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Impacto de la pandemia y cambios originados en la asistencia de personas con enfermedad adictiva. Marcela Waisman Campos.

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Impacto de la pandemia y cambios originados en la asistencia de personas con enfermedad adictiva. Marcela Waisman Campos.

D Serebrisky //

D Serebrisky // Adicciones pensamientos inexactos o infundados como: “son peligrosos, incapaces de manejar el tratamiento o culpables de su condición”. Sentirse estigmatizado puede hacer que las personas con TUS estén menos dispuestas a buscar tratamiento.‎ Los estereotipos negativos sobre las personas con TUS pueden hacer que otros sientan lástima, miedo e incluso ira.‎ El desconocimiento es uno de los facilitadores del estigma. La difusión que se le dio en los medios de comunicación masiva a algunos casos de personas famosas que sufren de adicciones o se vieron afectadas por el estrés asociado a la pandemia (como Simone Biles, la deportista que se negó a participar de las instancias finales de los juegos olímpicos) puso el tema sobre la mesa de discusiones. Esto contribuyó a disminuir el estigma asociado a las enfermedades psiquiátricas y favoreció algunas consultas tempranas. Las personas que acudieron a consultas por adicciones en esa época dijeron frases como estas: “No quiero quedar como…, por eso vine”, “No estoy tan grave como… pero quiero salir de esto”. La educación progresiva acerca del COVID permitió avanzar desde el miedo a la aceptación y comprensión de la enfermedad, sin embargo esto no sucedió en el ámbito de las adicciones. La terminología empleada por los medios de comunicación masiva al referirse a la enfermedad adictiva, dificultan el desarrollo de empatía hacia las personas con esta enfermedad. Es frecuente el uso de términos estigmatizantes como: “ex adicto, adicto, alcohólico, comprador, jugador, problemático”, etcétera. Si bien el estigma se considera un constructo multidimensional (Goffman, 1963) una arista importante que contribuye al estigma en los TUS es el lenguaje utilizado para describir e identificar a los individuos con TUS activos o en recuperación (Kelly, Saitz y Wakeman, 2016). Es frecuente el empleo del término “limpio” para referirse a alguien en abstinencia, lo que sugiere que alguien que está en consumo es “sucio”. Los términos médicos evitan las asociaciones negativas, actitudes punitivas y culpabilización individual, por lo tanto es recomendable usar terminología médicamente precisa, de la misma manera que se utilizaría para hablar de otras afecciones médicas (Yngvild et al., 2014). Algunas instituciones norteamericanas intentaron sustituir los términos peyorativos. El ejemplo más notable fue la exclusión del término “abuso” del DSM-V. Al mismo tiempo, otras instituciones continúan propagando el uso de terminología estigmatizante (White, 2004; White & Kelly, 2011; Kelly, Saitz, & Wakeman, 2016). El principal resultado adverso de utilizar lenguaje estigmatizante es el impacto negativo que eso tiene en la búsqueda de tratamiento. Por este motivo es importante buscar un lenguaje no estigmatizante e inculcar su uso tanto entre los profesionales como entre los no profesionales. Cambios en el concepto de los psicofármacos Tanto los pacientes, como algunos profesionales de la salud no médicos, e incluso los familiares de personas con enfermedad adictiva, suelen tener creencias erróneas sobre los psicofármacos: sobreestiman sus efectos negativos y relativizan sus beneficios. Suelen creer que todos los psicofármacos son adictivos, que los médicos “drogamos” a los pacientes (“los sedan”, “los duermen”) y que los psicofármacos no modifican el curso de la enfermedad. Cuando un médico clínico o neurólogo indican sedar 82

un paciente, esa medida generalmente es tomada de buena manera, la familia cree que lo están ayudando, pero si lo hace un psiquiatra se percibe como que el médico “lo droga”. En resumen, no se juzga el acto médico con la misma vara. La presencia del virus COVID-19 motivó en la población la búsqueda de información sobre conceptos médicos: la afectación sistémica, el riesgo de vida, la necesidad de tratamientos y de vacunas. También facilitó la psicoeducación en enfermedad mental: la aceptación de que a veces los tratamientos instaurados no son suficientes y por ende no siempre resultan exitosos, pero así y todo lo que más daña es la enfermedad y no el tratamiento. No obstante, en ciertas poblaciones como los “antivacunas” y los “antipsiquiatría”, predominan los criterios ideológicos por sobre la evidencia. La abundancia de información no calificada en las redes sociales nos obliga a los profesionales a destinar parte de la consulta médica para clarificar los datos recabados por los pacientes a través de internet. Algunas de las preguntas que escuchamos frecuentemente son: “¿sirve el aceite de cannabis?”, “¿si hago un té de floripondio, tendré más energía?”. La difusión de las neurociencias en TIK TOK, Facebook e Instagram es interesante como fenómeno sociológico, pero no aporta información fundamentada ni avances científicos, y suele asemejarse a una receta de cocina. Tener un episodio asmático no nos convierte en expertos en asma, así como un episodio de psicosis por adicciones no nos convierte en expertos en salud mental. La necesidad de buscar “tranquilidad y relajación” en la pandemia, y de aliviar el sufrimiento, llevó a muchas personas a usar depresores como el cannabis, alcohol y benzodiacepinas. Gran parte de mis consultas se centraron en aclarar la diferencia entre “relajación” y “depresión del SNC”, que finalmente fue el motivo de la consulta. Fue llamativa la ausencia de campañas de prevención en salud mental, por ejemplo respecto de la automedicación tendrían que haber recomendado “consultar en caso de síntomas de ansiedad y depresión”. Ya en mayo de 2020 las Naciones Unidas advertían que la pandemia por COVID originaría una crisis de salud mental (UN, 2020), sin embargo, esto no fue abordado de manera suficiente. Cambios en las adicciones conductuales Los trastornos por abuso o dependencia de sustancias o los trastornos por adicciones comportamentales pertenecen a la categoría global de Trastornos del Control de los Impulsos, pero a efectos clasificatorios se estimó la conveniencia de incluirlos en una categoría independiente. Desde el 2013, cuando el juego patológico pasó de la categoría de trastornos del control de los impulsos a la categoría de las adicciones, las adicciones conductuales tomaron mayor relevancia. La clasificación de Trastorno por uso de videojuegos abriría la puerta a la validación de otras adicciones: adicción a las compras, al sexo, al amor, a la comida, al teléfono celular, vigorexia, al trabajo, etc. El CIE-11 clasificó al trastorno por videojuego (juegos digitales o de video) como un patrón de 12 meses con control deficiente sobre sus hábitos, a pesar de las consecuencias negativas (WHO, 2018). El interés en detectar, conocer y tratar estos trastornos, radica en su frecuente impacto negativo sobre la calidad de vida, provocando trastornos en la salud en general y en la salud mental en particular. Rara vez se presentan aislados, siendo frecuente la co- 83

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