MNC Derito // Urgencias en Psiquiatría. Psicosis endógenas agudas mundo o en el infierno. Las más frecuentes son las ideas hipocondríacas, temor a padecer una enfermedad, a ser abandonados por su familia, a veces con sensación de estrechamiento en el cuello y en el pecho, producto de la congoja angustiosa. De todas formas Leonhard no atribuye gran importancia al contenido del pensamiento, entiende que el cuadro se define por la angustia patológica y la inquietud, estén o no presentes las ideas deliroides. Ilusiones sensoriales: estos fenómenos sensoriales parecen estar generados por la angustia patológica, que también en esta área busca un contenido. Puede haber pseudoalucinaciones e ilusiones. Los pacientes creen ver en actitudes de los otros o en ruidos que escuchan, que se prepara su castigo, o bien en las palabras que percibe, cree oír comentarios sobre sus pecados. Las ilusiones tienen un significado trascendente, a diferencia de los falsos reconocimientos ilusorios que les suceden a personas normales ante una exaltación del afecto. La persona normal deshecha rápidamente la ilusión, en la psicosis de angustia adquiere vivencia de certeza. De todas formas no son frecuentes en la depresión acuciante y presuponen una disposición individual. Atención: la atención está convocada por su estado de ánimo agitado, su angustia lo requiere permanentemente. Se le deben repetir varias veces las preguntas para que den una respuesta, a veces marginal y fugaz, no es que el enfermo no desee contestar, es que no puede concentrarse en la pregunta y formular la respuesta. “la angustia domina tan completamente el pensamiento y la acción que no hay lugar para ninguna otra cosa”. Caso 1 Ana concurre con sus hijas a la consulta del hospital, es una mujer italiana, de 64 años, casada, con dos hijas mayores que viven con sus respectivas familias. Ana vive con su esposo, siempre fue ama de casa, su vida transcurrió dentro de un marco de normalidad después de haber arribado a la Argentina huyendo de la segunda guerra mundial. Comienza con el cuadro tres meses antes de la consulta. Al principio Ana comenzó a atormentar a su esposo con temores manifiestos por su estado de salud. Ante cualquier inconveniente digestivo, cefalea, etc. lo expresaba a su esposo con llantos y preocupación por lo que pudiera pasarle, a pesar de ello se negaba a visitar al médico, por temor a los estudios que le pudiera indicar. El estado fue empeorando hasta que el esposo llamó a sus hijas, para comentarles lo difícil que resultaba convivir últimamente con su madre. Las hijas, con la mejor intención, hablaron con ella intentando tranquilizarla, al contrario de lo esperado la situación se agravó. Las quejas se hicieron más monótonas, también manifestaba miedo por lo que pudiera pasarle a las hijas o al esposo cuando no estaban con ella. Fue perdiendo el sueño y el apetito, caminaba por la casa quejándose de su malestar y no permitía a su esposo ir a trabajar. Cuando este llegaba, rompía en llantos y gemidos, se retorcía las manos y se mesaba los cabellos, afirmaba saber que estaba muy enferma y que algo le iba a pasar a su familia. Luego empezó a quejarse de sentir como un fuego en la cara y ardor en los ojos, afirmando que seguramente se quedaría ciega. La llevaron a una consulta psiquiátrica y se la medicó con antidepresivos y benzodiacepinas. En cuadro no mejoraba. Reclamaba a su esposo el dejarla sola. Un día salió en 104
camisón a la calle y fue corriendo, llorando, a buscar ayuda al trabajo de su esposo, repitiendo en forma reiterativa que le quemaban los ojos y se quedaría ciega. Entra al consultorio, escoltada por sus hijas, se la invita a tomar asiento, Ana se sienta, pero inmediatamente observamos su imposibilidad de mantenerse quieta. Se hamacaba en la silla, balanceando el tronco de adelante hacia atrás, frotaba sus manos sudorosas, y las secaba con la falda del vestido, luego las pasaba por sus ojos y repetía “me queman los ojos, ayúdenme por favor, me voy a quedar ciega”. Estiraba los brazos tratando de tocar a sus hijas, repetía monótonamente “llévenme”. A la pregunta de porque había salido de esa forma a la calle, responde que tenía tanto miedo de que pasara algo en su salud, ya no podía estar sola en su casa. Las hijas le reiteran que la han hecho revisar por el oftalmólogo, el cardiólogo y otros especialistas que le han confirmado que salvo por la hipertensión que desde hace muchos años padece, no encuentran otros problemas, ella reconoce estar sumamente nerviosa, pero no puede contenerse y sigue repitiendo las ideas deliroides hipocondríacas. Su cara traslucía un sentimiento de profunda aflicción, desesperación, como cuando una persona recibe noticia de una tragedia íntima, lloraba y suspiraba emitiendo un quejido. Era imposible razonar con ella, porque no podía escuchar a su interlocutor, acaparada su atención por sus malestares difusos y localizados. Las sensaciones localizadas de los ojos, las interpretamos como ilusiones sensoriales, un pequeño ardor o molestia, con la carga afectiva patológica se magnifica y se transforma en un padecimiento insoportable. Diagnosticamos una depresión acuciante y se propuso una internación para estudiar y medicar. En principio se la trató con tioridazina 300 mg./día; levomepromazina 50 mg/día, por cinco días, cuando se calmó la angustia y la agitación, borrándose la ideación deliroide, le agregamos venlafaxina 75 mg./día. En dos semanas la paciente se retiro compensada, continuó con controles ambulatorios. Caso 2 Elena tenía cara redonda y nariz respingada, pelo rubio pajizo, constitución pícnica, ojos celestes y boca carnosa, con 54 años de edad, revelaba que había sido una mujer pequeña, pero atractiva. Vivía en una localidad de la provincia de Buenos Aires con su único hijo. Se había separado hacia más de quince años, su esposo la había abandonado después de la primera fase de su enfermedad. Como tuvo desde joven tendencia a engordar, había recurrido a los anorexígenos, recetas magistrales que contenían derivados anfetamínicos, diuréticos, hormona tiroidea, benzodiacepinas. Los había ingerido por largos períodos exponiéndose a padecer distimias permanentes, que habían forjado grandes dificultades de convivencia con su esposo. A los 38 años presentó el primer episodio de descompensación psicótica en la forma de una depresión acuciante. Sin respuesta a los antipsicóticos y antidepresivos, se la trató con terapia electroconvulsiva, con buen resultado y restitución completa e indicación de abandonar totalmente la ingesta de derivados anfetamínicos. Según informaba su hermana, estos quince años habían transcurrido con tranquilidad, con su hijo y una vida familiar, trabajaba como docente. Dos meses antes de su ingreso, el hijo se comunico con la hermana de Elena, para expresarle su preocupación, notaba a su madre muy acelerada, dormía poco, diversificaba sus tareas poniendo escasa atención en lo que hacía, se quejaba de sentirse 105
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