MNC Derito // Urgencias en Psiquiatría. Psicosis endógenas agudas Se mantiene como ausente de la situación, su esposo me relata que desde hace aproximadamente un mes comenzó a quejarse de un malestar inespecífico al principio, se quejaba de que las piernas le pesaban excesivamente y que le costaba moverse. Que su cuerpo estaba aquejado de dolores sordos y molestos, y que todo parecía pesado y difícil de mover. Lo atribuía a várices y artrosis, pero seguramente se estaba agravando porque le impedían desarrollar sus actividades normales de ama de caso. Paralelamente a estas quejas cotidianas, que originaron varias interconsultas con el traumatólogo y el especialista en vascular periférico, dejó de alimentarse, se quejaba que la comida no tenía gusto a nada, y que todo lo que comía no lo podía digerir porque le quedaba en el estómago. Decía que su sistema digestivo estaba inmovilizado, nada de lo que ingería podía seguir el recorrido hasta el intestino, estaba como paralizado, de ahí que sufría una continua constipación. Lloraba y se quejaba durante el día de todos sus sufrimientos corporales y se lamentaba de su mala suerte porque los médicos no descubrían que enfermedad tenía, aunque a estas alturas ella estaba segura que era algo maligno. Su esposo trataba de convencerla de que los médicos no encontraban nada, porque nada grave tenía, pero ella argumentaba que las terribles sensaciones que experimentaba estaban allí y era innegable que algo malo tenía. Adelgazó 7 kilos, dejo de preocuparse por los quehaceres domésticos y luego dejo de ocuparse de sí misma, ya no se higienizaba, ni se cambiaba la ropa, decía -¿para qué si me voy a morir y nadie me ayuda?- pasaron los días se le daban analgésicos, antivaricosos, digestivos, pero su estado cada vez empeoraba más. Pocos días antes de decidirse la internación, comenzó a decir que su sistema digestivo se había paralizado y ella sentía todos los alimentos dentro de su cuerpo, eran como una piedra inmóvil. El corazón se había detenido y sentía como si le pesara dentro del pecho. La sangre ya no circulaba, seguramente no veía bien, porque en su casa, todo a su alrededor le parecía borroso y extraño, como si nunca hubiera estado allí. Toda ella estaba muy rara, como si no perteneciera a este mundo, de lo que deducía que seguramente estaba muerta y ya no había nada que hacer. Su familia la lleva nuevamente el médico clínico quién decide su urgente derivación para su atención psiquiátrica. El psiquiatra que la evalúa considera el cuadro de riesgo por su negativa a alimentarse. Cada vez gemía más y se comunicaba menos, la angustia iba en aumento. En la entrevista su voz era casi inaudible, como un gemido aseguraba estar muerta y que ya no había más nada que hacer. Quería que la dejaran en paz en este eterno sufrimiento, no había más nada que hacer. Se la medicó con trifluoperazina y levomepromazina con buenos resultados, posteriormente se agregó tofranil, revirtiendo el cuadro en dos semanas. Caso 2 Ana es traída a mi consultorio contra su voluntad, obligada por su hermano y su cuñada quienes veían como Ana estaba cada vez mas adelgazada, desaliñada y despreocupada de las cosas de su casa. Vivía con su hijo, quién trabajaba en la televisión como técnico y tenía horarios amplios y dispares pudiendo faltar de la casa más de doce horas, no había quien se encargara de la paciente. Cuenta su cuñada que Ana se había jubilado hacía dos años, que siempre había sido una mujer activa, de buen humor y que habiéndose separado de su esposo hacía muchísimos años, se había hecho cargo 134
de su hijo y de mantener su casa, siempre con buena disposición y sin quejas de su situación. Se consideraba una mujer independiente que podía autoabastecerse. Desde hacía unos ocho meses, comenzó a quejarse de síntomas “raros”. Decía que sentía toda su piel extremadamente seca, como si fuera de cartón, ella tenía la absoluta seguridad que el bello de los brazos y las piernas había aumentado y se había engrosado considerablemente. El cabello estaba seco y se caía a raudales. No sentía el frío ni el calor. Lo peor eran los problemas digestivos. Sentía ardores desde la boca hasta el intestino grueso, su estómago se había empequeñecido y solo podía ingerir escasos bocados de comida. Había perdido 15 kilos, y realmente se la observaba muy adelgazada. Cada vez salía menos de su casa, apenas lo necesario para pagar las cuentas y comprar escasa comida. Su hijo comía afuera porque ella manifestaba que en su estado no estaba en condiciones de cocinar. Tampoco se podía concentrarse en tareas del hogar (había sido una mujer extremadamente limpia), no podía hacerse cargo de la limpieza, veía su casa abandonaba y eso incrementaba su angustia. Cuando su familia la visitaba, su salud se había transformado en su único interés y su único tema de conversación. Ninguna otra cosa le importaba, más que las sensaciones que generaba su cuerpo. Su familia harta de sus quejas, que vertía en un tono irritable, como reprochándoles no comprenderla, ya no quería visitarla, hasta que su cuñada decidió acompañarla al gastroenterólogo para ver qué mal era el que padecía. El especialista comenta a la familia que se han realizado cuantiosos estudios clínicos y de imágenes, y que no se le encontraba nada que ameritara el estado que Ana describía, les comenta que varias veces la había derivado a psiquiatría, pero ella insistía en que siguieran buscando un padecimiento corporal, que seguro existía. Se negaba terminantemente a una consulta psiquiátrica. Cuando entra a la consulta se observa cara de pocos amigos, inmediatamente me increpa que ella está muy enferma de su cuerpo y que no entiende como un psiquiatra puede mejorar su piel acartonada, la inexistencia de sus glándulas sudoríparas. El bello creciente en todo su cuerpo. También la quemazón de su estómago que le impide comer. Se le trata de explicar que a veces la tristeza puede manifestarse como un síntoma físico, me contesta que ella no estaba triste, solamente preocupada por sus problemas de salud que nadie acierta con un diagnóstico. Durante la entrevista ocupa todo el tiempo contando sus síntomas y preocupaciones porque ya no es la persona que era antes, ella se da cuenta de esto, que ha disminuido considerablemente su actividad y su arreglo personal. Pero los síntomas que padece, no le permiten atender otra cosa. A regañadientes acepta ser medicada, ante la desconfianza a la medicación psiquiátrica, era probable que no la tomara por lo que se acuerda con su hermano que irá a medicarla de mañana y de noche. Se indica tioridazina 200 mg. x 2 comp.; levomepromazina 25 mg. x 1 comp.; paroxetina 20 mg. x 2 comp. La paciente registra buena evolución saliendo de la fase depresiva. Vemos en estas descripciones como el caso 1, mucho más grave presentaba los fenómenos de extrañamiento y despersonalización que terminan en un delirio nihilista. En el caso 2 las sensaciones corporales erróneas eran sobresalientes, con cierta conciencia de no ser la persona de antes, pero sin la menor conciencia de enfermedad mental. Si bien en el caso 2 había cierta desconfianza y actitud querulante, se debían a que la paciente entendía que no era 135
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