserción social; la pérdida de la distancia íntima que es el núcleo de los encuentros en donde la cara, los gestos, se traslucen en el grupo como eje de lo que se dilucida en la cotidianeidad. La cuarentena, para ser terapéutica, necesitó de una gran entrega del personal, que también experimentó el miedo al contagio y sufrió de burn-out. El distanciamiento social conspiró, pero el orden normativo y vincular intentó suplir esto. Cuidar al personal es fundamental, atender nuestros miedos y que el trauma estimule la resiliencia grupal y del propio personal. Un aspecto importante del proceso de recuperación de un sujeto con adicción es hablar, a otros y a sí mismo. De la desubjetivación inicial del desvalido pasamos a un sujeto que se subjetiva a través del grupo y de esa organización de normas, vínculos y valores. El “acting out” de algunos pacientes forma parte del trauma de la epidemia y de los miedos. Quienes dirigen deben realizar un trabajo contenedor en donde el grupo y la organización funcionen como un “holding” que contiene. Resulta preocupante la población que queda fuera del sistema: aquellos que no entran en los centros de tratamiento, que no pueden concurrir a hospitales de día, que no les basta la atención virtual, o que no han logrado consolidar la transferencia con una institución terapéutica. Hace falta mucha atención humana y numerosas entrevistas para lograr que una persona se instale en un proceso terapéutico. Otro aspecto a considerar es lo que sucede en los “paradores” (hogares y refugios, que ofrecen contención y atención institu- 121
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