D Serebrisky // Adicciones pudimos hacerlo por medio del teléfono, al tiempo que compaginábamos nuestro estar terapéutico con el respeto de los tiempos de nuestros usuarios y su familia. En ese periodo, a pesar de haberles ofrecido el encuentro telemático de forma discreta, en todos los casos la propuesta fue rechazada. Más tarde, en cuanto hubo posibilidad de un encuentro personal, su demanda fue inmediata y muy bien recibida. Debíamos generar ese espacio de duelo alternativo a esos espacios normalizados de los que hasta ahora disfrutábamos. ¿Cómo estar ahí sin poder estar? Ésa fue la pregunta que intentamos responder desde nuestras posibilidades. Para ello, además del apoyo hasta ahora expuesto, nos propusimos ayudarles en la elaboración de sencillos rituales de despedida con toda la familia ¡por videoconferencia! En ocasiones fueron rituales elaborados, con lecturas de textos (sagrados o no), con música que ellos mismos elegían (previa sugerencia nuestra), y con invitaciones para participar con algunas palabras de despedida o para expresar cómo se sentían. Otras veces bastó con enviar una simple imagen a la familia para transmitirles nuestras condolencias, como una forma de hacerles saber que seguíamos estando con ellos. Lo que vivimos en aquellos días desbordó toda previsión sobre la magnitud de las consecuencias que arrastraría esta pandemia. Por esa razón, no podíamos dejar de participar en otros contextos de intervención generados a raíz del confinamiento, ya fuera participando en las redes informales de apoyo económico y alimenticio para las personas incapacitadas, o para aquellas que se vieron privadas del acceso a los recursos, o en servicios más formales y estructurados nacidos de la nueva situación para prestar un apoyo psicológico. Desde los primeros días nos hicimos presentes en las respuestas públicas y privadas que desde diferentes entidades surgieron para paliar el sufrimiento generado por el aislamiento de aquellos meses. Estas respuestas se dieron en todo el territorio español, y fueron de distinta índole y magnitud. Nosotros decidimos arrimar el hombro en el servicio de ayuda y apoyo telefónico que organizó el Colegio Oficial de Psicología. Excede el tema de este capítulo la mirada de lo que ocurrió dentro de los hogares en aquellos días, semanas y meses, pero no podemos dejar de señalar, porque fuimos testigos de ello a través de las solicitudes de apoyo telefónico, el aumento de la conflictividad familiar y de la violencia, muchas veces relacionada con el consumo (o la abstinencia) de sustancias. Éste fue otro espacio de trabajo no formal desde el que intentamos sostener, contener y apoyar a cientos de personas que, vivieran en soledad o en familia, sufrían por todo lo que estaba aconteciendo. A través del teléfono tuvimos que intervenir en casos de violencia familiar, muchos de ellos concomitantes con problemas de consumo de sustancias. Nuestra única posibilidad de intervención en ese contexto era por la vía telefónica, lo que sólo permitía la escucha activa para ofrecer una cantidad muy limitada de consejos psicoterapéuticos que ayudaran a estas personas a gestionar aquellas situaciones de crisis. Pero también tuvimos ocasión de acompañar a personas en soledad que sufrían diferentes niveles de ansiedad y angustia, y a personas con ideas suicidas. Intentamos acompañar durante el confinamiento a aquellas personas y familias hasta que pudimos salir (del confinamiento) y fue posible derivarlas a los pro- 50
fesionales que les correspondían. Ésa fue nuestra misión en esos meses. Sólo cuando estas personas accedieron a otro servicio, dábamos por cerrado el caso que se nos había asignado. Y tal y como ha ocurrido siempre en nuestra praxis anterior a la pandemia, pero en esta ocasión de forma mucho más exacerbada, nos vimos obligados a aceptar las limitaciones de los contextos de intervención que se nos ofrecieron en aquellas condiciones, no sin ciertos niveles de impotencia y frustración por nuestra parte. ¿Y ahora qué? La pandemia y sus consecuencias no han desaparecido. Aunque mitigados, los efectos de la pandemia por COVID-19, las diferentes olas de contagio, siguen afectando y generando hoy problemas en la población en general, y en este colectivo al que le dedicamos atención en esta obra en particular. Desgraciadamente continúan las defunciones y las hospitalizaciones, con aislamiento incluido (no tan estricto, es verdad, pero la normalidad no se ha restablecido). Las dificultades de gestión emocional continúan pasando factura. La sensación de que no hay un fin cercano aumenta el desánimo y las ansiedades. Las depresiones campan por sus respetos en estos tiempos. Aquel confinamiento fue un factor de protección en los primeros momentos de la pandemia, pero ahora que podemos volver a salir, corremos el riesgo de que algunas personas hagan uso de la libertad recobrada sin haber superado aquellas ansiedades, aquellos miedos y aquellas depresiones, y ese cóctel inestable puede representar un factor de riesgo en los procesos de recaída con los que nos estamos encontrando. Ante esto, más allá del trabajo para impedir los “nuevos” consumos, desde una intervención más conductual hemos de poner el foco psicoterapéutico en la gestión emocional de la incertidumbre y de la falta de control de muchos aspectos de nuestra vida que la pandemia nos ha recordado de esta forma tan dramática. El apoyo social y grupal se vuelve más necesario que nunca como un espacio para compartir angustias, ideas de consumo e incluso ideas suicidas. Es ahora cuando debemos poner todo nuestro esfuerzo terapéutico en un trabajo que podríamos llamar preventivo de recaídas. Es necesario retomar, en la medida en que podamos, un espacio de conversaciones en torno a nuestras angustias, nuestros miedos, nuestras ideas de consumo y, por supuesto, nuestras ideas suicidas, si las hubiere. La pandemia por COVID-19 y las consecuencias generadas siguen siendo emergentes en nuestras terapias grupales. Y así lo tratamos constantemente: una nueva infección de un miembro del grupo o algún familiar, una hospitalización, o incluso un fallecimiento, son temas que siguen estando aquí, y tenemos que estar atentos a explorarlos en la praxis profesional de estos tiempos. La pandemia se ha convertido en un tema transversal con muchas bifurcaciones a las que debemos estar muy atentos para explorarlas, tanto en las sesiones individuales como en las familiares y, por supuesto, en las terapias de grupo. Las conductas de riesgo ya no están centradas sólo en la sustancia consumida, sino que se amplían por las conductas de riesgo de contagio de COVID-19, lo que añade nuevos problemas, nuevos retos y nuevos conflictos en las familias de nuestros usuarios. Es algo que no podemos obviar. A veces nos tocará destapar las posiciones de cada uno de los miembros 51
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