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Las psicosis afectivas monopolares - Urgencias - Derito

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Las psicosis afectivas monopolares según la escuela de Wernicke-Kleist-Leonhard Dra. María Norma Claudia Derito

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MNC Derito // Urgencias en Psiquiatría. Psicosis endógenas agudas Conducta paranoide: la crisis justamente puede sobrevenir cuando el enfermo se enfrenta a sus supuestos censuradores. El problema se acrecienta dentro del núcleo familiar que es dónde el paciente puede demostrar su desesperación, no así en presencia de extraños, ante los que trata de aislarse y farfullar su angustia, evitando grandes demostraciones. Nunca increpa ni agrede a sus supuestos perseguidores. Leonhard previene que no puede descartarse el suicidio ante estos pacientes poco demostrativos, pero profundamente sufrientes. Cuando la angustia paranoide empuja a una conducta de defensa, huída o suicidio impulsiva, no elaborada se estaría frente a una psicosis de angustia, porque la depresión paranoide en sus formas puras, “es más bien un estado regular, que oscila solo reactivamente, pero que no muestra los cambios burdos de las enfermedades bipolares. Desconfianza: Leonhard menciona la desconfianza es un sentimiento que él ha encontrado con frecuencia en las familias de los depresivos paranoides, que tienen una tendencia a esta afección. También propone que esta forma de depresión pudiera tratarse de una especie de dilución de la psicosis de angustia verdadera. También menciona que el suicidio ha sido una conducta más frecuente de lo esperable en este tipo de depresiones. Caso 1 Felipe era idóneo de una farmacia desde hacía 20 años, tenía una esposa y dos hijas jóvenes estudiantes. La dueña de la farmacia demostraba aprecio por sus empleados y según las propias palabras del paciente “todos éramos como sus hijos”. Funcionando la empresa con una estructura casi familiar, las reglas no se cumplían estrictamente como en una empresa manejada en forma más impersonal y que destaca las jerarquías, Felipe ponía como ejemplo que después de la merienda se turnaban para salir a fumar un cigarrillo afuera, con conocimiento de la dueña. Si alguien tenía que hacer un trámite, solo tenía que avisar temprano y se ausentaba sin dificultad, en ocasiones ayudado en cualquier por la dueña misma. Felipe había sido nombrado por sus compañeros delegado ante el sindicato hacía cuatro años, esto tampoco le había creado dificultades con sus empleadores. Hace dos años, siendo la dueña entrada en años decide retirarse y vender su farmacia a un empresario farmacéutico que poseía una cadena de farmacias. Los empleados pasaron a depender de la nueva firma y se empezó a correr la voz que la gente que se hacía cargo venía con intenciones de despedir a los empleados más antiguos. La angustia por el futuro y la desconfianza hacia las nuevas autoridades, generaron en el paciente desde el comienzo sentimientos de miedo y desconfianza. El nuevo patrón era un hombre por demás exigente y perfeccionista en el trabajo. Venía a imponer todas las normas y condiciones de trabajo de una empresa seria. Horarios estrictos, descansos exactos, atención permanente a la tarea desempeñada y esencialmente mantenerse ocupado siempre, por ejemplo si no había clientes había que ponerse a limpiar y ordenar. La nueva forma de encarar las tareas lo lleno de angustia, Felipe, no estaba habituado a tal rigidez en las formas y por sus años de edad (50 años), pensaba que le resultaría muy difícil adaptarse a la nueva circunstancia. Se angustiaba porque se sentía incapaz de cumplir con el nuevo método de trabajo. También recibía, en su condición de delegado las quejas y los temores de todos 142

sus compañeros, que esperaban que él los defendiera con el sindicato. Se sentía culpable por no proteger adecuadamente a sus representados, se sentía culpable porque si perdía el trabajo su familia quedaría desamparada, se sentía desvalorizado pues sentía que no podía cumplir con todas las tareas que se le exigían, algunas de las cuales él hasta consideraba injustas (por ejemplo limpiar las estanterías) porque a él no les correspondían, se imponía la idea de que sería despedido él y sus compañeros más antiguos. Empezó por percatarse que los empleados más jóvenes y algunos nuevos lo miraban de soslayo y sonreían y cuchicheaban, apareció la idea que hablaban de su próximo despido. Cada vez le costaba más levantarse a la mañana y concurrir a la farmacia. Cuando veía aparecer al dueño, le parecía que este notaba su falta de rendimiento. En dos o tres ocasiones el dueño le solicitó con acento autoritario que limpiara los estantes, o que hiciera otras cosas si no entraban clientes. Felipe se dio cuenta que el dueño hacía estas cosas para que se sintiera molesto e iniciara una querella, cada actitud del patrón era vivida por Felipe autorreferencialmente, todo lo que hacía y decía tenía como motivo descompensarlo y darle un motivo para despedirlo. Percibía de parte de sus compañeros una actitud de descrédito, lo marginaban, ya no se acercaban a él para pedirle ayuda, les había fallado y ahora ellos lo miraban con desprecio, con burla. Probablemente le daban la razón a su patrón, él era un inútil y solo cabía echarlo, estaban confabulados en su contra. En el trabajo su conducta era de aislamiento, tratando de escapar de toda comunicación con compañeros y superiores. En su casa la situación iba empeorando, ya no ayudaba a su esposa en tareas de la casa, se desinteresó por los estudios de sus hijas, todos los días contaba las penurias sufridas en el trabajo y siempre arribaba a la misma conclusión, se quedaría sin trabajo y no encontraría otro. Se tiraba en un sillón del comedor mascullando su tristeza. Rechazaba todas las reuniones familiares, porque intuía que sus cuñados ya lo juzgaban como un fracasado. Estas actitudes comenzaron a generar agrias discusiones familiares, especialmente con su esposa, su hija mayor no soportando más la situación consiguió trabajo y se fue a vivir sola. Dejó de concurrir a las reuniones del sindicato por la misma causa, había fracasado como delegado y hasta percibió en la conducta de sus compañeros la posibilidad de que alguno de ellos estuviera de acuerdo con el patrón para despedirlo. Su aspecto y su conducta en general no habían variado demasiado, salvo por su aparente falta de interés por la casa y la familia, las quejas permanentes por su trabajo y los picos de angustia ante las situaciones gregarias que lo llevaban al aislamiento. En este contexto, un día en la farmacia, el dueño le ordena una tarea, imprevistamente el paciente se saca el guardapolvo y se retira del lugar de trabajo sin mediar ninguna aclaración. En estas condiciones es traído a la consulta psiquiátrica. En dos años de tratamiento muy pocas cosas se modificaron, el cuadro marcho hacia la cronicidad y luego hacia la jubilación por invalidez. Como vemos en el caso de Felipe se llegó a la situación extrema tan temida, finalmente se quedó sin trabajo. La crisis personal generó la crisis social prevista y temida por sí mismo. Se ve claramente como estos depresivos paranoides, en apariencia tranquilos, enfrentan permanentemente un profunda distimia, que solo se ponía de manifiesto como ataques de ira o temores. El cambio laboral le produjo un sentimiento de desprotección, que terminó en la descompensa- 143

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