D Serebrisky // Adicciones cional para promover la reinserción social de ciudadanos en situación de vulnerabilidad socioeconómica). Estos centros ofrecen albergue, comida, atención, elementos de aseo y tratamiento profesional. No obstante, resulta significativo que muchas personas en situación de calle no aguantan estar ahí. Especulamos que se trata de consumidores críticos que buscan la salida hacia un espacio de vacío en lugar de los espacios de contención que se les ofrecen. Consideramos que las comunidades terapéuticas podrían ofrecer una alternativa mejor. Es frecuente oír relatos sobre violaciones durante la infancia, violencia, grandes frustraciones, etc. Estas personas necesitan ayuda profesionalizada, gente que los sepa escuchar, sin pretender ofrecerles soluciones fáciles, para que de esa escucha surjan soluciones propias a los problemas existenciales. La familia juega un rol fundamental en el abordaje de las personas con adicciones. Tanto su ausencia como su presencia pueden ser conflictivas. La elaboración de estos conflictos mediante una psicoterapia familiar resulta un elemento central en estos tratamientos. Desde ya que los espacios virtuales pueden ayudar pero nada se iguala a las sesiones familiares presenciales. Una revisión sistemática de Malivert et al. (2012) sobre la efectividad de las comunidades terapéuticas plantea porcentajes de retención en tratamiento de entre el 6% y el 56%. En esta revisión se incluyeron 3271 participantes de 61 comunidades terapéuticas y, en promedio, los sujetos permanecieron en la comunidad terapéutica un tercio del tiempo planeado. En nuestra experiencia en Gradiva, solo el 8% abandonó el tratamiento y en muchas ocasiones debido a crisis de las obras sociales o por vencimiento de los plazos. La cuarentena se transformó en terapéutica. El aumento del consumo de sustancias que se produjo a lo largo de la cuarentena se combinó con la imposibilidad de los centros de tratamiento para recibir nuevos pacientes, dada la necesidad de proteger a quienes estaban ya en tratamiento. Esto agregó otro elemento crítico a la compleja situación. Resulta evidente la necesidad de más comunidades terapéuticas en la postpandemia. La pandemia por COVID y el contexto sociocultural y sanitario En 1946, el primer ministro de Salud Pública de la Argentina, el Dr. Ramón Carrillo, repetía que “la salud del pueblo depende de diversos factores indirectos”. Sostenía que la sanidad pública no se puede desarrollar si no existen dos condiciones: “1) un estándar de vida alto de los trabajadores, y 2) una elevada educación sanitaria del pueblo”. Y que las plagas existentes ya no eran un problema médico sino del gobierno. Se desprende de sus dichos que las bacterias y los virus no son causa suficiente para explicar una epidemia. Richard Horton (2020), editor jefe de la revista científica The Lancet, propuso en una editorial el concepto de “sindemia” para analizar y enfrentar al coronavirus desde un enfoque biológico y social. En dicha editorial Horton explica que la noción del concepto “sindemia” fue concebida por primera vez por Merrill Singer, un antropólogo médico estadounidense, quien argumentó que un enfoque “sindémico” revela interacciones biológicas y sociales que son importantes para el pronóstico, el tratamiento y la política de salud. Horton enfatiza que la consecuencia más importante de ver al Covid-19 como una “sindemia” es “subrayar sus orígenes sociales”. No importa cuán efectivo 122
sea un tratamiento o una vacuna protectora, la búsqueda de una solución puramente biomédica para Covid-19 fracasará. Ver al virus como una “sindemia” invitará a una visión más amplia, que abarque la educación, el empleo, la vivienda, la alimentación y el medio ambiente. El concepto de sindemia alude a la sinergia de todos los factores que hacen a la complejidad del fenómeno. Estamos observando en nuestros consultorios que los pacientes acuden con un alto grado de daño psíquico, luego de internaciones en terapia intensiva, accidentes y problemas legales. La videoconsulta no alcanza para cubrir las necesidades de las personas con padecimientos graves. El panorama urbano y del conurbano se viste progresivamente de una población de “nadies” (así los llamo) que viven en la calle. Colchones, utensillos de cocina, almohadas y frazadas, componen un panorama que quiebra nuestra mirada y nos muestra la cara de la desesperanza y la marginación. Al lado del típico “tetra-brick” y acompañando del olor a marihuana, se unen olores pestilentes que desafían nuestros sentidos, nos hacen eludir las miradas y apenan nuestro espíritu. Los llamo los “name-less” (nadies) de nuestras ciudades. Sus identidades están vaciadas y son los nuevos “home-less”. Son de alguien, a veces, ya sea una tribu, una banda o de ciertos poderes sociales. ¿Serán “alguien” alguna vez? Lo que sí me parece seguro es que serán “alguien” siempre y cuando “algunos”, o sea nosotros como sociedad, hagamos algo para que esto sea así. De no actuar con presteza como sociedad este ciclo se incrementará ya que los factores de riesgo y de deprivación social aumentarán este fenómeno. El alcohol, las drogas y los circuitos del deterioro harán su tarea destructiva. Quiero adelantarles que no es solo un fenómeno de pobreza y pauperización, ya que se ha comprobado por estudios en otros países que aproximadamente el 30 % padecen patologías mentales y adictivas, que no tienen lugares de residencia y tratamiento. La pandemia y la indigencia Cada vez que se celebra el Día Mundial de la Salud Mental los medios de comunicación se llenan de las imágenes de miles de personas que viven en las calles, afectadas por patologías duales (enfermedad mental junto con adicción a drogas), población que se encuentra en estado de desprotección. Concurren a las guardias de hospitales, se los trata por la intoxicación a drogas y alcohol, se los desintoxica, presuntamente en una noche, y luego vuelven a la calle. La intervención médica solo centrada en la desintoxicación si no va acompañada por un programa de mantenimiento y de tratamiento en distintos rubros de tipo ambulatorio o residencial solo los saca del episodio agudo, pero vuelven a las calles donde continúan con su adicción y deterioro mental. La adicción, renovada después de la desintoxicación, seguía haciendo su tarea, y el ciclo de marginación y desesperanza actuaba con la justeza homicida–suicida de las patologías letales. Una madre me decía sobre esto: “cuando mi hijo sufre una crisis lo ingresan en la unidad de agudos, enseguida le dan el alta y vuelve a lo mismo, nunca vemos el final del túnel; no hay lugares para su asistencia, nos sentimos desvalidos, es un sufrimiento permanente”. Es el drama de la medicina y la psiquiatría actual ya que la crítica a las instituciones psiquiátricas (confundir manicomios con instituciones especializadas) ha dejado a miles 123
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